Las cortinas se agitaban.
– ¿Has abierto la ventana?
– Sí -le respondió David.
Una sensación de alivio la envolvió, como un baño caliente.
– Estás muy nerviosa -le dijo David-. Deberías tomarte unas vacaciones… irte a alguna parte.
– No dispongo de tiempo en estos momentos; estoy pendiente de resolver dos contratos de importancia.
– Vente al «Castillo Hightower»… tendrás una habitación para ti sola y podrás hacer lo que quieras. Aquello es muy tranquilo. Puedes resolver tus asuntos por teléfono.
– Todo irá bien.
– Si quieres ir a verme puedes hacerlo cuando quieras. No tienes más que bajar. Siempre serás bien recibida.
– Gracias. -Sonrió-. Quizá lo haga. -Vaciló, se agachó y rozó el vaso de whisky-. Ven, quiero enseñarte algo.
Lo precedió hasta el laboratorio fotográfico y tomó la hoja con los contactos que estaba sobre la mesa; los miró con incredulidad; las fotos se habían difuminado por completo en una especie de neblina de tonos blancos y grises. Después tomó los negativos y los colocó bajo la luz del proyector. No había nada en ellos, nada en absoluto. Era como si nunca hubieran sido expuestos.
– No debiste fijarlos bien después del revelado -dijo David.
– No seas ridículo. ¡Claro que lo hice!
– Quizás utilizaste una solución demasiado vieja… se había debilitado. Son cosas que ocurren a veces con el revelado. ¿Qué había en la película?
– Esa es la cuestión; eran unas fotos que me fueron enviadas por uno de mis clientes… un rollo entero. Es un tipo excéntrico. Eran las fotos de los genitales de un animal.
Vio la mirada divertida de David y se ruborizó.
– Sabe mi interés por la fotografía. Bien, el caso es que revelé el carrete, hice una hoja de contactos y las fotos estaban bien; las puse a secar y cuando regresé para comprobarlas, el rostro de Fabián estaba en cada una de las fotografías… Había aparecido en ellas, sin más ni más.
David la miró y se encogió de hombros.
– Doble exposición.
Ella negó con la cabeza.
– No, de ningún modo.
– Ese cliente tuyo, ¿conocía a Fabián?
– No. No tenía motivo alguno para fotografiar a Fabián. Además la imagen de Fabián no estaba en los negativos, sino en los contactos.
– Quieres decir que no la viste en los negativos.
– No. Lo que digo es que no estaba en los negativos.
– ¿Estás segura de que no es todo pura imaginación?
Alex negó con la cabeza.
– Alex, ya sabes que estabas muy nerviosa y llena de ansiedad en aquellos momentos…
– Eso no tiene nada que ver -le replicó furiosa-. Dios mío, ¿qué es lo que quieres? ¿Convencerme de que estoy loca?
– Tal vez deberías ir a ver a un médico.
– David, estoy perfectamente bien. Estoy resistiéndolo todo; se trata simplemente de que está pasando algo muy extraño. Tengo la sensación de que Fabián está rondando por aquí, y es por eso que su cara apareció en las fotografías.
– Y fue él quien después veló las fotografías…
– Quizá. -Se encogió de hombros.
– ¿Y qué más?
– Cosas raras. -Movió la cabeza-. Probablemente nada. Sólo que me pregunto… si no debería ir a ver a un médium. Si me decido a hacerlo, ¿vendrías conmigo?
David sacudió la cabeza.
– Olvídalo, cariño, no harías más que empeorar las cosas para ti. Si vieras un médium y lograras entrar en contacto con Fabián, ¿qué ibas a decirle?
Miró a su marido y después apartó la vista, con el rostro enrojecido. «Ya sé lo que le preguntaría», pensó.
– ¿Y qué esperas que él iba a decirte?
Alex se encogió de hombros.
– Siempre fui bastante escéptica sobre ese tipo de cosas, David, sólo que ahora… -Hizo una pausa-. Tal vez tienes razón y necesito unas vacaciones. Ayúdame a subir el baúl al piso de arriba.
– Y después te llevaré a cenar. Iremos a algún sitio bonito, ¿de acuerdo?
Alex lo miró y afirmó con un gesto.
– Jesús, qué frío hace aquí! -dijo cuando entró con el baúl en el cuarto de Fabián-. ¿Dónde quieres que lo deje?
– En el suelo.
– Deja que lo ponga sobre la cama. Será más fácil si quieres sacar algo. Deberías encender la calefacción aquí. Acabarás cogiendo frío.
– Está encendida. Debe de ser que este piso… -Pero David había alzado el baúl sobre la cama y lo dejó caer en ella provocando el crujir de sus muelles.
Alex no terminó su frase y observó cómo David inspeccionaba el cuarto, perdido, como el visitante que trata de orientarse en un museo.
– Ahí está su telescopio; me acuerdo de cuando se lo regalé.
– Le gustaba mucho.
David miró el retrato y Alex se dio cuenta de la expresión de desagrado de su rostro. Después apartó la mirada.
– Aún tiene ese póster de Brooklands… Ahora vale un puñado de libras.
Alex miró el antiguo coche de carreras que corría por la pista. David se acercó al grabado.
– Recuerdo que fui yo quien se lo colgó… No debía de tener más de siete u ocho años. Organicé un verdadero lío, pues no parecía capaz de ponerlo a la altura adecuada. Tuve que clavar el clavo una docena de veces. -Separó el cuadro de la pared-. Mira, ahí están todos los agujeros que tuve que hacer. -Señaló el yeso de la pared y varios agujeritos distribuidos al azar.
– Es curioso las cosas que a veces se recuerdan -comentó Alex mientras observaba cómo su marido volvía a poner el cuadro en su sitio. ¿Para quién?
Salió al pasillo, sintiendo de repente la urgente necesidad de dejar el dormitorio y deseando que David también saliera de aquella habitación; su presencia allí, moviendo cosas, yendo de un lado para otro, la enojaba. ¡Déjalo descansar!, le hubiera gustado decirle. ¡Déjalo descansar estúpido!
David salió del cuarto con la cabeza baja y sus mejillas exangües y de inmediato Alex se sintió furiosa consigo misma por tener tales pensamientos, furiosa de ver hasta qué punto la cegaba su propia pena. Su hijo había significado mucho para ambos, tras las interminables visitas a los especialistas, su embarazo ectópico que tuvo que ser terminado y, finalmente, la postrera esperanza. ¡Y su secreto!
Bajaron la escalera lentamente y se detuvieron en el rellano. Alex sintió el brazo de David en torno a su talle, apretándola, y se apoyó contra él. De repente hacía frío de nuevo y sintió el deseo de bajar para cerrar las ventanas. Se sentó envuelta por la pena y el dolor -la fría habitación desierta, el baúl, que Fabián nunca desharía- sobre la cama. Sintió el calor del cuerpo de su esposo, su fuerte presencia física, su cuerpo robusto, la presión de su mano grande y poderosa. Se anidó en la suavidad de su barba y lo besó en la mejilla. Notó la reacción de su esposo, la rigidez de su rostro y sus labios húmedos sobre su propia mejilla y cómo su marido la empujaba lentamente, paso a paso, hacia la puerta del dormitorio conyugal. Se dio cuenta de que sus besos se hacían cada vez más apasionados y descendían por su garganta.
– No, David.
Él la besó en la barbilla y después puso sus labios sobre los de ella. Alex apartó su rostro con firmeza.
– No, David -repitió.
– Así -dijo él-. Debemos hacerlo.
Era la voz de Fabián; Alex abrió los ojos y vio el rostro de Fabián, de su hijo.
– No -insistió ella empujándolo para alejarlo-. ¡No, vete de aquí!
– Él volvió a aproximarse-. ¡Márchate, vete! -gritó-, ¡Vete!
Fabián la miraba y el choque emocional la dejó helada por un momento. El rostro volvió a ser el de David, después fue Fabián de nuevo, hasta que Alex se sintió incapaz de decir quién era.
– ¡Márchate, déjame!
– ¡Alex, cariño, cálmate!
Ella le dio una patada directamente entre las piernas y vio el gesto de dolor en el rostro de su marido; después le golpeó el pecho con los puños. Se dio cuenta de que sus manos la atenazaban.