MaryAnn dio tres pasos e inmediatamente todo en ella cambió y se estiró en la otra dirección. La sensación era tan fuerte que se detuvo.
– Este es el camino equivocado. No está aquí. Él… -gesticuló, su corazón palpitaba.
¿Qué estaba haciendo Riordan, guiándoles por el camino equivocado? ¿No quería encontrarlo? ¿Por qué le mantenían a distancia? Las semillas de la sospecha estaban creciendo, y no las podía suprimir. Se giró lejos de la dirección a donde Riordan les dirigía, confusa de repente. No podía entender porque creía saber donde estaba Manolito. Intentaba repetidamente alcanzarle, rozar la mente de él con la suya, pero no podía, no podía encontrarle. Por más que lo intentaba, por más que supiera que no era psíquica en lo más mínimo. No tenía ningún talento, y ninguna habilidad para ser la compañera de nadie. Aun así, temía que el hombre estuviera en problemas, y tenía que llegar hasta él.
Confusa, dio otro paso lejos de los cárpatos y tropezó con las raíces de apoyo de uno de los emergentes más altos, un árbol de enorme altura que estallaba a través de la canopia para dominar sobre los demás. Las raíces estaban retorcidas de forma elaborada y astuta, vagando por la superficie del suelo, las puntas sondeando en busca de nutrientes. Una pequeña rana arbórea, de color verde brillante, saltó de una rama particularmente gruesa para aterrizar sobre el hombro de MaryAnn.
Contuvo un chillido y se quedó congelada.
– Vete. Bájate de mí, ahora mismo -ordenó, su mano cerrándose alrededor del pequeño spray de pimienta.
¿Dónde estás? Te necesito. Por favor que estés vivo. Porque no era una mujer hecha para ranas arbóreas y escarabajos, pero no iba a salir de la selva tropical hasta que encontrara a ese hombre o su cuerpo. Podía arreglárselas con la oscuridad de un callejón de la ciudad cualquier día de la semana, pero detestaba andar entre el barro y las hojas podridas, con la opresiva oscuridad y el silencio cerrándose a su alrededor. Sentía ojos observando cada paso que daba.
Juliette susurró suavemente, aunque era con su mente con lo que se extendía, para pedir a la rana que dejara a MaryAnn. Juliette tenía una afinidad con los animales, e incluso los reptiles y anfibios respondían a veces, pero en este caso, la rana se movió más cerca del cuello de MaryAnn, adhiriéndose con sus patas pegajosas.
¡Aléjate de mí!, chilló MaryAnn en su cabeza, incapaz de esperar a que la rana obedeciera la orden de Juliette. ¡Ahora mismo!
– ¡Vete! -gritó en voz alta.
Evidentemente la criatura ya había tenido bastante de humanos, y saltó al tronco del árbol más cercano, aterrizando cerca de otras dos pequeñas ranas. Arriba, en la canopia, un pequeño mono tiró hojas al trío de anfibios.
MaryAnn cerró los ojos, respiró hondo y empezó a caminar otra vez, esta vez, a pesar de los altos tacones de sus botas, cogiendo el ritmo hasta que estuvo prácticamente corriendo. Pasó empujando junto a Riordan, que parecía atónito. Cuando empezó a seguirla, Juliette le agarró del brazo y gesticuló hacia los árboles que les rodeaban. Pequeñas ranas punteaban los troncos y las ramas, saltando de un árbol al siguiente, siguiendo el progreso de MaryAnn. Arriba, en la canopia, los monos utilizaban la autopista de enredaderas para converger y seguir a la mujer mientras esta avanzaba por la selva
¿Crees que el vampiro está aquí?, preguntó Juliette.
Riordan hizo otro, mucho más cuidadoso y completó escaneo del bosque circundante. Si es así, es un maestro en ocultar su presencia. Sé que son mucho más astutos en tales cosas, así que tendremos que estar alerta a todos los peligros para ella. Se siente atraída hacia Manolito, y quizás pueda encontrarle más rápido que nosotros, ya que escuda su presencia de mi.
Juliette frunció el ceño mientras empezaban a seguir a MaryAnn. Su lazo de sangre debería mantenerte informado de su paradero.
Riordan le lanzó una pequeña sonrisa. Somos antiguos, Juliette, y hemos estudiado muchas cosas a lo largo de los siglos. Manolito puede ocultar su presencia incluso a nuestros mejores cazadores y no hay manera de detectar a Zacarias cuando no quiere que se sepa que está cerca.
MaryAnn se dio cuenta de que le corrían lágrimas por la cara. La sensación de terror y miedo era aplastante. ¿Dónde estás? Encuéntrame. Continuaba intentando llamar a Manolito mentalmente, aunque claramente no tenía esos dones psíquicos que todos creían que tenía.
Cuando se adentró más profundamente en la selva, se dio cuenta de que los verdes ya no eran tan vívidos. Las hojas y los arbustos parecían tener un velo de niebla sobre ellos, cambiando el vibrante color a un lánguido gris. Las sombras crecían donde antes no había habido ninguna. Primero había visto brillantes colores en la oscuridad, y ahora estaba viendo sombras cuando no debería. El terror se movió a través de ella, pero no podía parar. Su mente se plagó de susurros mientras empezaba a correr. Ella no hacía footing. No era corredora de footing ni de ningún otro tipo, pero se encontraba apresurándose por el bosque en un esfuerzo por llegar a Manolito.
Algo la empujaba hacia adelante mientras por todas partes el bosque se oscurecía y el susurro sobre su cabeza se hacía más pronunciado. Una vez, se arriesgó a mirar hacia arriba, pero había pequeñas cosas peludas columpiándose sobre su cabeza y eso la hizo sentirse mareada y ligeramente enferma. Tropezó y casi se cayó, apoyando la mano para evitar la caída. Su larga uña con una hermosa manicura se clavó en el húmedo musgo. Una uña rota. Una docena de ranas verdes saltaron a su brazo y se adhirieron con sus pegajosas patas palmeadas.
Se quedó congelada. Las ranas la miraban fijamente con inmensos ojos negros y verdes parpados. Eran brillantes, con lunares en el vientre y uñas verdes parejas, como si estuvieran pulidas. Las lenguas salieron como una flecha, probando el cuero de la chaqueta. MaryAnn se estremeció y miró atrás hacia Juliette.
– ¿Por qué hacen eso?
Juliette no tenía una respuesta para ella. Nunca había visto que las ranas se congregan en semejante número antes, y había pasado la mayor parte de su vida en la selva tropical.
– No lo sé -admitió-. Es una conducta inusual. Riordan, ignoran hasta el más fuerte de los empujones. Había alarma en su voz y su mente.
Riordan puso a Juliette detrás de él, evaluando a las ranas con suspicacia.
– Cuándo las criaturas no actúan como debieran, es mejor destruirlas.
El aliento de MaryAnn se atascó en su garganta. Sacudió la cabeza.
– No. No quiero que las mates. Quizás solo sientan curiosidad por mi chaqueta -Hizo un gesto para que se fueran con su mano libre-. Moveros, pequeñas ranitas. -Deprisa antes de que el gran cárpato malo os fría. Lo digo en serio, tenéis que moveros. Silenciosamente las instó a cooperar, mientras mentalmente ponía los ojos en blanco. Por amor de Dios, ¿cuánto daño podían hacer unas diminutas e inocentes ranas arbóreas, a fin de cuentas? No quería ver a Riordan hacer algo como lanzar una lluvia de fuego sobre esas indefensas cosas-. Fuera, fuera. Volved a vuestras casitas.
Las ranas se echaron a los árboles, el movimiento envió una extraña onda de verde sobre las raíces enredadas, como si docenas de ranas saltaran hacia la seguridad de las ramas más altas. MaryAnn lanzó a Riordan un pequeño resoplido.
– ¿Qué ibas a hacer, convertirlas en kebab? Pobres cositas. Probablemente estuvieran tan asustadas como yo.
¿Lo sentiste, Juliette? ¿Esa oleada de poder? Ella hizo que las ranas se marcharan. Y se está burlando de mí. Burlándose. Iba a tener que revisar sus ideas sobre de la compañera de su hermano.