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Manolito utilizó cada onza de energía para luchar con los pequeños flujos de contorneantes parásitos, quemándolos en sus escondites, siguiéndolos mientras corrían a través del cerebro del hombre-jaguar en un intento de evadir el ataque. Fue un trabajo arduo y agotador.

Cuando estuvo hecho y volvió a su propio cuerpo, Manolito se tambaleó y casi cayó. Su anterior necesidad de sangre se había visto a penas satisfecha, y utilizar tanta energía le había drenado. Sólo una disciplina férrea le mantuvo sobre sus pies.

A su lado, el jaguar se desfiguró. El pelaje ondeó y los músculos se estiraron y alargaron. El cambio de la gente jaguar era diferente al de los cárpatos. Piel y bandas de músculos aparecieron, largo cabello oscuro con vetas doradas corriendo para cubrir una noble cabeza. Había un hombre agachado en el suelo donde antes había estado el felino.

Luiz se enderezó lentamente hasta que estuvo de pie erguido delante de Manolito. Como todos los hombres-jaguar, se sentía cómodo con su desnudez, el cuerpo musculoso, el cabello alborotado.

– Me disculpo por intentar tomar tu vida. -Hablaba con gran dignidad, sus ojos se encontraron con los de Manolito sin parpadear, incluso mientras gesticulaba hacia la sangre que goteaba sin parar por el cuerpo del cazador.

Manolito se inclinó ligeramente en reconocimiento, mientras mantenía todos los sentidos alerta en prevención de otro ataque.

– Ningún hombre es responsable de lo que hace bajo la influencia del vampiro.

– Tengo una gran deuda contigo por ayudarme a librarme de él.

Manolito sabía que era mejor no negarlo. El hombre-jaguar estaba rígido de orgullo, y su cara mostraba culpa y preocupación.

– Debe ser difícil vivir con algo así cuando has trabajado tan duro para salvar a tu gente de la misma cosa que te ha infectado.

– Conozco la diferencia entre el bien y el mal. La mayoría de los hombres que quedan también, pero el vampiro es como una enfermedad. No podemos detener lo que no podemos ver. Si volviera e intentara hablar con los demás de esto, no tendría pruebas. No tengo la capacidad, como tú, de encontrar la mancha del vampiro y extraerla.

– Si no lo haces, no hay esperanza para tu especie -señaló Manolito-. Vuestras mujeres huyen, por necesidad y el vampiro os destruye desde dentro.

Luiz asintió en señal de acuerdo.

– Sabía que algo iba mal y el odio hacia tu raza se enconaba. El vampiro ha debido plantar la semilla entre nosotros. Los hombres de los cárpatos nos roban a nuestras mujeres. No recuerdo haberme encontrado con un vampiro, o que alguien dijera tal cosa, pero sabía desde hacía algún tiempo que no estaba pensando con claridad.

– Subestimó tu fuerza. Debió elegirte porque eres un líder.

– En un tiempo lo fui, ya no. Los hombres están diseminados, corriendo en manadas y buscando mujeres de nuestra sangre. -Luiz frunció el ceño, frotándose las sienes mientras intentaba evocar lo que le habían dicho-. Creo que el vampiro quiere a una mujer específica, una de sangre pura que puede cambiar rápidamente, y luchar tan dura e incansablemente como un hombre. Insistió en que si la encontrábamos, la lleváramos al Instituto Morrison para sus investigaciones de duplicación del ADN-suspiró-. En ese momento pareció tener mucho sentido, pero ahora no lo tiene en absoluto.

Las hojas susurraron y ambos hombres se giraron hacia el sonido. El hombre-jaguar se deslizó hacia Manolito con movimiento fluido y sigiloso, tan silenciosamente como cualquier felino mientras se ponían espalda contra espalda. Hay ojos en la selva. Y oídos. Mi gente ya no es de fiar ahora que el vampiro ha llegado a ellos.

Manolito buscó en sus recuerdos la información que le eludía. No podía mostrar vulnerabilidad, o dejar ver que estaba buscando en dos niveles distintos, sin saber cual era real y cual imaginario. Ni que tan siquiera sabía si el mundo de sombras era una ilusión. ¿Podía estar caminando en dos mundos a la vez?

Eliminaste la mancha del vampiro de mí. ¿Es posible hacer lo mismo con mis hermanos?

Manolito podía sentir al hombre-jaguar extendiéndose hacia su mente, buscando con todos sus sentidos el peligro. Olisqueaba el aire, escuchaba, sus ojos se movían inquieta e incesantemente.

– Lo que sea que hay ahí fuera está lejos de nosotros -dijo Luiz-, aunque otros han entrado en la selva.

El corazón de Manolito saltó. Su compañera. Estaba seguro de ello. Acudía a él. Tenía que ser ella. Ningún compañero podía estar separado mucho tiempo del otro y sobrevivir. Eran dos mitades del mismo todo y necesitaban que el otro les completara.

Ven a mí… Fue una orden. Una súplica. Pero no conocía su nombre. No podía evocar una imagen completa de ella. Cerró los ojos para retener sus recuerdos. Piel. Recordaba su increíble piel, más suave que ninguna otra cosa que hubiera tocado jamás, como seda ardiendo bajo sus labios. Su sabor, salvaje y especiado como la mujer misma. Su pulso se aceleró y su aliento se volvió ronco, su cuerpo se tensó inesperadamente. Había olvidado lo que era el deseo. La lujuria. Pensar en una mujer y desear hundir su cuerpo para siempre en el de ella, hacerse uno. O quizás nunca había conocido realmente la sensación. Quizás había explorado a tantos otros hombres que simplemente había sido una ilusión hasta este mismo instante. Ahora su cuerpo reconocía a la mujer que necesitaba, y era exigente en cuanto a ser saciado en todos los sentidos.

– Cárpato. Te tambaleas de cansancio. Esta cosa que has hecho, sacar al vampiro de mi cuerpo, fue difícil para ti. -Luiz hacía una declaración.

– Si. -Pero era más difícil mirar a las hojas de los arbustos y helechos, a las ramas que yacían rotas en la tierra, y ver las caras sombrías del mal mirándole. En numerosas cascadas y arroyos había ojos como si de una tumba acuosa se tratara. Todo parecía ser traslúcido, un velo gris y malsano que caía sobre los brillantes colores de la selva.

El hombre-jaguar se relajó, la tensión se aflojó en él, pero Manolito estaba más alerta que nunca. En la distancia, otros habían entrado en la selva, eso era cierto, pero fuera lo que fuera a lo que se enfrentaba en el mundo de sombras, estaba todavía allí, esperando y observando. El hombre-jaguar no podía ver ni sentir el otro mundo, pero Manolito sabía que aún estaba en peligro. O quizás el mundo de sombras era en realidad una ilusión y estaba perdiendo la cabeza, ya que sus piernas se negaban a sostenerle mucho más, Manolito se agachó lentamente, cuidando de aparentar mantener el control. Lanzó otra lenta mirada alrededor, con un pequeño ceño en la cara. ¿Por qué estaba viéndolo todo a través de un velo, como si estuviera solo medio en su mundo y medio en el otro? Enterró la mano en la tierra en la que había dormido, esperando que eso le anclara y le mantuviera lejos de las sombras.

Justo como había esperado, la tierra era terra preta, fértil tierra negra que se encontraba entre la arcilla más pobre y la arena blanca de la selva. Al contrario que otras tierras de la selva, la terra preta mantenía su fertilidad. Encontrar la preciosa tierra había sido un factor decisivo en la decisión de su familia de comprar la isla.

Los hermanos De la Cruz habían comprendido que la tierra era la clave para la supervivencia y la esperanza. Lejos de su tierra natal, sin su tierra nativa, buscaron en la selva brasileña durante los primeros siglos, algún terreno rico y rejuvenecedor que les ayudara, no sólo a sanar sus heridas y dormir, sino que les diera la fuerza que necesitaban para mantener el honor tan lejos del príncipe y su gente y sin compañeras que los sostuvieran. Tomó puñados de la preciosa tierra y taponó con ella las heridas de su estómago y los costados para evitar perder más sangre.

Aún con la tierra en sus manos, las grandes frondas que parecían de encaje estaban ensombrecidas, pasando de un vívido verde a un gris apagado. El aliento se le quedó atascado en la garganta cuando se le ocurrió una idea. ¿Y si su compañera estaba muerta? ¿dejaría de ver en color?