– Pero cuando el amor es verdadero no hay que resistirse al compromiso; hay que asumir el riesgo para que el amor dure. Ahora lo sé, pero entonces no. Cuando volvía de un viaje era como una criatura buscando su hogar. Mi cuerpo te necesitaba, pero mi corazón te necesitaba mil veces más. Me horrorizaba perderte. No puedo perderte, amor mío, o podría volver a ser el hombre que era. Y no quiero serlo nunca más.
– ¿Y quién eres ahora? -preguntó ella, tierna.
– El hombre que quieras que sea. No estoy muy seguro, pero tú me enseñarás.
– Pones demasiado poder en mis manos. Asusta.
– Yo no tengo miedo, siempre que esté en tus manos y no en las de otra persona.
– Me pregunto qué habría ocurrido si no me hubiera enterado de la verdad como lo hice.
– No me recuerdes esa noche -pidió él-. No dije en serio todas esas cosas horribles. Reaccioné ante tu ira y quería herirte, pero me arrepentí amargamente.
– Creo que yo tampoco me callé.
– Parecías poseída por el diablo. Hablaste de los hombres que tendrías en el futuro y eso me volvió loco. Desde entonces he tenido unos celos infernales. Y disfrutaste atormentándome el día que vendiste el piso y me dejaste pensar que… -movió la cabeza.
– Claro que disfruté atormentándote -sonrió ella-. Y siempre lo haré. No te esperan años fáciles.
– Que sean como tú quieras. Pero dime que puedes amarme y perdonarme.
– Te perdoné hace tiempo -le aseguró ella-. Pero estábamos atrapados en un torbellino sin salida. Hasta que tú encontraste una. Si no hubieras buscado a Franco, esto habría dominado nuestra vida.
– Era el único modo de compensarte. No eras la única que se sentía culpable, pero en mi caso era merecido. Sabía que mientras sufrieras así, no podríamos ser felices. Y mi vida es tuya, Elise.
Ella lo abrazó y apoyó la cabeza en su hombro.
– ¿Sientes mucho lo de Angelo? -preguntó él.
– De no haber sido por Angelo, no nos habríamos conocido. Eso habría sido una tragedia, porque eres el único hombre al que quiero en mi corazón. Te amo, Vincente, y siempre te amaré.
– Siempre -repitió él-. Prométemelo.
– Siempre.
– Lucharé hasta el último aliento para que sigas siendo mía y mataré a quien quiera impedirlo.
– ¿Dónde está el nuevo hombre? Eso suena al Vincente de antes -rió ella.
– No he dicho que cambiaría para el resto del mundo, sólo para ti y para Olivia -sonrió jubiloso-. Aún no hemos ido a darle las buenas noches.
La habitación de la niña era la de al lado. Entraron y la niñera salió, dejándoles con su hija.
– Está dormida -murmuró Vincente, mirando a su hija con adoración. Se inclino y besó su frente.
– Buenas noches -musitó Elise.
Volvieron juntos al dormitorio de Elise.
– Envidio su paz de bebé. ¿Crees que tú y yo la encontraremos? ¿Podemos dejar el pasado atrás y olvidar lo ocurrido?
– No quiero olvidarlo todo -dijo ella-. Mucho fue bueno, y en los malos tiempos aprendimos a entendernos el uno al otro.
– Pero no tendremos que pelear, ¿verdad?
– Creo que tal vez sí. La batalla puede ser… interesante -dijo con voz seductora.
– Sí. He echado de menos esas batallas -dijo él, comprendiendo.
– Tampoco hace tanto -ella sonrió con malicia-. He oído decir que una desvergonzada pasó por aquí hace poco… pero tal vez no ocurrió.
– No estoy seguro de si ocurrió o no -musitó él-. No dejó su nombre.
– Entonces, ¿no la reconocerías?
– La reconocería en cualquier sitio. Es inolvidable.
– ¿Se parecía algo a mí?
– No -movió la cabeza-. No llevaba tanta ropa.
Ella ya estaba desabrochándose el vestido, un segundo después lo tiró a un lado.
– ¿Era más así?
– Eso está mejor -afirmó él. Le quitó el resto de la ropa él mismo. A ella se le desbocó el corazón al ver el brillo de sus ojos.
– Cuéntame qué ocurrió.
– Estaba tumbado en la cama…
– ¿Vestido?
– Yo… creo que no.
Ella empezó a desnudarlo y él la ayudó.
– Ya está -dijo él completamente desnudo.
– Estabas tumbado en la cama… ¿así?
– Sí. Ella entró y se tumbó a mi lado.
– ¡Desvergonzada!
– Sí, era una desvergonzada. Sabía todos los trucos para excitar a un hombre, y alguno que debió inventar ella, y los usó sin piedad.
– ¿Qué hizo exactamente?
– ¿Por qué no experimentas un poco y yo te diré cuándo aciertas? -Vincente rió suavemente.
Ella se unió a su risa y compartieron el júbilo que llenaba sus corazones hasta que ella lo silenció con un beso, enviándole un mensaje nuevo, de amor y felicidad, que duraría el resto de sus vidas.
Lucy Gordon