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– Sé que eres un hombre. Morirás si continúas. No puedes utilizar mi respeto por el jaguar para derrotarme. ¿Por qué has roto nuestro pacto tácito?-deliberadamente dio a su voz un tono suave, tranquilizador e hipnotizante para ayudar a serenar el temperamento del felino.

El jaguar desnudó los dientes, pero se mantuvo firme, sus ojos abandonaban la cara de Manolito, como si sólo estuviera esperando un momento de debilidad que le diera ventaja. Y Manolito estaba débil. Mantuvo el dolor de sus heridas a raya e ignoró el hambre rabiosa que casi le consumía. El olor de la sangre era pesado en el aire. Ambos jaguares habían resultado heridos, y las gotas salpicaban las hojas como brillantes puntos carmesí. El jaguar lamió deliberadamente las gotas de sangre, para recordar a Manolito el tanto que se había apuntado.

Manolito entró en acción, una furia helada le inundó ante la insultante burla. Saltó sobre la espalda del animal, hundiendo profundamente las rodillas en los músculos de los flancos, las piernas casi aplastaron al animal mientras cruzaba los tobillos bajo la barriga. Envolvió un brazo alrededor del grueso cuello en una media llave Nelson para echarle la cabeza hacia atrás. Hundió los dientes profundamente en la yugular y bebió. El animal se tensó, resistiéndose, pero el hombre dentro del felino forzó su inmovilidad, comprendiendo que Manolito podía… y lo haría… desgarrarle la garganta.

La sangre caliente bombeó en su cuerpo hambriento, empapando los tejidos y células, rejuveneciendo sus músculos. Por un momento estuvo flotando en la euforia, la sangre estaba llena de la tan rica y adictiva adrenalina, habiendo pasado tanto tiempo sin ella y estando tan cerca de convertirse.

Tan buena. No pares. Siente el subidón. No pares. No hay nada como esto en el mundo. Únete a nosotros, hermano. Ven con nosotros. Tómala toda. Cada gota.

Manolito oyó varias voces susurrando la tentación. El zumbido de su cabeza se hizo más fuerte hasta que fue casi doloroso. Está prohibido tomar una vida.

Solo un felino. Nada para alguien como tú. Te atacó. ¿Por qué perdonarle la vida cuando él te habría matado?

La tentación era fuerte. Cálida y rica sangre, y estaba hambriento. El felino le había atacado primero. Todavía estaba dispuesto a matarle, de tener la oportunidad, incluso ahora, cuando le había perdonado la vida.

Pero sintió la diferencia en su cuerpo, se sentía enfermo de nuevo, como si su estómago se acalambrara, lo cual no tenía sentido. Zumbaban insectos en sus oídos, ruidosos y molestos, pero cuando deseó que se alejaran, el ruido no menguó. A su alrededor el suelo se ondeó, como si un terremoto hubiera tenido lugar profundamente bajo tierra. Su estómago se revolvió con él.

Necesitas fuerza. El felino está herido. Necesitas sangre para sanar, y esta es muy buena. Bebe, hermano. Bébela toda. Los susurros persuasivos continuaron.

Bajo él, el felino empezó a estremecerse. El hombre se revolvía dentro del animal gritando algo ininteligible, algo humano.

Humano. No podía matar mientras se alimentaba.

Humano no. Un felino. Desgárrale la garganta. Goza del poder. Siéntelo, hermano, siente el poder absoluto de una vida desvaneciéndose bajo tus manos. Sé lo que siempre has debido ser… lo que eres.

¿Lo que era? ¿Un asesino? Si. No había duda de que había matado tantas veces que ya no recordaba todas las caras. ¿Dónde estaba? Miró alrededor, y por un momento la selva desapareció y estuvo rodeado de formas oscuras, los dedos estirados y anudados de los muertos señalaban acusadoramente. Las ramas golpeaban unas con otras como huesos blancos y quebradizos, provocando estremecimientos por su espina dorsal.

Había matado… si. Pero no así. Estaba mal. La autodefensa era una cosa. Y había justicia y honor en despachar a un hermano caído cuando este había entregado su alma al mal, pero matar mientras se alimentaba iba contra todo en lo que él creía. No. Fuera lo que fuera, fuera quien fuera, el que estaba intentando conseguir que matara no era un amigo.

Requirió disciplina tomar sólo lo que necesitaba para sobrevivir, sólo lo que necesitaba para traspasar las barreras de la bestia y acceder a la mente del hombre que había dentro. Pasó la lengua sobre los pinchazos para sellarlos y se disolvió en vapor, sólo para reaparecer a cierta distancia, cuidando de examinar las sombras a su alrededor. ¿Estaban esas casas entre las sombras, asomándose a través de las hojas y saliendo del suelo? ¿Había vampiros al acecho? Se puso de puntillas, listo para cualquier cosa. El jaguar rugió, atrayendo su atención hacia el peligro más inminente.

Manolito forzó una sonrisa despreocupada.

– Tienes el sabor de mi sangre en tu boca. Y yo tengo el sabor de la tuya. Tienes la información que busco. Intentaste matarme y no te debo cuartel.

El felino permaneció inmóvil, ni un músculo se movía, con los ojos intensamente enfocados en Manolito.

La gente jaguar era tan elusiva y sigilosa como los grandes felinos, y como su parte animal… o a causa de ella… preferían la selva densa cerca de arroyos y riberas. Eran raros de encontrar y, con toda probabilidad, lo suficientemente sigilosos y demasiado familiarizados con la selva como para no ser vistos nunca si así lo deseaban. Los hombres, como el animal, eran de constitución musculosa y enormemente fuertes. Tenía una tremenda visión nocturna y excelente audición. Eran buenos escalando árboles y eran fuertes nadadores. Poco se sabía de su sociedad, aunque Manolito sabía que tenían mal genio cuando este despertaba.

Antes de explorar profundamente en la mente del jaguar, el cazador lanzó otra lenta y cautelosa mirada alrededor, escaneando mientras lo hacía. Las voces no se habían acallado del todo, susurraban en su oído, urgiéndole a matar. Las sombras en las que su visión no penetraba del todo parecían contener miles de secretos. Algo reptó por el suelo, justo bajo la superficie, desplazando tierra mientras se movía. La boca se le secó.

El jaguar se movió, agachándose un poco más, tensando los músculos y atrayendo la atención instantánea de Manolito. Siglos de cazar en situaciones peligrosas mantuvieron su cara inexpresiva, los ojos duros y fríos y la boca un poco cruel.

– Atrévete a atacar, hombre-gato, y no tendré piedad de ti. -Y no la tendría. No con vampiros cercándole. No tenía tiempo para la piedad, no si quería vivir.

La sangre que Manolito había tomado del hombre-jaguar le capacitó para seguir el patrón cerebral, empujando a través de los últimos escudos para extraer información. Odio, profundo y violento, hacia los cárpatos. La necesidad de encontrarlos y destruirlos. Una sensación de traición y justa cólera. Asombrado, Manolito se introdujo más profundamente. Las dos especies nunca habían sido grandes amigos, pero tampoco habían sido enemigos. Defendían diferentes valores, pero siempre se las habían arreglado para respetar la sociedad de los otros.

Había un toque allí en los recuerdos, una mancha oscura, algo extraño. Lo examinó cuidadosamente. El punto era muy oscuro en el centro, pero se formaban anillos alrededor, de un color más ligero, extendiéndose para abarcar el cerebro entero del hombre-jaguar. Cuanto más se acercaba Manolito más se extendiera la decoloración, y más agitado y molesto se ponía el jaguar.

En el momento en que Manolito se fundió, a pesar de lo suave del toque utilizado, sintió al mal removerse, volverse consciente de él. A su alrededor las sombras se hincharon y tomaron forma. Dentro del cerebro del jaguar la mancha se removió, perturbada. Retrocedió, no quería provocar aún más la ira del felino. El animal estaba temblando, con la piel húmeda y oscura mientras los flancos se movían pesadamente. El hombre estaba empezando a perder la batalla por controlar a la bestia.