Se puso el tanga de encaje negro azulado, el de la diminuta cadena de oro en cada cadera que la hacían sentir sexy y valiente en las peores circunstancias. Su falda le llegaba hasta la pantorrilla y caía en ondas de tela, una caída de azul marino que era dinamita con sus botas azules hasta las rodillas, suaves como la mantequilla, con solapas. Moldeaban sus pies como zapatillas y susurraban al andar. La falda resaltaba su encantador trasero redondeado como la mejor arma e iba a necesitar cada arma que pudiera conseguir con Manolito cuando discutieran los pros y los contras de su relación. Porque había decidido que iban a intentarlo.
Su sostén balconet wonderbra hacía juego con el tanga, oscuro y exótico, dándole a sus curvas un agradable encanto y realzando el encaje de su corta blusa azul marino sin mangas con pequeños botones de perlas delante. Los accesorios lo eran todo y ella tenía muchos.
Mientras empujaba las pulseras por la muñeca, evocó su imagen. La forma en que sonreía. Su grueso cabello negro azabache, aún más brillante y lujurioso de lo que había notado la noche anterior. Sus ojos. Oh, señor, tenía esos ojos ardientes y exigentes y esa boca malvadamente sensual y ¿por qué demonios se estaba vistiendo para seducirle?. Estaba tratando de conseguir un asidero para sus emociones e iba definitivamente vestida para conseguir que él se enderezara y tomara nota. Estaba jugando con fuego y sabía lo suficiente sobre la vida como para saber que si hacía eso, no podría llorar cuando se quemara.
La tensión en la casa había desaparecido, dejó escapar el aliento lentamente y se hundió en la cama para esperarle. Podía oír el tictac del reloj. Fuerte e interminable. Iba a venir. Pronto. Inmediatamente. Esperó, pero los minutos pasaban, la sonrisa se debilitó en su cara. Sus dientes chasquearon cuando los… se atrevió a usar la palabra… rechinó. No la dejaría encerrada en su habitación como a una adolescente revoltosa. Sería mejor que viniera. Ahora. Antes de que perdiera su naturaleza dulce que todo lo perdonaba para siempre.
Anduvo al acecho por la habitación y le dio un porrazo a la puerta con el puño.
– Ven, hombre de la selva. Suficiente significa suficiente. Déjame salir de aquí.
El silencio respondió a su demanda. Iba a matarlo con sus manos desnudas. Sus creencias no violentas se habían agotado en la selva tropical y, definitivamente, quedaban obsoletas con el hombre de la selva.
– Me retracto de cada buena cosa que he pensado alguna vez de ti -gritó a la puerta y la golpeó con la palma abierta, por añadidura, justo donde debería estar la cara de él-. Necesitas que alguien te golpee justo en esa cabeza dura.
Y un buen golpe no sería suficiente. Quizás tendría que idear otro castigo mucho más salvaje, aunque no tenía esa clase de imaginación. Látigos y cadenas. Pero eso evocaba botas negras de cuero con tacones aguja, medias de red y un bustier [2] de cuero. Y eso no iba a suceder, porque él no se lo merecía. Lo que necesitaba era la bofetada de su vida. Esos horribles shows de televisión con hombres luchando en jaulas y uno de ellos dando puñetazos al otro, ese sería el camino a seguir, no cuero y botas.
La puerta se abrió, los anchos hombros de Manolito llenaron el marco. Estaba allí de pie, parpadeando hacia ella, frotándose la mandíbula lastimosamente, con una mirada interrogativa en la cara.
– Creo que será mejor que solo tengas pensamientos agradables sobre mí.
Ella abrió la boca para atravesarlo con palabras, después la cerró abruptamente. Parecía exhausto. Totalmente agotado, fatigado por su vuelo para salvar dos vidas, curarla a ella y mantener separados los dos mundos en donde existía. Sintió la fatiga como un gran peso sobre sus hombros… sobre los propios. Sabía por lo que había pasado y sabía por qué había tratado de ahorrárselo.
Mary Ann se puso las manos en las caderas y le miró de la cabeza a los pies.
– Te la has arreglado para agotarte. ¿Te ha dado tu hermano más sangre? -Se sintió valiente haciendo la pregunta, forzándose a enfrentarse a quién y que era él sin acobardarse por sus necesidades.
Una débil sonrisa suavizó el borde duro de la boca de Manolito y expulsó las profundas sombras de sus ojos.
– Yo me he quedado agotado. Pareces hermosa, Mary Ann. Una mirada a ti y todo lo demás palidece. -Levantó una mano-. Ven conmigo.
Deseaba de veras estar a solas con él pero en cambio dio un paso atrás.
– ¿A dónde?.
– Tengo una sorpresa para ti. -Mantuvo el brazo extendido hacia ella, su mirada fija en la suya.
Dejando escapar el aliento, puso la mano en la suya. Inmediatamente él cerró los dedos y la atrajo al calor de su cuerpo. Podía sentir el calor y el tirón de su conexión derramándose sobre y dentro de ella.
– ¿Luiz?.
– Está en la tierra, bien resguardado. Esta vez hemos usado salvaguardas que ningún mago debería ser capaz de penetrar. Ha pasado mucho desde que hemos tenido tratos con otras especies y a lo largo de los siglos nos hemos ido descuidando. La reciente batalla con ellos debería habernos enseñado que debemos tenerles en cuenta siempre cuando protejamos nuestros hogares y cámaras del sueño. Tal error no volverá a producirse.
– Gracias por lo que hiciste por él.
Se inclinó para rozarle los labios con los suyos, un toque suave y lento, no agresivo, como si simplemente la saboreara.
– De nada. Veremos como se siente Luiz al respecto cuando se alze.
Manolito tendría que controlar los instintos naturales de Luiz de alimentarse. Luiz tenía años de instintos de jaguar y se despertaría hambriento. Si cedía a la necesidad de matar a su presa, Manolito tendría que despacharle rápido y eficientemente, pero no quería pensar en eso ahora. Quería llenar su mente solo con su compañera, MaryAnn. No quería pensar más en el mundo de las sombras, o en el mundo real, o en el lío en que se había metido solo por ver la mirada de gratitud en la cara de una mujer.
– ¿No puede sentir dolor, verdad?
Manolito colocó la mano de ella bajo su mentón, el pulgar se deslizó sobre su piel en una lenta caricia.
– No. Está a salvo. Permanecerá en la tierra dos o tres noches antes de alzarse y yo estaré allí para ayudarle tanto como pueda cuando llegue el momento.
– ¿Y Solange?.
– Juliette y Riordan están con ella. -Frotó los nudillos atrás y adelante contra su mandíbula-. La casa está limpia y protegida. Todo está tranquilo. Quiero llevarte lejos de aquí y tenerte solo para mí durante un rato.
Su corazón dio un curioso saltito. Más que nada quería estar con él. Se había vestido con cuidado y cercionado de parecer más guapa que nunca para tener el valor de enfrentarse a él y a lo que fuera que había entre ellos, pero ahora que estaba ante ella, con mejor aspecto del que cualquier hombre tenía derecho a tener, no estaba segura de que estar a solas fuera la idea más inteligente. Era demasiado sexy y atractivo. No quería relacionarse solo físicamente y sus nuevos sentimientos la hacían sentir más vulnerable que nunca.
– Encuentro a mi compañera absolutamente fascinante y me gustaría mucho llegar a conocerte -añadió. No hubo empujón para que lo viera a su manera. No hubo orden, ni petición. Su sencilla declaración tenía un sello de verdad y atravesó cada defensa que poseía.
– ¿Estás seguro de que no debería comprobar a Jasmine y Solange? Vine aquí para intentar ayudarlas y no he hecho mucho.