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Cerró sus dedos alrededor de los de ella y los sostuvo con fuerza. Apenas había sido vagamente consciente de la tierra, de la niebla reptando hasta su mente, y su visión desde que había enviado a Luiz a la tierra, pero había estado ahí en la distancia, como si estuviese más cerca del mundo en que MaryAnn vivía. Ahora, sin su mente conectada a la suya, donde quiera que mirara el gris consumía los colores.

Manolito apretó su mano en ademán consolador, aunque no estaba seguro de a quién pretendía tranquilizar.

– Estas a salvo aquí conmigo. Cualquiera que sea tu miedo compártelo conmigo. Las cargas pesan menos cuando se comparten.

Estaba pendiente de cada detalle suyo en ese momento y ella tenía mucho miedo. Oía su corazón, veía el frenético latido de su pulso. Había insistido en quedarse con él, negándose a dejarle solo en ese prado de niebla, aun cuando estaba insegura acerca de él. Quería que supiera que no haría menos por ella.

Ella sacudió la cabeza como si fuera a comenzar a hablar, obviamente no deseaba recordar el incidente, o hablar de él en voz alta, pero casi se sentía compelida a compartirlo, necesitando al menos que alguien supiera que no estaba loca.

– Hubo una vez, estando en el Instituto que fui a la pista. Mis padres querían que practicara algún deporte, pero yo no tenía interés. Era una chica muy femenina, siempre lo había sido, pero mi padre pensaba que si me interesaba por el deporte me sentiría menos inclinada a seguir las últimas tendencias de la moda.

Manolito permaneció en silencio, observando las sombras cruzar su cara, esperando a que ordenara sus pensamientos para que le contara la historia completa, no la versión abreviada.

– Llegue a la pista de prácticas y eché a correr. Al principio solo podía pensar en que me iba a caer de cara, o tropezarme y humillarme a mí misma. Pero entonces me olvidé de mí misma y de cuan incómoda me sentía corriendo y me sentí… libre.-dejó escapar el aliento, obviamente recordando la sensación-. No era consciente de lo que hacía en absoluto, pero dejé atrás a todos y corrí sin pensar. No sentía ningún dolor, sólo una especie de euforia.

Él se llevó su mano a la boca y le besó las puntas de los dedos.

– No te detengas, sivamet ¿Que más sentiste? Obviamente fue algo que te impresionó.

– Al principio fue maravilloso, pero entonces comencé a notar cosas -tiró de su mano, como si apenas soportara desnudar su alma mientras le tocaba-. Los huesos comenzaron a dolerme, las articulaciones a crujir y reventar, los nudillos me dolían -se los frotó recordando claramente la sensación-. Mi mandíbula vibraba, y tuve la sensación de estirarme, más y más. Podía oir los tendones y ligamentos chasquear. Corría tan rápido que todo a mí alrededor se volvió borroso. Mi visión cambió, el oído y el olfato eran muy agudos, podía decir donde estaba cada uno de los corredores detrás de mí. Donde estaban exactamente, sin mirar. Podía oir sus respiraciones, el aire salir y entrar de sus pulmones, podía oler el sudor y escuchar los corazones latiendo.

¿Como podría explicarle lo que había ocurrido ese día? Como había sentido algo cambiando, creciendo y luchando por salir de ella. Por ser conocido y reconocido. Eso deseaba salir. Se humedeció los labios y apretó con más fuerza su mano.

– Fui diferente en aquel momento, completamente diferente y aun así igual. Podía saltar obstáculos sin detenerme. Cada sentido estaba vivo en mí. Mi cuerpo estaba… cantando, como si estuviera vivo por primera vez. No puedo explicar como me sentía, cada sentido bien abierto y recogiendo información. Y después comenzaron a fluir en mi mente. Visiones que no podía detener o darles sentido.

Se llevó la mano de ella hasta el pecho en un esfuerzo por reconfortarla. Ella no entendía que se agitaba y que su estado mental afectaba a los monos en los árboles circundantes. Unas Alas desplazaban aire en lo alto mientras los pájaros permanecían en las ramas y aleteaban, gorjeando y graznado con ansiedad. Le deslizo la yema del pulgar sobre el dorso de la mano y sintió los duros nudos bajo la piel mientras su tensión crecía.

– ¿Qué viste? -Fuera lo que fuera la había aterrorizado.

– A un hombre llamando a una mujer, diciéndole que cogiera al bebé y corriera. El bebé era… yo. Estaba en una cuna y ella me arropó con una manta, besó al hombre y le abrazó. Pude oir sus voces y ver las luces danzando fuera de las ventanas. El hombre me besó también, y después a ella una ultima vez y abrió una trampilla en el suelo. Me sentí asustada y temerosa. No quería dejarle y tampoco ella. Creo que sabíamos que era la última vez que nos veríamos.

Se lamió los labios secos.

– La niña estaba rodeada por el bosque mientras yo corría por la pista, escuchando mi corazón, mis pisadas, oliendo a los otros, y recuerdo las estrellas estallando a mí alrededor. Pero en realidad no brillaban a mi alrededor en la escuela, las luces destellaban alrededor de la mujer y de mí, el bebé del bosque. Oí como si algo pasara cerca, un silbido, y entonces la mujer se encogió, tropezando. Lo siguiente que supe es que estaba corriendo sobre la pista al mismo tiempo que la mujer corría a través de los árboles conmigo… el bebé.

– ¿La mujer era tu madre?.

– ¡No! -gritó MaryAnn más que para negarlo para contenerse a sí misma, respiraba con dificultad, intentando ahogar la conmoción de lo que eso podría implicar-. No, no sé quien era, pero no era mi madre.

Estiró la mano y tiró de ella hasta apoyarla contra él, colocándole la cabeza sobre su hombro.

– No te disgustes sivamet -Su voz fue suave, una hipnotizante caricia de terciopelo murmurando sobre su piel-. Cálmate, es una bonita noche y estamos simplemente hablando, tratando de conocernos. Estoy muy interesado en esta carrera dual que tuviste. ¿Crees que ocurrió realmente? ¿Qué edad crees que tenías cuando tuvo lugar ese viaje por el bosque? ¿Y donde estabas? ¿En Estados Unidos? ¿Europa? ¿Que idioma hablaban?.

MaryAnn inspiró y se quedó muy quieta, absorbiendo su calor y fortaleza. Podía sentir como si flotara sobre y dentro de ella, como si Manolito se compartiera a sí mismo y quién y qué era con ella. No sondeaba su mente, pero le enviaba su absoluta comprensión y aceptación. Aceptaba algo que ella misma no podía aceptar.

– Inglés no. No sé. Estaba asustada. Muy asustada -Y cada vez que entraba en un bosque, ese miedo amenazaba con ahogarla-. Querían matarnos, lo sabía aun siendo una niña. Quienquiera que incendiara la casa nos quería muertos a todos, incluso a mí.

Apenas era capaz de respirar, el pecho le oprimía, su corazón palpitaba.

– La mujer corrió y corrió, pero yo sabía que algo iba mal. No tenía ritmo y respiraba en jadeos. Las dos supimos el momento exacto en el que el hombre que se había quedado en la casa fue asesinado. Oí su lamento silencioso y este hizo eco con el mío. La pena la consumió y después a mí, casi como si compartiéramos las mismas emociones. Sabía que estaba desesperada por atravesar el bosque hasta la casa de un vecino. El lugar normalmente estaba vacío, pero ellos estaban allí, de vacaciones.

Un escalofrió la recorrió y Manolito la acercó más. Su piel estaba fría como el hielo y colocó el cuerpo alrededor del de ella.

– No tienes que contarme nada más, MaryAnn, no si es muy doloroso -Porque estaba muy seguro de que conocía el resto de la historia. Quería que confiara en él lo suficiente como para darle detalles, pero su nivel de angustia estaba subiendo y con ello, notó con interés, los animales en los árboles circundantes se agitaban más.

MaryAnn nunca se lo había contado a nadie y deseaba contárselo a él. La presión de su pecho aumentaba, la sensación de ser arrastrada era terrible, casi como si su misma esencia fuera succionada hacia un pequeño y oscuro lugar, para quedar aprisionada en sus pequeños confines. Deseaba agitar los brazos y patalear para probarse a sí misma que aún estaba en su propio cuerpo y no encerrada en una caja.