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Y tendría derecho. La había engañado y había sido deshonesto con ella. Eso justificaba el desdén que había visto en sus ojos la última vez. Y su odio sería mayor si su comportamiento le había hecho tanto daño como para que perdiera a su hijo. Se sentía impotente y deseaba aullar de frustración. Oyó pasos.

– ¿Ha aceptado verme? -le preguntó al médico.

– No se ha negado -replicó él con cautela-. No ha dicho nada -lo miró con piedad-. Creo que está justificado aceptar ese silencio como consentimiento.

Vincente lo siguió por el pasillo. Tenía miedo, no sabía cómo tratarla, qué decirle.

– Volvió a dormirse en cuanto se fue, doctor -dijo una enfermera cuando llegaron a la habitación.

– ¿Qué son todos esos tubos? -preguntó Vincente.

– Este es una transfusión de sangre, aquél es suero salino -explicó el doctor-. Le darán fuerzas.

– ¿Y el bebé?

– Las constantes vitales están bien -contestó el médico, mirando un monitor.

– Permita que me quede. Avisaré si ocurre algo.

– De acuerdo, pero déjela dormir.

Cuando médico y enfermera salieron, Vincente se sentó junto a la cama, contemplando a Elise. Ella le había dicho cosas que deberían haberle hecho odiarla, pero en realidad sabía que no era más que su forma de autodefensa. Elise lo veía como una amenaza y él tenía toda la culpa.

Ella se movió en la cama pero no abrió los ojos. Puso una mano sobre la suya, evitando los tubos.

– Elise -murmuró-, estoy aquí.

Ella se puso rígida, como si fuera lo peor que podría haber oído. No quería saber nada de él.

– ¿Puedes oírme?

– Sí -gimió ella con un hilo de voz.

– He venido en cuanto me enteré. Quería decirte que lo siento. Te dije cosas terribles que no creía. Elise, lo siento muchísimo, por favor, créeme.

Ella abrió los ojos, pero lo miró inexpresiva.

– Lo siento -repitió-. Yo dije que lo sentía… a Angelo… el día que llegué. Fui a la Fontana de Trevi… estuvimos allí juntos. Lancé una moneda y deseé volver a Roma… y volví, ¿verdad?

Él se sujetó la cabeza con las manos.

– Quería estar con él para siempre… pero murió. No sabía que murió así, fue culpa mía…

– No es verdad -refutó él.

– Sí. Le escribí una carta cuando llegué a Inglaterra, contándole lo ocurrido, diciéndole que lo amaba y siempre lo amaría. Nunca olvidé verlo bajo la ventana, gritando. Pensé que si sabía la verdad, que no lo había traicionado, lo soportaría mejor.

– No creo que la carta llegara -dijo Vincente.

– No. La encontré entre las cosas de Ben cuando murió. No sé cómo la robó, pero lo hizo. Si Angelo murió esa misma noche…

– No la habría recibido.

– No supo que lo sentía, que lo amaba de todo corazón. Ya nunca lo sabrá -Elise calló, como si hablar la hubiera agotado.

– El médico dice que vamos a tener un bebé.

– ¿Nosotros?

– Estás embarazada. Dijo que te había informado.

– Sí… pero creí que era un mal sueño.

Él movió la cabeza, incapaz de hablar. Deseó que ella comprendiera que eso lo cambiaba todo.

– Yo estoy contento si tú lo estás -dijo-. Creo que deberíamos casarnos lo antes posible.

Ella lo miró como si se hubiera vuelto loco.

– ¿Nosotros? ¿Casarnos? -rió débilmente-. ¡Cielos! Y yo pensaba que no tenías sentido del humor. ¡Casarnos!

– Por favor no hagas eso -pidió él-. Podríamos olvidar el pasado…

– Nunca se olvida el pasado. Ahora lo sé y tú deberías saberlo. Sólo tendremos paz si nos distanciamos. Quiero paz. Es lo más importante del mundo.

– ¿Más importante que el amor? -deseó no haber dicho eso al ver su mirada de amargura y desdén.

– No sabes nada del amor. Sólo sabes de adquirir cosas y hacer que la gente baile al son que tocas. Obtienes lo que quieres, incluso la venganza. Alguien debería haberse enfrentado a ti hace mucho tiempo.

– Tú lo hiciste -le recordó él-. Eres la única persona que no ha hecho lo que yo quería.

– Ni lo haré. Vete y un vuelvas más.

– No puedo dejarte a ti y a nuestro bebé.

– No quiero volver a verte. Que tenga un bebé o no es algo que no te incumbe.

– No hagas esto.

Ella iba a contestar, pero se le nubló la vista. Él la miró horrorizada y pidió ayuda, angustiado. Un momento después la habitación se llenó de enfermeros que la conectaban a nuevos aparatos y estudiaban los gráficos. Elise temió por el bebé, no quería perderlo.

Era el último vínculo que la unía a Vincente.

Cuando Elise abrió los ojos era de noche y Vincente estaba junto a la ventana, inmóvil.

– ¿He perdido al bebé? -preguntó ella, ronca.

Él se acercó y se sentó junto a la cama.

– No -contestó él rápidamente-. Te hicieron otra transfusión y tus constantes mejoraron. Nuestro bebe está vivo y seguirá así. A partir de ahora cuidaré de los dos. No discutas. Nos casaremos.

– De acuerdo -sonó casi como un suspiro.

– Nuestro hijo nacerá dentro del matrimonio.

– Sí… claro.

Él se preguntó si algún hombre había sido aceptado alguna vez con tan poco entusiasmo. Era como si cediera por resignación, sin esperanza alguna.

Lo que más le impactó fue que accediera sin más. Ella, que siempre se había enfrentado a él y hacía unas horas lo había enviado al infierno, cedía. Siempre había sido un hombre dominante, exigiendo obediencia por derecho. Pero no quería eso de ella.

Aun así, decidió aprovechar su estado de ánimo y hacer otra proposición.

– El médico dice que pronto te dará el alta, y quiero llevarte a casa conmigo.

– ¿A casa?

– Al Palazzo Marini. No debes vivir sola. Es demasiado peligroso para ti.

– ¿Pretendes que viva allí? -era donde ella había descubierto su engaño y su mundo se había derrumbado-. No. Quiero ir a mi casa y estar sola.

– No lo permitiré -dijo él. Rectificó de inmediato-. Es decir, sería mejor hacer lo que yo sugiero.

– Acertaste la primera vez -dijo ella con ironía-. Sigue dando órdenes. Es lo que mejor se te da y así todos sabemos cómo están las cosas.

– Elise… -susurró él, apabullado por su amargura.

– No puedo vivir con tu madre. Ella no soportaría ver a diario a la mujer que destruyó a Angelo.

– No sabe nada. No discutimos delante de ella y yo no se lo he dicho.

– Claro, ¡es más fácil engañarla! -rió ella-. ¿Cómo no se me había ocurrido?

– Ha sufrido demasiado. La muerte de Angelo la afectó mucho y no le digo nada que pueda herirla.

– ¿Vas a arriesgarte a dejarme a solas con ella? ¿Y si se lo digo?

– No lo harías. Sería cruel y malvado, y tú no eres así. Desde que me dijiste lo que hizo Ben…

– ¿Cómo sabes que te dije la verdad? -preguntó ella con sarcasmo-. Una traidora como yo…

– Te prohibo que hables así -dijo él.

– De acuerdo. Cree lo que te parezca.

– Olvidas que conocía a Ben. Es fácil creer que se comportara así.

– Sí, conocías a Ben. Antes pensaba que me conocías a mí… -giró la cabeza para no verlo.

Vincente se preguntó si siempre sería así entre ellos. Si ella le perdonaría por lo que había hecho.

En cuanto Elise estuvo mejor, Vincente llevó a su madre a visitarla. La signora Farnese casi lloraba de júbilo al hablar de la boda y de su primer nieto.

– Sabía que ocurriría esto -dijo-. Cuando os vi juntos por primera vez, lo supe. Hay algo especial entre vosotros, que sólo se ve en los enamorados.

Vincente y Elise no fueron capaces de mirarse.

Unos días después, Elise se instaló en el dormitorio destinado a la señora del Palazzo Marino. La enorme cama tenía dosel y cortinas de brocado. El dormitorio de Vincente era aún más grandioso y se unía al de ella a través de un estrecho pasillo, que también se comunicaba con el cuarto de baño.