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«De repente parece aliviado -pensó Alex-, como si hubiera logrado superar un profundo conflicto interior y darle salida con sus palabras.»

– ¿Rezar?

– Sí…

– ¿Qué clase de rezos?

El rostro de Philip enrojeció y sus ojos siguieron fijos en el suelo, como si estuviera leyendo algo escrito allí.

– Exorcismo.

Alex comenzó a temblar violentamente. La temperatura en la habitación pareció descender todavía más.

– ¿No hace mucho frío aquí? -No obtuvo respuesta-. Philip… -Se dio cuenta de que su voz temblaba vacilante-. Philip… -Miró de un lado a otro y giró la cabeza. Philip Main estaba detrás de ella, con una cariñosa mirada de preocupación en sus ojos-. ¿No hace mucho frío aquí?

– Cerraré la ventana.

– ¡No! -exclamó. No quería que la cerrara, no quería quedarse aislada, que el mundo exterior quedara excluido-. Es posible que me haya resfriado. -Sintió que sus fuertes manos acariciaban sus hombros y trató de dejar de temblar, pero no pudo conseguirlo-. Haría cualquier cosa en este mundo para acabar con esta pesadilla.

– En ese caso consulta a un sacerdote -le sugirió con calma y volvió a acariciar con ternura sus hombros-. Creo que será lo mejor para nosotros dos.

CAPÍTULO XXVII

Condujo ascendiendo la estrecha calle detrás del campo de fútbol del Chelsea, hasta llegar a una urbanización de casas modernas y se inclinó hacia la ventanilla de la izquierda para poder leer los números de las casas. Confiaba en que al hombre que iba a visitar no le molestara que fuera a la hora del almuerzo.

El número 38, como el resto, era una casita de dos pisos con un pequeño jardín en la parte delantera y se sintió un tanto molesta por tener que dejar el Mercedes aparcado delante de la puerta. Anduvo el pequeño camino que conducía a la puerta y llamó.

El cura le abrió la puerta. Vestía unos vaqueros limpios y bien planchados y un viejo jersey y llevaba en una mano una pieza de un juego de construcción Lego. Tenía un aspecto más joven de lo que ella recordaba.

– ¡Hola…! -saludó vacilando, sin saber cómo llamarlo. ¿Reverendo? ¿Señor?

– John Allsop -dijo saliendo en su ayuda al darse cuenta de su dificultad y trató de localizarla en su memoria. Un ligero parpadeo en el ojo derecho-. La señora Hightower, ¿verdad?

Ella afirmó.

– Me alegro mucho de verla. ¿Cómo está usted?

El entusiasmo de su saludo la sorprendió y durante un momento se quedó sin saber qué decir.

– Muy bien -respondió afirmando con la cabeza y después se preguntó por qué había dicho eso.

– Me alegro. -Dejó descansar el peso de su cuerpo de una pierna a otra y miró el trozo de Lego que llevaba en una mano; se preguntó si estaba a punto de arrojarlo al aire, como un malabarista-. Me alegro -repitió.

– ¿Sería posible que intercambiáramos unas palabras?

– Desde luego, pase.

Lo siguió por el estrecho pasillo de entrada. La sala de estar estaba cubierta de piezas de Lego, con una construcción que parecía una especie de grúa en el centro.

El sacerdote sonrió disculpándose.

– Es terrible este juego, casi demasiado complicado para mí. Se lo regalé a mi hijo en su cumpleaños. ¿Nunca jugó a construir algo?

Alex negó con la cabeza.

– Me parece que va muy bien.

– Me temo que es obra de mi hijo y no mía.

Pasaron a un pequeño estudio en la parte posterior de la casa y el sacerdote la invitó a sentarse en el único sillón. Ella lo hizo mientras observaba a su alrededor. La habitación estaba amueblada suavemente, casi con delicadeza, y en contraste con el despacho de trabajo de Philip, estaba inmaculadamente limpia y ordenada. Había una pequeña librería de fabricación casera, llena de libros religiosos que causaban la impresión de que se les quitaba el polvo a diario. Y algunos fósiles y fragmentos de cerámica en la repisa sobre una estufa eléctrica.

– ¿Es ése su hobby, la arqueología? -preguntó Alex.

– Sí. -Su rostro se animó-. Esas piezas proceden de excavaciones en las que participé.

– Muy interesante -aprobó ella, confiando en que su voz reflejara en cierta medida el entusiasmo del sacerdote.

– Y usted, ¿cómo sigue? Hace unos diez días que fui a visitarla, ¿no es así?

Ella afirmó con la cabeza.

– La verdad es que no me encuentro muy bien.

– Son días difíciles. Era hijo único, ¿verdad?

– Sí.

– Y según creo tiene también dificultades matrimoniales, ¿no es así?

– Sí.

– En ocasiones este tipo de desgracias puede unir más a las personas -dijo el cura amablemente.

Alex movió la cabeza y sonrió con tristeza.

– Nosotros mantenemos buenas relaciones amistosas, pero me temo que nunca volveremos a vivir juntos -explicó amablemente.

De repente recordó que Allsop le había dicho que su esposa falleció recientemente y se ruborizó. No deseaba que se sintiera incómodo.

– Y usted, ¿cómo se las arregla para sacar adelante a su hijo?

– Todo va bien -respondió y vio que una expresión triste cruzaba su rostro-. La gente piensa que las cosas son más fáciles para gente como yo; pero nosotros tenemos los mismos sentimientos.

– Además de la fe.

El sacerdote sonrió de nuevo.

– A veces sometida a duras pruebas. En especial cuando mi hijo rechaza mis sermones.

Alex sonrió.

– ¿Cómo va su libro?

– ¡Ah, lo recuerda! Muy despacio, me temo.

– Eso es lo que siempre dicen mis clientes.

– Es difícil auto disciplinarse. Pero la estoy desviando del objeto de su visita. -La interrogó con la mirada.

– La verdad es que no sé por dónde empezar. -Juntó las manos y entrelazó los dedos-. Están ocurriendo cosas muy extrañas y estoy asustada.

Su ojo repitió el tic nervioso.

– ¿Qué cosas?

– No sé exactamente cómo describirlas. Cosas raras, malignas, cosas para las que realmente no hay explicación lógica.

– ¿Quiere usted decir que la mente le está causando alucinaciones?

– No, no son alucinaciones.

– La aflicción hace que la mente nos juegue todo tipo de trucos.

Alex negó con la cabeza.

– No son trucos. No, no lo son realmente. Yo no soy una persona nerviosa; no tengo una imaginación desbordada. -Lo miró y apretó aún más sus dedos-. En mi casa están ocurriendo cosas muy extrañas y yo no soy la única que lo cree así. -Miró al sacerdote y deseó que fuera más viejo; parecía demasiado joven, inmaduro, pensó-. Se me ha aconsejado… -hizo una pausa, sintiéndose como una chiflada bajo su mirada preocupada- que haga celebrar un exorcismo.

Los ojos del cura se abrieron y Alex se dio cuenta de que la miraba fijamente durante mucho tiempo.

– ¿Un exorcista?

– Debe usted pensar que estoy loca.

– No, no pienso nada de eso en absoluto, pero creo que deberemos hablar de esas cosas que la asustan, ver si encontramos una razón que las explique -hizo una pausa-, y quizá demos con una solución alternativa.

– ¿Cree usted posible que tengamos esa conversación en mi casa?

El la miró vacilante.

– Naturalmente, si lo cree mejor para usted. Veré mi diario.

– ¿No podría usted venir ahora?

Miró su reloj con aire preocupado.

– Tengo que ir a la escuela a recoger a mi hijo a las cuatro. -La volvió a mirar con la mayor seriedad reflejada en su rostro-. Bueno, está bien.

Alex descubrió un sitio libre donde aparcar no lejos de su casa y aminoró la marcha.

– Un coche muy bonito -dijo el párroco.

– Es muy antiguo -respondió Alex, que de inmediato se arrepintió del tono de excusa de su voz-. Tiene más de veinte años.

– La Iglesia no suele usar Mercedes.