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Ella abrió la boca para protestar y él tomó posesión de la misma. El beso fue rudo, los restos de su miedo y furia todavía le dominaban. Introdujo la lengua profundamente, deslizándose en el interior de su boca y tomando el control, utilizando la naturaleza apasionada de ella en su contra. Ella había logrado lo que ningún hombre había conseguido nunca, le había noqueado con un pensamiento. Un pensamiento.

El deseo ardió en él, profundo y caliente. La lujuria se elevó punzante, consumiéndole con el deseo de dominarla, de darle tanto placer que nunca pensara en abandonarlo, que nunca pensara en negarle nada. Le mordió suavemente el labio inferior, lo cogió entre los dientes y tiró, lamió su pulso y dejó un reguero de besos por su cuello. Ella inspiró, un sonido ronco de deseo que provocó en su cuerpo un dolor fuerte y agudo. Un torrente de sangre caliente lo llenó y cerró los ojos para absorber mejor la sensación y la textura de ella. Suave y flexible, moviéndose contra él como la seda. Llenando cada rincón vacío de su corazón y su alma. La besó otra vez, un milagro llamado mujer.

Su calor y su olor la rodearon. Su erección caliente y gruesa presionaba contra su estómago. Sus labios eran firmes y calientes, su beso brusco y excitante. Siempre había imaginado que el sexo con el hombre de sus sueños sería tierno y lento, pero la ardiente pasión llameaba caliente y ávida en su interior, excitación mezclada con temor. El corazón le latía ruidoso y con fuerza, rabiando contra el pecho de él. Sus músculos se contraían y tensaban. Su cuerpo se convirtió en calor líquido y ardiente.

Sufría por él. La necesidad era tan fuerte la hizo deslizar la mano bajo la camisa para tocar su piel desnuda, sentir su corazón palpitando. Su corazón encontró el ritmo del de él. La sangre corrió, palpitó y llamas diminutas lamieron su piel.

Él la apartó, mirándola con sus centelleantes ojos negros.

– No vuelvas a interferir.

Le miró parpadeando, sorprendida por la facilidad con que la controlaba.

– Maldito seas por esto. -Se limpió la boca, tratando de borrar el desesperado y doloroso deseo, la marca que le había dejado, pero el sabor y el tacto de él permanecieron. Se apartó, dándole una palmada cuando tropezó y él la estabilizó-. Le debes una disculpa a este hombre. Una enorme disculpa. Me salvó la vida dos veces y seguro que no merece ser molido a golpes por escoltarme de vuelta a la casa.

La asombró poder hablar. Su cuerpo ardía hacia afuera. Le miró de soslayo. Sus ojos estaban entrecerrados, oscuros por el hambre y la excitación. Parecía totalmente un depredador. Peligroso y hambriento del sabor y el tacto de ella.

– ¿Yo? -Volvió la mirada a donde Luiz comenzaba a sentarse-. Él sabía que me pertenecías.

– No pertenezco a nadie más que a mí. Y me salvó la vida. Tú no estabas aquí para jugar al héroe. -Se horrorizó ante la acusación de su voz.

La mirada de él se suavizó.

– Tuviste miedo sin mí.

Había tenido miedo por él, y eso lo hacía peor. Tragó con fuerza y extendió las manos.

– Mira. Estoy acostumbrada a una semblanza de control en mi vida. No sé lo que hago aquí. No sé qué pasa. Siento cosas que nunca antes había sentido.

Era dependiente cuando nunca lo había sido. Necesitaba tiempo para pensar, simplemente estar tranquila, aunque no podía soportar la idea de estar lejos de él. Y eso era lo más aterrador, porque no era mujer de renunciar a su independencia.

Manolito contuvo las palabras que ardían por ser dichas. Realmente le pertenecía como él a ella. Pero la confusión y el cansancio en su cara le ablandaron el corazón. Estaba allí de pie, con aspecto suave y deseable y creyendo ser dura, y todo lo que él quería hacer era abrazarla y consolarla.

En cambio, atravesó el terreno y se agachó para poner a Luiz en pie de un tirón. El hombre se balanceó irregularmente y se las arregló para dirigirle una media sonrisa.

– Tienes un buen gancho.

– Tienes suerte de que no te matara.

Luiz asintió.

– Si, lo he captado. -Miró más allá de Manolito hacia MaryAnn-. ¿Estás bien?

Una advertencia suave retumbó en la garganta de Manolito.

– No es necesario preguntar por su estado estando yo aquí.

– Yo creo que si -dijo Luiz.

– Es porque tiene modales -dijo MaryAnn bruscamente-. Muchas gracias por tu ayuda, Luiz. Sobre todo por salvarme la vida. -Se dio la vuelta y se alejó. El cavernícola podía seguirla o no, ya que estaba lo bastante cerca de la casa para reconocer el rastro de Jeep. Podía seguirlo.

Manolito se encogió de hombros cuando la ceja de Luiz se alzó.

– Es muy buena regañándome. -Por un momento, la diversión brilló en sus ojos.

– Tengo el presentimiento de que necesitará serlo -dijo Luiz, frotándose la mandíbula-. Es asombrosa.

La cara de Manolito se oscureció, desvanecido el breve destello de humor.

– No tienes que encontrarla asombrosa. Y mantén los pantalones puestos, jaguar.

La sonrisa de Luiz se ensanchó.

– Las mujeres no pueden menos que quedar impresionadas.

– Dudo que siente bien que a uno le arranquen el corazón del pecho, pero si quieres puedo arreglarlo para que lo averigües.

Luiz se rió de él.

– Puede que sea ella la que te arranque el corazón a ti, cárpato. Ten cuidado.

Manolito bajó la mirada a la sombra velada de su mano. Estaba todavía en ambos mundos, pero veía mucho más claramente y su forma era más sustancial de lo que había sido. Luiz no lo había notado, y la gente jaguar no sólo era observadora, además podía descifrar cosas en la selva que otros no podían. Y divisaban a otro de su raza al instante…

Alcanzó a MaryAnn.

– No te ha reconocido como jaguar y si tuvieras aunque sólo fuera un pequeño rastro de su sangre, él lo sabría.

Los oscuros ojos de ella eran tempestuosos. Aún no le había perdonado. Profundamente en su interior, la lujuria desnudó sus garras y le arañó con dureza.

– No soy jaguar, Ya te lo dije.

Él se quedó atrás para echarle una buena mirada a su trasero revestido tan ajustadamente por los vaqueros. El corazón casi se le detuvo. Esta mujer estaba constituída como una mujer debería estarlo, toda curvas y tentación.

– Basta, -siseó ella y le lanzó otra provocativa mirada sobre el hombro. -Estoy muy enfadada contigo ahora mismo, nada de lo que haces es encantador.

Porque sabía que no se trataba de su falta de modales o su arrogante y ridículo comportamiento, se trataba de su propio comportamiento. Le gustara o no, ella era diferente. Le gustara o no… lo admitiera o no… ardía y sufría por este hombre, sólo por este hombre, porque la tocara, por tenerlo en su interior. Sus desagradables maneras dominantes deberían provocarle rechazo, pero en cambio lo encontraba fascinante, incluso hipnotizante. Y no debería ser aceptable.

– No puedo evitar encontrarte atractiva -protestó Manolito. -Mirarte pone ideas en mi cabeza. Estaría más que contento de compartirlas contigo.

– No lo hagas. El sexo no es lo mismo que el amor, Manolito, y las parejas, maridos y esposas y compañeras, se supone, están enamorados. Así es como funciona.

– Aprenderás a amarme -respondió él, la confianza impresa en su tan hermosa cara-. Llegará con el tiempo.

– No cuentes con ello -murmuró, recorriendo con paso firme la senda sobre sus inseguros tacones. Sí. Porque así era todo con él. Se suponía que ella aprendería a amarle. Así funcionaban las cosas en su mundo, pero no en el de ella. Cuando tuviera apasionado y crudo sexo con este hombre, quería que fuera él quien la amara a ella.

Estaba a mitad de camino de la puerta cuando realmente se fijó en el impresionante palacio al que él y sus hermanos llamaban casa de veraneo. Un retiro. Sí. ¿Quién se retiraba a un lugar del tamaño de un edificio de apartamentos? Se detuvo bruscamente en la puerta. Era un insólito palacio. Suspiró y se frotó las sienes. Señor, necesitaba estar en casa, de vuelta al mundo real.