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MaryAnn cerró los ojos brevemente. Sencillamente genial. Y había estado preocupada por los jaguares. Los vampiros eran mucho peor. Extendiendo la mano libre, cerró los dedos alrededor del spray de pimienta.

– Vale. Muéstrame lo que ves. Puedes hacerlo, ¿verdad? Abrir tu mente a la mía.

La sintió moverse dentro de su mente, ya fundiéndose y estirándose, yendo a su encuentro. Parecía inconsciente para ella, pero la fusión había sido iniciada por ella. La mente femenina se deslizó fácil y subrepticiamente dentro de la suya. Sus dedos se cerraron alrededor de los suyos. Un temblor recorrió su cuerpo.

Los ves.

MaryAnn miró fijamente a las caras horribles que los rodeaban. No la sorprendía que Manolito no distinguiera entre realidad e ilusión. Los vampiros eran muy reales allí en su mente. Al menos creía que estaban en su mente.

– ¿Confías en mí? -preguntó.

– Con mi alma, -respondió él prontamente. Creía que era su compañera y no podría haber traición, ni mentiras entre ellos. Y si estaba equivocado, que así fuera, moriría protegiéndola.

– Sal de mi mente y yo conseguiré que salgamos de aquí. -Intento colocarse delante de él, agarrando con fuerza el frasco de spray de pimienta, preparada para la batalla con lo que fuera que se interpusiera en su camino, así podría mantenerle a salvo.

Él la cogió de la barbilla y la obligó a mirarle.

– Yo no soy el que mantiene la unión. Eres tú. No puedo liberarte, sólo tú puedes hacerlo.

Se acercó más a él como para protegerle.

– Yo no puedo estar sosteniendo la unión. No soy psíquica.

– Todo irá bien, ainaak enyem. Por siempre mía -tradujo-. No permitiré que te hagan daño mientras vivamos en lamti ból jüti, kinta, ja szelem.

– No hablo tu idioma. -Y fuera lo que fuera lo que había dicho no podía ser muy bueno. Sonaba demoníaco. Se preparó para la traducción.

– El significado literal es prado de noches, tinieblas y fantasmas. Parecemos estar parcialmente en nuestro mundo y en cierta medida en el inframundo. No estoy seguro cómo ha ocurrido o por qué, pero tenemos que encontrar la salida.

– Me temía que pudiera ser algo así. -Y tanto que no pertenecía a este mundo. Ni siquiera veía películas de miedo-. Bien, dime qué hacemos, porque ese horrible vampiro a nuestra izquierda se está acercando.

El mundo era gris. De un gris apagado y velado con hebras de niebla colgando como musgo, cubriendo las ramas de los árboles ennegrecidos. Y había insectos por todas partes. Grandes, volando alrededor de su cara y de cada pulgada de piel expuesta. Sacó el spray de insectos y los roció con una explosión del frasco. La mezcla salió del inyector como un extraño vapor verde grisáceo, flotando lentamente y espesándose mientras salía. Su sonido fue un silbido lento, como un animal, excesivamente ruidoso en la repentina quietud del mundo.

– No hacen ningún ruido, -murmuró a Manolito-. Los insectos. Hay tanto silencio aquí.

Inmediatamente las cabezas de los ghouls se giraron, ojos brillantes se posaron en ella. Registrando sorpresa. Los vampiros se miraron unos a otros, y después otra vez a ella. Un murmullo de júbilo se alzó y uno de los vampiros se acercó, su horrible boca se abrió de par en par exponiendo dientes manchados y afilados como navajas de afeitar.

– Encantados de tenerte entre nosotros, -siseó el vampiro, su apestoso aliento no llegó a la piel de MaryAnn-. Hace mucho tiempo desde mi última cena.

Un vapor se alzó alrededor de ellos, envolviéndoles en una espesa niebla. Manolito la arrastró a sus brazos, rodeándole con ellos la cabeza para evitar que viera a los monstruos mientras estos se acercaban, con ojos despiadados que miraban golosamente su cuello.

– Este sería un buen momento para volar -urgió MaryAnn.

– No puedo en este mundo. Estoy limitado por las leyes de la tierra de la niebla.

La tierra se movía y más caras miraban fijamente hacia ellos. El vampiro se acercó, cada movimiento laborioso. MaryAnn se tensó cuando un largo dedo huesudo la señaló, y la criatura encogió los dedos, llamándola. Un soplo asqueroso de aire tan frío como el hielo sopló hacia ella. Antes de que este tocara su rostro, Manolito giró, de forma que se estrelló contra su espalda, en vez de dejar que el vampiro le golpeara la cara con su respiración venenosa. A pesar de ello, MaryAnn sintió los afilados trozos de hielo perforar el cuerpo de Manolito, directos hacia ella.

– Al infierno con esto, -estalló MaryAnn-. Volaste antes. Pon tu culo en marcha y sácanos de aquí. -Le urgió hacia el aire. Ordenándoselo. Incluso cerró los brazos alrededor de su cuello, enterrado la cara contra su pecho y aplastando su cuerpo contra el de él.

Manolito podía tener que seguir los dictados del prado de las noches, pero evidentemente MaryAnn no. Estaba atrapado en el mundo de sombras, un habitante a medias, pero ella era mortal, caminando por un lugar al que no pertenecía, atraída y retenida por su alma compartida. Sólo tenía que desear irse sin él y quedaría libre, pero ella se negaba a considerarlo. Estaba empezando a conocer su mente y a comprender que su compañera tenía una espina dorsal de acero. Se encontró en el aire con ella, moviéndose rápidamente lejos de las caras que miraban hacia arriba, lejos del lamento y rechinar de mil dientes.

Encontró un pequeño refugio de rocas y bajó hasta posarlos en tierra, esperando que estuvieran a salvo, pero como no sabía nada del reino antinatural en que moraban parcialmente, se temía que ningún lugar fuera seguro. MaryAnn se aferraba a él, su cuerpo temblaba cuando sus pies tocaron la roca. Se deslizó hacia abajo por su cuerpo como si no tuviera huesos y se sentó, con las rodillas encogidas y meciéndose.

– Puedes abandonar este mundo, MaryAnn, -dijo gentilmente-. Sé que puedes.

– ¿Cómo?

Levantó la mirada hacia él y el corazón se le encogió dolorosamente en el pecho. Al parecer estaba a punto de llorar. Con las yemas de los dedos echó hacia atrás las hebras de cabello rizado, demorándose contra el cálido satén de su piel.

– Sólo tienes que tomar la decisión consciente de dejarme aquí. Condenarme por cualquiera que sea el mal que te haya hecho.

Ella pareció genuinamente desconcertada.

– ¿Qué mal me has hecho? -Agitó la mano-. Aparte de ser tan guapo y volverme un poco loca, no has hecho nada para herirme. Soy la responsable de que mis propias hormonas estén sobrexcitadas, no tú. No puedes evitar tener el aspecto que tienes.

Él se sentó a su lado, sus muslos tocando los de ella, y extendió una mano buscando la suya, llevándosela al pecho, sobre el corazón.

– Al menos te gusta mi aspecto. Es un comienzo.

Le lanzó una pequeña sonrisa traviesa.

– A todas las mujeres les gusta tu aspecto. No tienes problemas en ese aspecto.

– Así que es mi personalidad a lo que objetas.

Era difícil pensar en lo que objetaba exactamente cuando su pulgar se le deslizaba sobre el dorso de la mano en una caricia hipnótica y su muslo producía suficiente calor como para calentar a medio mundo. Sus dientes blancos eran deslumbrantes y su sonrisa tan sensual que el cuerpo se le sobrexcitó antes darse cuenta que se había encendido el motor. Parecía no costarle mucho estando a su alrededor. Debería resultarle embarazoso, pero en medio de la neblina del extraño mundo en el que se encontraba, esta potente química era lo menos que la preocupaba.

– Todavía vives en la edad oscura, tío, -dijo, acariciándole la rodilla, intentando sentirse como una tía sabia. En cambio su corazón se estaba disparando, su estómago se agitaba, y en todo lo que podía pensar era en presionar su boca contra la de él para ver si volvían a estallar cohetes. Porque estaba segura de no querer pensar en estar sola cuando saliera el sol, y él iba a sacar el tema en cualquier momento.

Manolito se llevó su mano a la boca y mordisqueo sus dedos, los dientes enviaron pequeñas descargas a través de su sangre.