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– Lo cambia todo -Su voz fue apacible, con emoción… emoción que podía sentir porque ella le había dado ese regalo.

Él no había entendido la enormidad de lo que había hecho al unirlos. No parecía entender siquiera como su vida se vería afectada. Tendría que ver como moría su familia. No sería la persona que siempre había sido. Incluso la química de su cuerpo sería diferente. Todo su mundo cambiaria y no tendría elección al respecto. Manolito seguiría siendo el hombre que siempre había sido, solo que tendría el color y las emociones restauradas. Él podía creer que todo sería perfecto con el tiempo, pero los cambios no le ocurrían a él.

La adrenalina bombeó a través de su cuerpo y con ello… furia. ¿Cómo podía alguien decidir arbitrariamente sobre su vida sin su consentimiento? ¿Sin preguntarle? Manolito. Sus padres. Incluso sus amados abuelos. ¿Como habían decidido qué era lo mejor para ella y no sólo la dejaban fuera de las decisiones, sino que ni siquiera tenía conocimiento de ellas?.

Se levantó de un salto antes de que Manolito tuviera idea de que se movería. No hubo ni un leve movimiento de su cuerpo que indicara que se movería. Simplemente se movió de una vez, saltando sobre los pies y sobre la barandilla antes de que él supiera lo que intentaba. Con el corazón en la garganta, saltó tras ella. Estaban a quince metros del suelo. La caída la mataría.

¡MaryAnn! La llamó mientras la seguía, enviando aire para mantenerla flotando mientras el descendía como un rayo, pero ella ya estaba en el suelo agachada en una postura de lucha.

Ralentizó su descenso para estudiarla. El cabello era espeso, largo y ondulado, brillando negro azulado como si una cascada bajara por sus hombros y su espalda. Las manos curvadas en garras, y la sorprendente estructura ósea de su rostro destacando bajo la tensa piel. Retrocedió mientras se colocaba frente a ella.

– Quiero irme a casa.

Sabía que estaba en buenas manos… sus manos… y aun así su voz temblaba y se la veía tan asustada que se sintió fatal.

– Ya lo sé, MaryAnn. Te llevaré a casa tan pronto como pueda. -Y comprendió que era cierto. Por primera vez, comprendió que ella podría necesitar Seattle. Podría necesitar la fría y lluviosa ciudad tanto como él necesitaba la selva-. Lo prometo, csitri, que cuando pueda abandonar completamente la tierra de la sombras, te escoltaré a tu hogar.

MaryAnn tomó un profundo y entrecortado aliento.

– ¿Lo prometes?.

– Absolutamente. Te doy mi palabra, y nunca la he roto en todos los siglos de mi existencia. -Extendió la mano-. Siento no entender por lo que estás pasando. -Si ella le abriera su mente, podría sentir sus emociones, no solo visualizarlas, pero se seguía resistiendo.

MaryAnn miró a su alrededor.

– No se como he llegado aquí -miró hacia arriba, a la canopia. No podía ni ver la plataforma que él había construido-. ¿Cómo hice eso Manolito?.

Mantuvo la mano extendida hacia ella. Las hojas susurraban a su alrededor. Las sombras se movían. Dio un paso para acercarse. MaryAnn puso su mano en la de él. Y tiro de ella hacia sus brazos y se alzó en el aire, llevándolos hacia la protección del armazón que había construido. Ella se quedó de pie en la plataforma, con las manos alrededor de su cuello, con el rostro enterrado contra su hombro, temblando con la verdad.

– La verdad -murmuró él suavemente.

MaryAnn se alejó. Sabía cual era la verdad. Ella había sido el bebé al que alguien había perseguido por el bosque y casi asesinado. Sus padres le habían ocultado la verdad durante años. Los cimientos de su sólido mundo habían sido sacudidos y tenía que encontrar la forma de calmar a esa cosa creciente en su interior para poder arreglárselas con lo que ocurría, pero no quería que Manolito le arrojara la verdad de su vida a la cara.

Manolito miró a su alrededor a las variadas hojas. Algunas amplias, algunas diáfanas, unas pequeñas, otras grandes y todas de un plateado apagado en vez de brillar como deberían. Las salvaguardas estaban en su lugar, manteniendo fuera a los enemigos para que pudiera pasar tiempo con ella, tratando de introducirla en su mundo. Había tenido la intención de llevarla completamente a este, para que también ella fuera completamente Karpatü. En lugar de eso la había forzado a desnudar su alma, a arriesgarlo todo por él. Ahora necesitaba darle algo a cambio. Algo de igual valor. Ella le había dado verdad, él no podía ser menos.

Paseó intranquilamente por los pequeños confines del lugar.

– Me has dado verdad, MaryAnn, cuando eso te costaba. Tengo algo que decirte. Algo que me avergüenza y no solo a mí, sino a mi familia entera. Lo que hay dentro de ti es noble y fuerte y dudo que debas temerlo. Yo no tengo secretos que compartir contigo, sin embargo, desearía que así fuera.

Ella parpadeó alejando las lágrimas y le miró. Parecía nervioso. Esa era la última cosa que esperaría de un hombre tan confiado como Manolito. Su compasión natural se precipitó a través de ella y colocó la mano sobre su hombro inundándolo con su calidez y valor.

– No me ayudes con esto -protestó él, sacudiendo la cabeza, pero una vez que ella le abrió su mente, le rodeo con brillantes colores y su consoladora personalidad-. No lo merezco.

No merecía estar tan satisfecho por haberla reclamado, pero MaryAmm empujó hacia abajo ese súbito pensamiento y le dirigió una mirada de apoyo. Manolito continuó peseando, así que ella se hundió entre las flores, sorprendida nuevamente cuando liberaron su fragancia, llenando el aire con su suave esencia. Alzó las rodillas y se las rodeó con los brazos, apoyando la barbilla en ellas, esperando que continuase.

Manolito lanzó una lenta y cuidadosa mirada alrededor y colocó más salvaguardas, esta vez envolviéndoles dentro de una barrera de sonido para mayor privacidad.

– A veces, la selva tiene oídos.

Ella asintió, sin interrumpirle, pero en algún lugar en la boca de su estomago comenzaba a creer que lo que iba a decirle era de una monumental importancia para ambos.

Manolito apoyó los codos en la barandilla y miró hacia el suelo de la selva bajo ellos.

– Mi familia fue siempre un poco diferente a la mayoría de los guerreros que nos rodeaba. Por algún motivo, la mayoría de las familias nunca tenían hijos con menos de cincuenta a cien años de distancia uno de otro. Por supuesto ocurría, pero raramente. Mis padres tuvieron a cinco de nosotros con no más un intervalo de quince años, aparte de Zacarías. Él es casi cien años mayor, pero nos criamos juntos.

MaryAnn pudo ver al instante los problemas que acarreaba tal proximidad, en particular con muchachos que sentían el sabor del poder por primera vez.

– Tenéis una mentalidad de pandilla.

Se produjo un breve silencio mientras él lo asimilaba.

– Supongo que podía ser. Estábamos por encima de la media en inteligencia y todos lo sabíamos. Lo escuchamos muchas veces de nuestro padre así como de otros hombres. Éramos veloces y aprendíamos rápidamente y escuchamos también, mientras eramos entrenados para lo que sería nuestro deber.

MaryAnn frunció el ceño. Nunca había pensado en Manolito o sus hermanos siendo niños, creciendo en tiempos inciertos.

– ¿Aun entonces nacían mas hombres que mujeres?.

Él asintió.

– El príncipe estaba preocupado y todos lo sabíamos. Morían muchos niños. Las mujeres comenzaron a tener que salir a la superficie para dar a luz, y algunos niños no podían tolerar la tierra en la infancia, otros si. Estaban cambiando las cosas y la tensión aumentaba. Fuimos entrenados como guerreros pero nos dieron tanta educación como fue posible en otras artes. El resentimiento comenzó a crecer en nosotros cuando a otros no tan inteligentes les daban más oportunidades de aprender mientras nosotros teníamos que afilar nuestras habilidades en el campo de batalla.