Así pues, ¿le apetecía la velada? Decididamente no.
Holly llamó con renuencia a la puerta del hogar familiar y de inmediato oyó las pisadas de unos piececitos que corrían hacia la entrada seguidos por una voz que no parecía pertenecer a un niño.
– ¡Mami! ¡Papi! ¡Es tía Holly, es tía Holly!
Era su sobrino Timothy, cuya felicidad se vio aplastada de golpe por una voz severa. Sin duda era inusual que el pequeño se alegrase por su llegada, pero el ambiente debía de ser de lo más aburrido allí dentro.
– ¡Timothy! ¿Qué te he dicho sobre lo de correr por la casa? Podrías caerte y hacerte daño. Ahora ve al rincón y piensa en lo que te he dicho. ¿He hablado claro?
– Sí, mami.
– Oh, vamos, Meredith, ¿crees que se hará daño con la alfombra o la tapicería acolchada del sofá?
Holly rió para sus adentros, no había duda de que Ciara estaba en casa. Justo cuando Holly comenzaba a pensar en huir, Meredith abrió la puerta de par en par. Parecía más avinagrada y antipática que de costumbre.
– Holly.
La saludó con una breve inclinación de la cabeza.
– Meredith -la imitó Holly.
Una vez en la sala de estar, Holly buscó a Jack con la mirada, pero comprobó desilusionada que su hermano preferido no estaba presente. Richard se hallaba de pie delante de la chimenea vestido con un suéter de colores sorprendentemente vistosos, quizás iba a soltarse el pelo esa noche. Con las manos en los bolsillos, se balanceaba atrás y adelante, de los talones a la punta de los pies, como un hombre dispuesto a soltar una conferencia. La conferencia iba dirigida a su pobre padre, Frank, que estaba sentado incómodamente en su sillón predilecto y parecía un escolar recibiendo una reprimenda. Richard estaba tan concentrado en su relato que no vio entrar a Holly. Ésta le mandó un beso a su pobre padre a través de la sala, para no verse envuelta en la conversación. El hombre le sonrió e hizo ademán de atrapar el beso al vuelo.
Declan estaba repantingado en el sofá con sus tejanos raídos y una camiseta de South Park, dando furiosas caladas a un cigarrillo mientras Meredith invadía su espacio vital y le advertía sobre los peligros de fumar.
– ¿De verdad? No lo sabía -dijo Declan, mostrando preocupación e interés mientras apagaba el cigarrillo. El rostro de Meredith irradió satisfacción, hasta que Declan le guiñó el ojo a Holly, alcanzó la cajetilla y acto seguido encendió otro pitillo-. Cuéntame más, por favor, me muero por saberlo todo.
Meredith le miró indignada.
Ciara estaba escondida detrás del sofá arrojando palomitas de maíz al cogote del pobre Timothy, que permanecía de pie de cara a la pared en un rincón y tenía demasiado miedo como para volverse. Abbey estaba inmovilizada contra el suelo, sometida a las despóticas órdenes de Emily, la sobrinita de cinco años, una muñeca de expresión malvada. Hizo señas a Holly y movió los labios en silencio, articulando la palabra «socorro».
– Hola, Ciara. -Holly se acercó a su hermana, que se puso de pie de un salto y le dio un gran abrazo, estrechándola con un poco más de fuerza de la habitual-. Bonito pelo.
– ¿Te gusta?
– Sí, el rosa te sienta como anillo al dedo. Ciara se mostró complacida.
– Eso es lo que he intentado decirles -aseguró, entornando los ojos para mirar a Richard y Meredith-. Eh, ¿cómo está mi hermana mayor? -preguntó Ciara en voz baja, frotando el brazo de Holly afectuosamente.
– Bueno, ya puedes imaginarlo. -Holly esbozó una sonrisa-. Voy tirando.
– Jack está en la cocina ayudando a tu madre a preparar la cena, si es que le estás buscando, Holly -anunció Abbey, abriendo desorbitadamente los ojos y pidiendo de nuevo «socorro» en silencio.
Holly miró a Abbey y arqueó las cejas.
– ¿De verdad? Vaya, ¿no es estupendo que le esté echando una mano a mamá?
– Vamos, Holly, no me digas que no sabes lo mucho que le gusta a Jack cocinar. Le encanta, es algo de lo que nunca se cansa -dijo Abbey con sarcasmo.
El padre de Holly rió entre dientes, lo cual interrumpió a Richard. -¿Qué te hace tanta gracia, padre?
Frank se movió nerviosamente en el asiento.
– Me parece sorprendente que todo eso ocurra dentro de uno de esos tubitos de ensayo -dijo Frank con fingido interés.
Richard exhaló un suspiro de desaprobación ante la estupidez de su padre. -Sí, claro, pero debes comprender que te hablo de cosas minúsculas, padre. Resulta bastante fascinante. Los organismos se combinan con… -Y siguió con la perorata mientras su padre volvía a arrellanarse en el sillón, esforzándose por no mirar a Holly.
Holly entró de puntillas en la cocina, donde encontró a su hermano sentado a la mesa con los pies apoyados en una silla, masticando algo.
– ¡Ajá, ahí está, el gran chef en carne y hueso! -exclamó Holly. Jack sonrió y se levantó de la silla.
– Y aquí llega mi hermana favorita. -Arrugó la nariz-. Veo que a ti también te han enredado para asistir al evento. -Se acercó a ella y tendió los brazos para darle uno de sus grandes abrazos de oso-. ¿Cómo estás? -le preguntó al oído.
– Muy bien, gracias. -Holly sonrió con tristeza y le besó en la mejilla antes de volverse hacia su madre-. Querida madre, he venido a ofrecerte mis servicios en este momento tan extremadamente estresante de tu vida -dijo Holly, depositando un beso en la mejilla colorada de su madre.
– Vaya, ¿no soy la mujer más afortunada del mundo al tener unos hijos tan bien dispuestos como vosotros dos? -preguntó Elizabeth con sarcasmo-, Bueno, ya puedes ir escurriendo esas patatas que hay ahí.
– Mamá, háblanos de cuando eras una niña durante la hambruna y no había ni patatas para comer -dijo Jack, con exagerado acento irlandés. Elizabeth le golpeó juguetonamente la cabeza con un trapo.
– Oye, eso pasó muchos años antes de mi época, hijo.
– Pero ¿serás coqueta?
– Pero ¿serás grosero? -intervino Holly.
– ¿Queréis dejar de marearme? -pidió su madre, y se echó a reír. Holly se reunió con su hermano en la mesa.
– Espero que no os dé por tramar ninguna diablura esta noche. Me gustaría que, para variar, hoy nuestra casa fuese zona neutral.
– Mamá, me asombra que te haya pasado esa idea por la cabeza -contestó Jack, guiñándole el ojo a Holly.
– Perfecto -dijo la mujer con escepticismo-. Bueno, lo siento, chicos, pero aquí ya no hay nada más que hacer. La cena estará lista dentro de un momento.
– Vaya -se lamentó Holly.
Elizabeth se sentó con sus hijos a la mesa y los tres miraron hacia la puerta, pensando exactamente lo mismo.
– ¡No, Abbey! -protestó Emily, gritando-. No estás haciendo lo que te he dicho. -Y rompió a llorar.
Acto seguido se oyó una gran carcajada de Richard. Sin duda acababa de contar un chiste, ya que era el único que se reía.
– Aunque supongo que no estará de más que nos quedemos aquí a vigilar el punto de cocción -agregó Elizabeth.
– Todo el mundo a la mesa. La cena ya está lista -anunció Elizabeth, y todos se dirigieron al comedor.
Se produjo un momento un tanto incómodo, como cuando en una fiesta de cumpleaños infantil todos se apresuran a sentarse al lado de sus mejores amigos. Finalmente, Holly se dio por satisfecha con su sitio en la mesa y se sentó con su madre a la izquierda, en una cabecera de la mesa, y Jack a su derecha. Abbey se sentó con cara de pocos amigos entre Jack y Richard. Jack tendría que hacer las paces con ella cuando regresaran a casa. Declan se situó delante de Holly, y a su lado quedó el asiento vacío donde debería haber estado Thimothy luego Emily y Meredith, y por último Ciara. Por desgracia, al padre de Holly le tocó ocupar la otra cabecera de la mesa, entre Richard y Ciara, aunque teniendo en cuenta su talante sosegado era el mejor preparado para mediar entre ellos.