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Se quedó silenciosa durante un largo momento, mirando la niebla brillante y el revoloteo y el baile de los murciélagos mientras cazaban insectos en el cielo nocturno. Había una especie de belleza y paz en el extraño ballet que realizaban. Tumbada allí, podía entender porqué algunas personas preferían la selva tropical a la ciudad, especialmente si estaban con un cárpato que podía hacer que los insectos y la lluvia jamás los tocaran.

– ¿Ha sido difícil vivir a través de tantos cambios?.

Debía haber visto tanto. Aprendido tanto. Sufrido tanto.

– La longevidad es una maldición y una bendición. Ves a personas que te importan venir y marchar mientras tú permaneces inalterable. La guerra es igual. Pobreza. Ambición y avaricia. Pero hay tantas maravillas, Mary Ann, maravillas que hacen que el resto valga la pena. -Giró la cabeza, su oscura mirada era líquida a la luz de la luna. Eso era para él. Una maravilla. Un milagro. No tenía ni idea. Captó un destello de sus pensamientos cuando ella le abrió su mente. No entendía porqué un hombre como él podía mirarla, o se permitiera desear siquiera pasar una eternidad con ella. No tenía idea de su propio atractivo. La luz con la que brillaba como una baliza.

Todo en ella le llamaba. Era valiente, aunque no se viera a sí misma así. Tenía más compasión que cualquier otra persona a la que hubiera conocido jamás. A menudo, con gran riesgo para sí misma, iba en ayuda de otros. Había una inocencia en ella, aunque sus ojos eran viejos. Había visto lo peor de la vida, pero se negaba a perder la esperanza.

– ¿Qué estás buscando?-Inclinó la barbilla un poco hacia él.

– Aceptación. -No pensaba esconderse. Uno nunca lo hacía, no de su compañera. Necesitaba eso. Que pudiera verle, completo. Quería permanecer de pie ante ella con todos sus defectos y saber que aún así podría aceptar quién era. Eso nunca antes le había importado. Ahora la aceptación lo era todo.

Frotó la yema de los dedos por la piel resplandeciente. Nunca había sentido nada tan suave e invitador. Parecía un milagro… otra maravilla de la vida… ser capaz de tocarla como lo hacía. Yacer a su lado con las estrellas en lo alto y hablar tranquilamente juntos.

– Dime tu peor rasgo.

Sus dientes destellaron blancos a la luz de la luna.

– Creo que deberíamos empezar con algo bueno.

– Si empezamos con lo peor, acabaremos con ello rápido. Sabremos qué es y si podemos ocuparnos de ello. Yo soy terca. No solo un poquito. Soy realmente terca. No me gusta que me empujén.

– Yo siempre tengo razón.

La suave risa excitó su ingle como unos dedos acariciadores. Había olvidado, o quizás nunca lo había experimentado, el perfecto placer de estar con una mujer que podía excitarle como ella lo hacía. Podía escuchar esa risa todo el tiempo y nunca se cansarse.

– Eso es lo que tú te crees.

– Lo sé.

– Y esperas que todos hagan lo que tú dices porque tienes razón.

– Por supuesto.

Ella se envolvió su cabello alrededor del dedo.

– Ya que estamos contándonos secretos, ¿te molesta que te llamen Manolito en vez de Manuel? Sé que el diminutivo se utiliza a menudo para muchachos en vez de para hombres en algunos países.

– Es un término afectuoso de mis hermanos. No me importa y nunca me ha importado lo que piensen los demás, solo que aquellos a los que amo me acepten. ¿A ti te molesta?.

– Manolito en otros países es un nombre muy común, nada más. He llegado a pensar que es un gran nombre con un hermoso sonido. Es agradable saber que tus hermanos se burlan de ti con afecto.

Se movieron sombras en las profundidades de los ojos de él.

– Nicolas y Zacarías no han encontrado a sus compañeras. Sólo tienen recuerdos de emociones y es más difícil mantenerlas con cada noche que pasa.

– Lo siento, Manolito. -Podía sentir su preocupación.

– Aguantarán porque deben. -Su mano le acarició la cara-. Dime que pasa, MaryAnn. Puedo ver cuán molesta estás.

Dudó, apretando los labios, después suspiró.

– Lo que hay dentro de mí me asusta como el infierno.

Arriba, las ramas se balanceron por algo más que los pájaros. Podía ver pequeños cuerpos peludos reuniéndose para pasar la noche en los árboles. La mayoría se congregaban en un lado del árbol, justo en frente de ella, mientras unos pocos de los monos se asentaban en ramas al lado de Manolito.

– No puedes ser nada mas que lo que eres, ainaak enyem. Nunca tengas miedo de lo que hay dentro de ti. Yo no lo tengo.

Sus ojos se encontraron.

– Deberías.

Capítulo 13

Manolito sintió su repentina tensión. Le tomó la barbilla con dedos gentiles.

– ¿Por habrías de tener miedo a lo que hay dentro de ti? Puedo ver tu luz brillando, luminosa. Nunca debes temer a ninguna parte de ti.

Ella bajó la cabeza para que la masa de cabellos rizados cayera alrededor de su rostro.

– Tal vez no me veas tan bien como crees.

– Entonces cuéntame.

– No se qué decirte. Cómo explicarlo. No puedo verlo, solo lo siento y eso me asusta a muerte.

Se quedó en silencio un momento, tratando de encontrar la forma de ayudarla a confiar en él. Era su deseo. No es que lo escondiera intencionadamente, pero luchaba por encontrar las palabras para algo que sabía o sospechaba y aun no estaba lista para ello.

– Háblame de tu niñez -dijo Manolito, su oscura mirada sostuvo la suya, la voz fue apacible.

Parecía incomoda, separándose ligeramente de él.

– Tuve una niñez normal. Tú creerías que fue aburrida, pero la disfruté. Mis padres eran geniales. Mi madre era médico y mi padre tenía una pequeña pastelería. Crecí trabajando allí y ganando la mayor parte del dinero para mi educación. No tuve hermanos ni hermanas, así que era un poco solitaria, pero tenía un montón de amigos en la escuela.

La mira de él vagó por su rostro, notando sus ojos, el pulso que latía frenéticamente en su cuello.

– Pasaron cosas, cosas inexplicables. Háblame de eso.

El corazón comenzó a tronarle en los oídos. Sentía que el aliento quedaba atrapado en sus pulmones. No quería pensar en esos momentos, y si, había habido gran cantidad de incidentes inexplicables. MaryAnn se alejó para no tocar su cuerpo, por si podía leerla. Sintió que algo cambiaba en su interior, algo que se movía y la codeaba, casi preguntando. ¿Me necesitas? ¿Que pasa?.

Jadeó, mordiéndose con fuerza el labio y trató de empujar la verdad tras ese abismo profundo al que nunca se había enfrentado. Afuera, en la selva, donde todo era salvaje y era matar o morir, y se enfrentaba a enemigos que le eran desconocidos en su mundo seguro, no podía ya seguir conteniendo a ese otro ser que se desplegaba en su interior.

Manolito permaneció inmóvil, sin mover ni un músculo, sintiendo su repentina retirada, no solo de él, sino de algo que había estado lo bastante cerca como para que ella lo viera. Había vuelvo a cerrar de golpe aquella barrera impenetrable entre ellos para impedir que él lo viera. En el momento en que lo retiró de su mente fue consciente de aquel otro mundo en el que todavía moraba.

Los colores a su alrededor decayeron significativamente y el ruido de la selva desapareció hasta que el silencio le rodeó. Su olfato era ahora más agudo, como su oído. No sólo podía detectar la posición de los animales y pájaros a su alrededor, sino que conocía sus posiciones exactas. No necesitaba conectar con sus mentes para encontrar lo que le rodeaba, sus oídos y nariz le proporcionaban la información. Cuanto más moraba en la tierra de las sombras, más agudos se volvían sus sentidos… bueno, casi todos. Su visión parecía diferente, familiar como cuando se convertía en un animal, pero aun así captaba el movimiento al instante. Simplemente no le gustaban los grises, le recordaban demasiado a los siglos de oscuridad.