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– Es horrible -dijo la signora-. Siempre odié esta suite y Vincente siempre ha dormido en una habitación más pequeña, al otro extremo de la casa. Pero no ocuparla ofendería a los fantasmas de los Marini.

Adoraba a Elise, e insistió en que la llamara Mamma. Elise aceptó, agradeciendo su bondad.

Se sentía perdida en tierra de nadie. Había querido alejarse de Vincente, pero el miedo a perder el bebé había hecho que cambiara de opinión. Le daría a su hijo cuanto pudiera, incluido un padre. Por eso había aceptado casarse con él.

La boda iba a celebrarse en Santa Navona, la magnífica iglesia donde la familia celebraba bodas y enterraba a sus muertos.

– ¿Quieres decir que Angelo está allí? -le preguntó Elise a Vincente.

– Sí. ¿Quieres que te enseñe dónde?

– No. Sólo dime dónde está.

– Si no te importa, prefiero llevarte yo.

Era obvio que a ella le importaba. Quería estar a solas con Angelo, pero Vincente había insistido atenazado por los celos. Ella se encogió de hombros, como si nada importara ya. Eso le dolió más que nada.

– Antes de visitar la tumba, tengo que decirte algo. Cuando me hablaste de Angelo, dijiste que se apellidaba Caroni. No es verdad. Se apellidaba Valetti, Caroni era el apellido de su madre.

– Pero, ¿por qué…?

– Supongo que así afirmaba su independencia, la ilusión de ser un estudiante sin medios económicos.

La condujo hasta la tumba, que estaba bajo unos árboles. En una losa de mármol estaba grabado el nombre Angelo Valetti, y las fechas de nacimiento y muerte.

– Así que ni siquiera él me dijo la verdad -musitó ella-. ¿Se puede confiar en alguno de vosotros?

– No lo juzgues mal. Para él era un juego.

– Por eso no encontré su certificado de defunción. Quería saber cuándo y cómo murió. Pero no buscaba el nombre correcto. ¿Puedes dejarme, por favor? Quiero estar a solas con Angelo.

Él se alejó, a su pesar.

Elise miró largo rato la fecha de defunción de Angelo. El mismo día que la vio en brazos de Ben. Después contempló la fotografía encastrada en la lápida. Un joven sonriente y lleno de vida, resplandeciente de amor. Una vez había sido suyo. Se arrodilló y pasó los dedos por el rostro, como había hecho muchas veces antes.

– Ni siquiera tú eras quien decías ser -susurró-. Lo siento. Intenté decírtelo… te escribí una carta. Ojalá estuvieras aquí para hablar contigo. No quería casarme con Ben ni con Vincente, sino contigo. Pero ahora… -se puso la mano sobre el vientre.

Vincente la observaba desde lejos. Pensó que suplicaba perdón por estar embarazada de él, y que habría deseado que el hijo fuera de Angelo. Se dio la vuelta con un sabor amargo en la boca.

Condujeron de vuelta a casa en silencio.

Capítulo 10

La boda fue discreta, en una capilla lateral de la iglesia. No hubo lujoso vestido de novia ni damas de honor, ni montones de invitados, música de órgano o interés de la prensa.

Con los testigos esenciales, dos personas que en secreto tenían miedo una de otra y de sí mismas, se juraron amarse y honrarse el resto de su vida.

Para complacer a su madre, Vincente inició la noche de bodas en el dormitorio de Elise.

– Cuando ella se acueste, me iré y te dejaré en paz.

– Gracias.

– ¿Te encuentras bien? Estás muy pálida.

– Estoy bien. El médico dice que he recuperado las fuerzas y podré traer al mundo a un Farnese.

– Me preocupo por ti, no sólo por ser la madre de mi hijo. Pero supongo que no me crees.

– Creeré cualquier cosa que me digas -contestó ella con calma. Él deseó gritarle que lo mirase, que discutiera, que despertara del horrible trance en el que se había sumergido. Estaba fuera de su alcance.

– Buenas noches a los dos -dijo su madre al otro lado de la puerta-. Tranquilos, no voy a entrar.

– Gracias, Mamma -dijo él-. Buenas noches.

El tacto de la anciana empeoró las cosas. Obviamente imaginaba a los novios desnudándose lentamente antes de hacer el amor apasionadamente.

Elise fue hacia el balcón.

– Están celebrándolo -murmuró. Los sirvientes habían improvisado una fiesta en el jardín.

– Claro. Una boda siempre es buena noticia…

Se oyó un grito de alegría. Algunos de los presentes miraron hacia la ventana y alzaron las copas.

– Nos han visto -dijo él, abriendo la puerta-. Quieren saludarte -tomó su mano y la hizo salir con él. Los recibieron risas, vítores y felicitaciones. Elise captó las palabras signora y bambino.

– Supongo que todo el mundo lo sabe -dijo.

– No, pero lo sospechan y tienen esperanzas.

Ella esbozó una sonrisa y saludó con la mano.

– Bambino? Si? -preguntó un hombre.

Elise se puso la mano sobre el vientre, sonrió y asintió. Eso provocó una explosión de vítores. Vincente le puso una mano sobre el hombro.

– Mírame -le dijo. Elise obedeció y la audiencia se exaltó aún más cuando la besó. Ella aceptó el beso como parte de la representación.

Pensó que estaba preparada para sentir sus labios, pero él puso la mano en su nuca, en ese punto tan sensible y que tanto la excitaba. Supuso que él lo hacía a propósito, para demostrar su poder.

– Creo que deberíamos entrar ya -susurró ella.

Él asintió, saludó con la mano y entraron.

– Te adoran -dijo Vincente-. Lo has hecho muy bien. Gracias.

– De nada. Tengo experiencia. Años con Ben me enseñaron a ocultar la hostilidad tras una sonrisa.

– ¿Hostilidad? ¿Hacia ellos?

– No hacia ellos.

– Elise…

– ¿Qué esperabas? ¿Has olvidado la última noche que nos vimos antes de que te marcharas? Te esforzaste en demostrar quién llevaba las riendas. Y lo hiciste. Felicidades. Ahora tienes a tu esposa y a tu hijo bajo tu techo. Pero escúchame, Vincente. No creas que voy a dejar que me pisotees. Si presionas demasiado descubrirás que tu poder tiene limites.

– Tal vez no sólo desee poder.

– Temo que es lo único que tienes. Pero no te preocupes. Sonreiré y seré agradable con la gente adecuada. Como he dicho, practiqué mucho con Ben.

– Yo no soy Ben -gritó él.

– Pensaba que no eras como él. Pero me temo que no soy tan buen juez del carácter como creía ser. Será mejor que te vayas ya.

Él la miró un momento. Luego se fue.

Elise adivinó que no era coincidencia que se fuera de viaje unos días. Agradeció su tacto. Le daba tiempo para pensar. Sola, en el silencio de la noche, admitió que se había enamorado de él. Había intentado negarlo, pero eso ya no servía de nada.

Había entregado su corazón a un hombre que la había odiado y despreciado desde el principio, que sólo pretendía destrozarla y humillarla. Él no tenía ni idea de hasta qué punto había tenido éxito. Nunca debía saber que había sido lo bastante tonta como para enamorarse de él, eso culminaría su venganza.

Se dijo que sería fácil matar ese amor. Sólo tenía que recordar lo que él había hecho. Tardaría un tiempo, por lo conseguiría. Y él ayudaría. No tenía esperanzas de que fuera a serle fiel; suponía que empezaría a pasar más noches en su piso de soltero.

Pero en eso se equivocó. Aunque a veces regresaba tarde, nunca pasaba la noche fuera a no ser que estuviera de viaje. La trataba con solicitud y cortesía, igual que su madre, cuya salud era frágil.

Elise pronto mejoró y recuperó las fuerzas. Empezó a sentirte con ánimo para todo, incluso la fiesta que estaban planificando para celebrar la boda.

– Toda Roma quiere verte -le dijo Mamma.

– Seguro que no -rió Elise.