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Su boca se movió sobre ella con hambre, su piel café con leche era ardiente seda. Podía oír y sentir como su sangre le llamaba, recorriendo sus venas en un flujo y reflujo de vida. El corazón seguía el ritmo del suyo, latido a latido, bajo los montículos llenos de sus pechos. Sus labios trazaron un sendero a lo largo de las erguidas colinas y bajando al valle, su lengua lamió su pulso, sus dientes juguetearon mientras pasaba su atención a los tensos picos de los pezones.

Arqueó el cuerpo y sopló aire cálido sobre los tensos retoños. Ella intentó moverse, subir los brazos, pero él la detuvo, alzando la cabeza, observando la excitación que ardía en sus ojos.

– Quédata quieta, sivamet. Muy quieta. Quiero que sientas cada roce de mi lengua, cada toque de mis dedos.

– No puedo soportarlo, -jadeó ella, enterrando los dedos en la colcha, intentado desesperadamente encontrar algo a lo que agarrarse-. Tienes que parar. -Porque se le acababa el control.

La lengua de él presionaba contra su clítoris, y su cuerpo se derritió. El placer estalló a través de ella con la fuerza de un volcán en erupción, extendiéndose como lava ardiente, hasta que sus músculos se apretaron cruelmente y su estómago se tensó y lanzas de fuego recorrieron su espina dorsal y los alrededores de sus pechos. Empujó con fuerza contra su boca, incapaz de detenerse a sí misma cuando el placer entumecedor la tenía girando completamente fuera de control.

Antes de poder recuperar el aliento, él le dio la vuelta, poniéndola de rodillas mientras su cuerpo temblaba con oleada tras oleada de placer.

Se irguió sobre ella, capturando sus caderas y empujando su trasero hacia él, presionándole con una mano la espalda para mantenerse en su lugar. Empujó la amplia cabeza de su erección contra la apretada entrada.

– ¿Es esto lo que necesitas, sivamet? -susurró roncamente.

MaryAnn se dio cuenta de que estaba canturreando algo, una aguda súplica. Un relámpago le atravesó el cuerpo, vetas de él, cuando él empezó a invadirla. Era grueso, tan duro como una lanza de acero empujando a través de sus suaves pliegues, estirando y quemando.

– Eres demasiado grande -jadeó, temiendo por primera vez no poder acomodar su cuerpo, no así, no cuando la aferraba por las caderas y empujaba su trasero hacia él mientras se conducía incesante e implacablemente en su apretado canal. Aún cuando protestaba, arqueaba las caderas, deseando más, necesitando más, casi llorando cuando el placer se extendió. Junto con la demasiado apretada invasión, el ardor que la acompañaba, no podía detener las oleadas de éxtasis, o quizás eso solo las provocaba.

En la posición dominante, Manolito la mantenía completamente bajo su control, tomándose su tiempo mientras empujaba en el ardiente canal, suave como el terciopelo, que le rodeaba como paredes vivas de seda.

– Eres tan apretada, MaryAnn. -Su voz era ronca, el gruñido retumbaba en su garganta. Se inclinó más sobre ella, profundizando su invasión, llenándola y estirándola imposiblemente-. No te muevas, meu amor, no hagas eso.

Pero no podía evitar la forma en que sus músculos se cerraban alrededor de él, aferrando y amasando, la acción lanzaba dardos de fuego por su cuerpo. Le sintió empujar más y más profundamente. Las caderas empujaban hacia atrás y después hacia adelante, conduciéndole a través de los suaves pliegues, la fricción caliente y salvaje, enviando vibraciones a través de su cuerpo entero, haciendo que incluso sus pechos sintieran las feroces llamas y su cuerpo pulsara, saturándole de fluido de bienvenida.

Los dedos de él le mordían con fuerza las caderas, manteniéndola inmóvil, su susurro fue un sonido gutural, mientras se hundía en ella una y otra vez, arrancando gritos de sorpresa de ella a cada estocada. Sintió el filo del dolor cuando él se hinchó, encajándose dentro de ella y empezó un ritmo fuerte que siguió y siguió, enviando relámpagos que se extendieron por cada parte de su cuerpo, pero nunca aliviaban el tortuoso dolor.

La empujó más allá de cualquier límite que hubiera conocido, llevando el deseo más y más alto, hasta que estuvo sollozando, suplicando alivio. Intentó moverse, intentó salir gateando de debajo de él, aterrada de perderse a sí misma, aterrada de que fuera demasiado, pero de repente él gruñó, un sonido animal, y se inclinó hacia adelante, su largo cuerpo estirándose sobre el de ella, manteniéndola abajo, con un brazo bajo sus caderas mientras hundía los dientes profundamente en su hombro.

Un dolor inesperado la inundó, fundiéndose con las vetas deslumbrantes de placer mientras él la montaba, respirando jadeante, su fuerza era enorme, mientras se sumergía en ella una y otra vez. Oyó sus propios gritos sin aliento, el sonido de carne golpeando carne, sintió su escroto, golpeando contra su cuerpo en una ruda caricia mientras él continuaba bombeando furiosamente en su apretado canal. Empezó una tormenta de fuego, creciendo más ardiente y más fuera de control, y se retorció contra él, necesitando más, aunque aterrada de lo que podría darle.

Su brazo se apretó más, arrastrándole las caderas hacia arriba de forma que el trasero golpeara firmemente contra él y se enterró tan profundamente que se alojó contra su útero. Le sintió hincharse, sintió como sus propios músculos se tensaban, hasta que temió estallar en un millón de pedazos.

Manolito oyó su respiración jadeante, las sollozantes súplicas, y supo que estaba allí, justo al límite. Eso es, sivamet llega para mí. Arde por mí.

Múltiples orgasmos desgarraron su cuerpo, barriendo a través de cada parte de ella en una ola gigantesca, cada una más fuerte que la última. Las sensaciones la rasgaron en un espasmo poderoso. Su cuerpo se arqueó, sus caderas empujaban más hacia atrás, los gritos roncos de él resonaban con los de ella.

La liberación de él fue brutal, el fuego despedazó su espina dorsal y se enroscó en su estómago, mientras el canal se apretaba y aferraba y ordeñaba disparos de semen caliente de su cuerpo. Sintió la explosión hasta la punta de los pies, por las piernas y las entrañas, justo a través del pecho hasta la coronilla. Eso debería haberle saciado, pero su cuerpo se negaba a setirse completamente satisfecho.

La sujetaba contra él, su cuerpo más pequeño suave, abierto y vulnerable a él. Su erección seguía gruesa y dolorosa, el placer pulsando continuaba mientras las apretadas paredes a su alrededor se estremecían, sujetándole a ella. No podía moverse, respiraba con fuerza, intentando controlar el salvaje golpeteo de su corazón, intentando evitar que sus incisivos se alargaran. Sorprendentemente, sus caninos ya lo habían hecho, y le había enterrado los dientes en el hombro, manteniéndola inmóvil.

La urgencia de tomar su sangre, de traerla completamente a su mundo, estaba en él, pero luchó por contenerla, temiendo atraparla junto a él en el prado de fantasmas y sombras. Aún así, anhelaba su sabor, así que la retuvo bajo él, de rodillas, su cuerpo cubriéndola mientras dejaba que la urgencia pasara. Se pasó la lengua sobre los caninos, saboreando el salvaje sabor de ella, acariciándole con una mano los pechos, disfrutando de la ráfaga de ardiente líquido que bañaba su dolorida polla cada vez que rozaba los sensibles pezones.

– Podría mantenerte así para siempre, -susurró, pasándole la lengua a lo largo de la columna vertebral.

MaryAnn se mordió el labio e intentó contener el salvaje palpitar de su corazón. Nunca en su vida había imaginado que podría entregar su cuerpo tan completamente a otra persona. Cuando él la tocaba, cuando estaba cerca de ella, no tenía inhibiciones de ningún tipo… Miedo quizás, pero no de lo que él pudiera hacer, solo de poder perderse a sí misma en la absoluta locura del placer físico.