El mago se aferró la garganta con horror como si pudiera leerle la mente. ¿Y por qué creería él que podía hacerle algo? Tenía su bote de spray de pimienta, pero estaba casi vacío. Dudaba que el segundo bote le aguantara mucho más. Pero si no apartaba la otra mano de la garganta de Jasmine, supo que le despedazaría miembro a miembro. No quedaría nada de su cuerpo para los buitres. miró hacia arriba y estaban allí, flotando en perezosos círculos, simplemente esperando.
La mirada del mago siguió la suya; reconoció la reunión de pájaros y palideció visiblemente.
– Saben que eres hombre muerto. -MaryAnn estaba temblando, pero no de miedo, si no de algo más, la adrenalina fluía por su cuerpo, sentía la picazón por todas partes, su cuero cabelludo hormigueaba, las uñas chocaban contra la puntera de sus zapatos como si estos fueran demasiado estrechos.
Su visión se enturbió hasta que estuvo viéndole a través de un velo amarillo. Fijó su mirada en él, queriendo que se diera cuenta de que estaba dispuesta a luchar hasta la muerte por Jasmine.
– Déjala ir ahora.
Lo sintió entonces, la tempestad alzándose en su interior, luchando por liberarse. El viento aullaba y los relámpagos destellaban. El trueno arrolló y los árboles se estremecieron bajo la fuerza acumulada. El aire se volvió pesado por la crujiente energía. Las diminutas chispas chasquearon y crujieron, llamas naranjas y amarillas crepitaban por el aire rodeándolos.
– Sus ojos, -se atragantó el mago-. Mira sus ojos.
Jasmine clavó el codo en el estómago del mago, llamando a su felino, algo raro para ella, pero el animal le respondió, prestándole su enorme fuerza. El aire abandonó los pulmones de su atacante. Ella se apartó, corriendo hacia MaryAnn, con lágrimas corriendo por su cara y enturbiando su vista. MaryAnn la cogió por la muñeca y la empujó tras ella, endureciéndose para enfrentar un ataque.
El mago retrocedió dos pasos y levantó las manos. Antes de que pudiera tejer un hechizo, una gruesa rama cayó desde lo alto y cayó como una piedra, conduciendo al hombre a la suave tierra. Jasmine gritó y enterró la cara en el hombro de MaryAnn. MaryAnn envolvió con sus brazos a la chica y la sostuvo con fuerza.
– No podemos dejar a Solange peleando sola contra el jaguar, -susurró-. Tengo que regresar y ayudarla.
Jasmine asintió su acuerdo, enderezándose y alejándose un paso de MaryAnn. Miró a la inmensa rama caída. Las hojas ocultaban a la vista la mayor parte del hombre caído.
– ¿Crees que está realmente muerto?
– Ahora mismo no me importa demasiado, -dijo MaryAnn, sorprendida de que fuera verdad. Cogió de la mano a Jasmine y empezaron a regresar hacia la casa, intentando pensar en cómo mantener a Jasmine a salvo de los dos hombres-jaguar que esperaban dentro. Estaba bastante segura de que el felino que había atacado a Sergio había sido Luiz, pero si estaba en un error, Solange estaba luchando sola por su vida.
Corrieron de vuelta a través de los árboles, por el sendero que conducía a la casa. Mientras ellas corrían, saltando por encima de las ramas caídas y las raíces enredadas, los monos comenzaron a chillar en advertencia. Jasmine patinó para detenerse y agitó la cabeza de un lado a otro, registrando la canopia sobre ellas. Centenares de monos lanzaban hojas y ramitas y saltaban agitadamente, descubriendo los dientes hacia un grupo de árboles cercanos a la casa.
– Hay otro, -susurró Jasmine.
– Por supuesto que lo hay, porque hubiera sido demasiado fácil tener solo a tres de ellos tras nosotras. -MaryAnn tomó una profunda respiración. -Nos están acechando, ¿verdad?.
– Si, -dijo Jasmine-. Allí en el árbol, puedo ver parte de la piel. Me quieren viva, así que si nos separamos vendrán a por mí.
– Puedes olvidarte de eso, -contestó MaryAnn-. Si tuvimos suerte con el mago, quizás tengamos suerte de nuevo, pero hagamos lo que hagamos, no nos separaremos.
Los ojos de Jasmine se agrandaron.
– ¿Es a eso a lo que llamas suerte? Yo creo que tu puntería fue excelente.
– Yo no lo hice. El relámpago la golpeó y la desvió, o el viento la tiró. De cualquier forma, nos ayudó y eso es todo lo que importa.
El aire se cargó de repente de electricidad, su cabello crujía. Las nubes bulleron oscureciéndose, bordeadas de una luz relampagueante. MaryAnn agarró a Jasmine y la tiró al suelo, cubriendo su cuerpo lo mejor que pudo con el suyo propio. El sonido del trueno al golpear el árbol fue vibrante, el tronco se partió, el jaguar aulló. El rugido terminó bruscamente con el olor a carne y piel quemada.
Jasmine tiritaba incesantemente. MaryAnn la abrazó más fuerte.
– Ese fue Manolito, -susurró, intentando tranquilizar a la chica.
– Sabía que tenía que ser un cárpato, -admitió Jasmine-. Creí que podrían ser Riordan y Juliette.
– Es algo bueno. Tenemos ayuda. Solange está en problemas, Jasmine, y tenemos que sacarla de allí. Él nos ayudará.
Jasmine tragó visiblemente y se incorporó despacio, parpadeando mientras el alto cárpato venía andando a zancadas hacia ellas. La cubierta de nubes ayudaba y el sol estaba terminando de ponerse, lo que le permitía moverse con más libertad. Parecía un guerrero de la antigüedad, moviéndose rápidamente entre el humo y las ruinas de un campo de batalla. Su cara estaba cincelada y marcada. El cabello largo fluía tras él. Los músculos ondulaban bajo la dorada y tibia piel, y sus ojos helados eran desolados y oscuros, guardaban demasiados secretos.
Su mirada pasó sobre Jasmine para encontrar a MaryAnn. El calor hizo a un lado el hielo, y sus ojos eran ardientes cuando MaryAnn rodó y se sentó, parpadeando hacia él. No perdió una zancada, moviéndose rápido, se inclinó para cogerla en brazos, incluso mientras agarraba el brazo de Jasmine y la levantaba del suelo también. Los dedos en la piel de Jasmine fueron impersonales y ni la miró, salvo por un rápido vistazo para cerciorarse de que estaba bien. Su mirada registró las marcas de dedos en su cuello, pero después pasó a hacer una inspección completa de MaryAnn.
Las yemas de sus dedos le rozaron la piel, absorbiendo su tacto y textura. Podía respirar otra vez, sabiendo que ella estaba viva. Una tormenta de furia se reunió en sus ojos mientras tocaba las heridas abiertas de su pierna.
– MaryAnn -dijo su nombre. Lo respiró. Un mero fluido de sonido, pero él lo convertía en poesía, como si ella fuera todo su mundo.
Intentó no reaccionar. Era de verdad tan intenso que resultaba difícil no responder a su atención absoluta. Se tragó el ardiente dolor de la pierna e intentó sonreír.
– Gracias por venir tan rápido. Solange está dentro luchando contra otra pareja más. Creo que Luiz está allí también, intentando ayudar.
Él se inclinó para examinar los arañazos de su pierna.
MaryAnn lo cogió del brazo y tiró.
– Tienes que ir a ayudarles.
– No puedo dejarte así.
– Yo voy contigo, así que todo bien. -MaryAnn no iba a discutir, no cuando él tenía esa línea testaruda en la mandíbula. Le empujó para pasar y empezó una torpe carrerilla hacia la casa, segura de que él la seguiría.
Manolito la cogió en brazos y corrió, sosteniéndola contra su pecho mientras cubría la distancia a velocidad borrosa. La apartó en el último momento, convirtiéndose en vapor y pasando bajo la puerta, dejando a MaryAnn al otro lado.
Había sangre y piel por todas partes, muebles volcados, cristales rotos, sillas reducidas a astillas. Una hembra jaguar yacía a un lado, su pelaje cubierto de sangre y saliva. Sus costados se hinchaban mientras trataba de hacer entrar aire en sus pulmones, y con cada movimiento la sangre salía a chorros. Intentaba valientemente ir en ayuda de un macho contra los otros dos. Este estaba en un rincón, destrozado por marcas de garras y cubierto de heridas, pero era demasiado fuerte para rendirse, y uno de los otros machos estaba casi ciego, con los ojos llorosos y quemados.