Uno le señaló con un dedo acusador. Otro siseó y escupió con rabia. Sus ojos, hundidos profundamente en las cuencas, no eran ojos en absoluto, sino más bien charcas resplandecientes de odio envueltas en sangre roja.
– Eres como nosotros. Nos perteneces. Únete a nuestras filas -gritó uno.
– Te crees mejor que nosotros. Míranos. Mataste una y otra vez. Como una máquina, sin ningún pensamiento para lo que dejabas atrás.
– Tan seguro de ti mismo. Todo mientras matabas a tus propios hermanos.
Por un momento el corazón de Manolito palpitó tan fuerte en su pecho que temió que pudiera explotarle a través de la piel. La pena le abrumaba. La culpa le carcomía. Había matado. No había sentido nada mientras lo hacía, cazando a cada vampiro de uno en uno y luchando con su intelecto y habilidad superior. Cazar y matar era necesario. Lo que él pensaba sobre el tema no importaban lo más mínimo. Tenía que hacerse.
Se puso de pie en toda su estatura, forzando a su cuerpo a permanecer recto mientras sus entrañas se tensaban y anudaban. Sentía el cuerpo diferente, más pesado, torpe incluso. Mientras se apoyaba sobre las puntas de los pies, sintió que los temblores comenzaban.
– Tu elegiste tu destino, muerto. Yo solo fui el instrumento de justicia.
Las cabezas se inclinaron hacia atrás sobre los largos y finos cuellos, y los aullidos desgarraron el aire. Sobre ellos, los pájaros se elevaron desde la canopia, alzando el vuelo ante la horrible cacofonía de chillidos que subían de volumen. El sonido sacudió su cuerpo, haciendo que su interior se volviera de gelatina. Una artimaña de vampiro, estaba seguro. Sabía en su corazón que estaba acabado… había demasiados para matar… pero se llevaría con él a tantos como fuera posible, librando al mundo de criaturas tan peligrosas e inmorales.
El mago debe haber encontrado un modo de resucitar a los muertos. Susurró la información en su cabeza, necesitaba que Riordan se lo contara a sus hermanos mayores. Zacharias enviaría una advertencia al príncipe anunciando que ejércitos de muertos estaban alzándose una vez más contra ellos.
¿Estás seguro de eso?
He matado a éstos en los siglos pasados, pero me rodean con sus ojos acusadores, atrayéndome como si yo fuera uno de ellos.
Desde una gran distancia, Riordan jadeó, y por primera vez, sonó como el amado hermano de Manolito.
No puedes elegir entregarles tu alma. Estamos muy cerca, Manolito, tan cerca. He encontrado a mi compañera y Rafael ha encontrado a la suya. Es sólo cuestión de tiempo para ti. Debes aguantar. Estoy llegando.
Manolito gruñó, echando la cabeza hacia atrás con un rugido de rabia.
Impostor. No eres mi hermano.
¡Manolito! ¿Qué dices? Por supuesto que soy tu hermano. Estás enfermo. Estoy yendo hacia ti a toda prisa. Si los vampiros están jugando contigo…
¿Cómo haces tú? Has cometido un terrible error, maligno. Tengo compañera. Veo a tus mugrientas abominaciones en color. Me rodean con sus dientes viles manchados de sangre y sus corazones ennegrecidos, resecos y arrugados.
No tienes compañera, negó Riordan. Sólo tienes un sueño sobre ella.
No puedes confundirme con tal engaño. Ve con tu maestro de marionetas y dile que no soy tan fácil de atrapar. Rompió la conexión mental inmediatamente y cerró todos los caminos, privados y comunes, a su mente.
Girando, se concentró en su enemigo, que había tomado la forma de tantas caras de su pasado que supo que se estaba enfrentando la muerte.
– Vamos allá entonces, baila conmigo como has hecho tantas veces antes-ordenó y les hizo señas con los dedos.
La primera línea de vampiros más cercana a él rió, la saliva corría por sus caras y los agujeros que eran sus ojos resplandecían con odio.
– Únete a nosotros, hermano. Eres uno de los nuestros.
Se tambalearon, sus pies llevaron a cabo el extraño e hipnótico patrón del no muerto. Les oyó llamándole, pero el sonido estaba más en su cabeza que fuera de ella. Susurros. Zumbidos. Tejiendo un velo sobre su mente. Sacudió la cabeza para aclararla, pero los sonidos persistían.
Los vampiros se acercaron más y ahora podía sentir la ondulación de las andrajosas ropas, desgarradas y grises por la edad, rozando contra su piel. Una vez, más la sensación de bichos arrastrándose sobre la piel le alarmó. Se giró, intentando mantener al enemigo a la vista, y todo mientras las voces crecían en intensidad, más claras.
– Únete a nosotros. Siente. Tienes tanta hambre. Te mueres de hambre. Podemos sentir como tartamudea tu corazón. Necesitas sangre fresca. La adrenalina en la sangre es lo mejor. Puedes sentirla.
– ¡Únete a nosotros! -clamaron, la súplica ganó volumen hasta convertirse en una ola que se estrelló contra él.
– Sangre fresca. Tienes que sobrevivir. Sólo una prueba. Una única prueba. Y el miedo. Deja que te vean. Permíteles sentir miedo y el subidón no se parecerá a nada que hayas sentido con anterioridad.
La tentación hizo que su hambre creciera hasta que no pudo pensar más allá de la roja neblina de su mente.
– Mírate, hermano, observa tu cara.
Se encontró sobre el suelo, sobre las manos y rodillas como si le hubieran empujado, pero no había sentido el empujón. Se quedó mirando fijamente al enorme charco de agua que se extendía ante él. La piel de su cara estaba tirante sobre sus huesos. Su boca se abrió de par en par en protesta y no sólo sus incisivos sino también sus caninos se alargaron y afilaron con expectación.
Oyó el latido de un corazón. Fuerte. Firme. Atrayéndole. Llamándole. Se le hizo la boca agua. Estaba desesperado… tan hambriento que no había nada que hacer excepto cazar. Tenía que encontrar una presa. Tenía que morder un suave y cálido cuello de modo que la sangre caliente entrara en su boca, llenara cada célula, se derramara a través de sus órganos y tejidos y alimentara la tremenda fuerza y poder de los de su raza. No podía pensar en nada que no fuese la terrible hambre inflamándose, elevándose igual que la marea para consumirle.
El latido creció en intensidad y lentamente giró la cabeza mientras una mujer era empujada hacia él. Parecía asustada… e inocente. Sus ojos de oscuro chocolate eran pozos de terror. Podía sentir la adrenalina corriendo a través de su torrente sanguíneo.
– Únete a nosotros. Únete a nosotros -susurraban ellos, el sonido se elevaba en un hipnótico canto.
Necesitaba la oscura y rica sangre para vivir. Merecía vivir. ¿Qué era ella a fin de cuentas? Débil. Asustada. ¿Podía ella salvar a la raza humana de los monstruos? Los humanos no creían en su existencia. Y si hubieran conocido a Manolito, habrían…
– Mátala -siseó uno.
– Tortúrala -siseó otro-. Mira lo que te han hecho. Estás muerto de hambre. ¿Quién te ha ayudado? ¿Tus hermanos? ¿Los humanos? Nosotros te hemos traído sangre caliente para alimentarte… para mantenerte con vida.
– Tómala, hermano, únete a nosotros.
Empujaron a la mujer hacia delante. Ella gritó, tropezó y cayó contra Manolito. La sintió cálida y viva contra su frío cuerpo. Su corazón latía frenéticamente, llamándole como nada hubiese podido hacerlo. El pulso en su cuello saltó rápidamente y olió su miedo. Podía oír la sangre correr por sus venas, caliente, dulce y viva, dándole a él la vida.
No podía hablar para tranquilizarla, su boca estaba demasiado llena con sus alargados dientes y la necesidad de arrastrar los labios contra la calidez del cuello femenino. Aún la acercó mas, hasta que su pequeño cuerpo fue casi tragado por el suyo. Su corazón latió al ritmo del suyo. El aire se escapaba de sus pulmones en aterrorizados jadeos.