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– Ya no vives en tu sociedad -dijo él sin rastro de remordimientos-. Nuestras reglas son reglas de supervivencia. Sólo tenemos una oportunidad de sobrevivir tras siglos viviendo tan honorablemente como nos es posible. Esa oportunidad yace en encontrar a nuestras compañeras. Sin nuestras mujeres, nuestra especie no puede existir y nuestros hombres deben suicidarse o convertirse en vampiros. No hay otra elección para nosotros.

MaryAnn suspiró. Sin la pena y la desesperación corroyéndola, debería haber sido capaz de pensar mucho más claramente, pero ahora mismo la confusión reinaba sobre todo lo demás. ¿Debía culpar a sus propias emociones, o era Manolito? Y si era Manolito, ¿cómo podría él sobrevivir en la selva tropical sin saber qué le estaba pasando?

– ¿Cómo me extiendo hasta él? Nunca he intentado nada como esto antes.

Riordan y Juliette intercambiaron una larga y sorprendida mirada. Nunca habían tenido que explicar lo que parecía venirles naturalmente.

– Imagínale en tu mente. Utiliza detalles, hasta la más mínima cosa que recuerdes de él, incluyendo olor y sentimiento -aconsejó Riordan.

Genial. Recordó la sensación de que era el hombre más sensual que hubiera evocado en su vida. El calor se extendió a través de su cuerpo. ¿Tenía su boca viajando realmente hacia abajo por su garganta hasta la hinchazón de su pecho? ¿Tenía sus dientes hundiéndosele en la piel para introducir su sangre vital en él? La idea le debería haber resultado repulsiva. Cualquier mujer cuerda lo habría encontrado repulsivo. Cerró los ojos y pensó en él.

Sus hombros eran anchos, sus brazos poderosos. Su cintura y sus caderas eran esbeltas, su pecho musculoso. Sus músculos se ondulaban bajo la piel como un gran felino depredador cuando se movía. Y se movía en absoluto silencio. Su cara… MaryAnn tomó aliento. Sus facciones eran exquisitas. Era el hombre más guapo que había visto nunca. Oscuros y misteriosos ojos, brillante cabello negro acentuando los fuertes ángulos y planos de su cara, una nariz recta y masculina y altos pómulos que cualquier modelo envidiaría, su mandíbula fuerte, con sólo una sombra ligera sobre ella. Pero era su boca la que no había sido capaz de dejar de mirar. Sensual, con un indicio de peligro. Lo justo para volver loca a una mujer.

Se extendió hacia él y para su asombro sintió su mente expandirse, como si solo hubiera estado esperando, como si el camino le fuera ya familiar. Le sintió, sólo por un momento, tocándola, extendiéndose hacia ella, pero entonces… Sus ojos se abrieron con terror y sus manos se dispararon defensivamente. Un enorme y feroz felino saltó entre ellos con intenciones asesinas. Los dientes explotaron fuera del hocico, dirigiéndose hacia la garganta de Manolito. Ella gritó y empujó su cuerpo frente al de él, sintiendo el aliento caliente abanicar su cara. Jaguar.

Capítulo 3

Manolito se dio la vuelta, todavía de rodillas, levantando las manos instintivamente hacia el enorme y pesado felino, mientras éste se lanzaba a por su cabeza. La fuerza y el poder del jaguar eran tremendos, le derribó e hizo que cayera sobre su espalda. ¿Era real, o una ilusión como habían sido los vampiros de las sombras?

Sus dedos se hundieron en el espeso pelaje. Unas garras arañaron su estómago, desgarrando de piel y músculo. Un aliento caliente y fétido golpeó su cara, y unos dientes maliciosos arañaron su brazo cuando utilizó la fuerza bruta para evitar que la bestia llegara a su garganta y cabeza. Por un momento, mientras yacía bajo el felino, manteniendo la enorme cabeza lejos de él, sintió a alguien… ella… su compañera… moviéndose en su mente.

Ella gritó de terror y le resonó en la mente, reemplazando el hambre y la confusión por una concentración que no podría haber encontrado de otro modo. La vio extenderse hacia el felino, intentando ayudarle. No deseando arriesgar su vida, rompió el contacto telepático entre ellos y se disolvió. Su cuerpo se convirtió en vapor, sobrevolando y rodeando al felino para retomar la forma de un jaguar macho de amplia y pesada cabeza y cuerpo grande y musculoso del color de las sombras más oscuras. Gotas de sangre cayeron como niebla, salpicando las hojas y raíces mientras tomaba la forma de un raro jaguar negro.

Gruñó un desafío y saltó. Los dos felinos colisionaron pesadamente, rodando a través de raíces y ramas, mientras los sonidos de la batalla perturbaban la noche.

Muchos felinos utilizaban la estrangulación para matar, pero el jaguar, con su mandíbula excepcionalmente poderosa, mordía directamente a la cabeza entre los huesos temporales, matando a la presa instantáneamente. Como el Amazonas había sido su hogar durante muchos años, los hermanos De la Cruz habían estado en contacto continuo con los felinos.

Los jaguares eran extraordinariamente fuertes, con cuerpos musculosos y compactos y amplias cabezas. Sigilosos y casi invisibles, vivían una vida solitaria en un mundo sombrío de crepúsculos y amaneceres. Con su increíble visión nocturna, letales garras retráctiles, caninos puntiagudos y cuerpos bien musculosos hechos para la emboscada y el sigilo, reinaban en la selva, pero se mostraban suspicaces a la hora de pelear. La húmeda espesura era un perfecto campo abonado para las infecciones.

El primer pensamiento de Manolito fue matar en defensa propia. Estaba débil por el hambre y ya perdiendo una sangre preciosa. El curso de acción más sabio y seguro era terminar con la batalla rápidamente, pero el respeto por el depredador más fuerte de la selva le contuvo. Sus hermanos y él siempre habían vivido en armonía con las criaturas de la selva. No tomaría la vida de este animal si tenía alternativa.

Gruñó una advertencia, indicando claramente al macho que retrocediera. Probando el aire, no pudo encontrar el olor remanente de una hembra que pudiera haber dado al felino un incentivo para luchar.

El jaguar rodeó el poderoso cuerpo cubierto de pelaje de Manolito, mostrando los dientes y gruñendo suavemente con desafío. Esperando doblegar al animal, Manolito saltó. El jaguar se apresuró a ir a su encuentro, acuchillando con garras como estiletes, mientras Manolito se extendía buscando la mente de la bestia. La jungla estalló con una explosión de sonido cuando los dos felinos se encontraron.

Los pájaros en la canopia chillaron y alzaron el vuelo a gran altura. Los monos gritaron y lanzaron ramas y hojas hacia los dos jaguares mientras estos rodaban sobre la vegetación. Las ramas se quebraron bajo los pesados cuerpos, esparciendo escombros en una densa nube a su alrededor. Manolito pasó a través de la rabia roja de la mente del felino e intentó encontrar el espíritu del animal mientras evitaba que los colmillos letales se hundieran en él.

Los jaguares poseían una espina dorsal extremadamente flexible que les permitía girar y retorcerse, mover sus patas lateralmente, e incluso cambiar de dirección en medio del aire. Los músculos de sus cuerpos les daban una fuerza tremenda. Manolito recibió otro arañazo cruel en el costado mientras intentaba concentrarse en tranquilizar al felino.

Empujó con fuerza, rompiendo el muro de rabia y encontró… a un hombre. Esto no era un jaguar. Era uno de los raros y solitarios hombres jaguar que todavía tenían su hogar en la selva tropical. Los cárpatos y la gente jaguar siempre habían vivido en armonía, evitándose los unos a los otros, pero éste le había atacado deliberadamente.

Manolito se disolvió y tomó su forma humana, esta vez desde la relativa seguridad de una cierta distancia. Los felinos podían cubrir distancias asombrosas de un solo salto, y la gente jaguar tenía una astucia y fuerza más allá de lo normal. Se puso en pie, respirando con dificultad, buscando signos de agresión en el felino que le enfrentaba con los flancos en movimiento y un gruñido en la cara.