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¿Qué demonios pasaba con ella? Normalmente era una persona que creía en la filosofía del vaso medio lleno. Sin importar las circunstancias, siempre podía mirar a su alrededor y encontrar algo gracioso, hermoso o divertido de lo que disfrutar, pero desde la noche en que había acudido a la celebración de los cárpatos con Destiny, había estado tan deprimida que apenas podía funcionar.

Se las había arreglado para ocultarlo al principio. Todos estaban tan ocupados preparándose para abandonar las Montañas de los Cárpatos y volar a casa, que no habían notado su silencio. O si lo habían hecho, lo habían atribuido a la timidez. MaryAnn había estado de acuerdo en ir a Brasil con la esperanza de ayudar a la hermana pequeña de Juliette antes de que se diera cuenta del problema emocional en el que estaba metida. Debería haber dicho algo, pero siguió pensando que la tristeza remitiría. Había viajado con la familia De la Cruz en su jet privado. Y el ataúd. Ellos habían dormido en el avión, mientras viajaban durante el día, pero ella se había sentado sola junto al ataúd y había llorado. Había llorado tanto que su garganta estaba en carne viva y le ardían los ojos. No tenía sentido, pero no parecía poder detenerlo.

Un golpe en la puerta la sobresaltó, haciendo que su corazón saltara y comenzara a martillear. Tenía un trabajo que hacer y la familia De la Cruz esperaba que lo hiciera. La idea de intentar ayudar a otros, cuando no podía soportar la idea de salir de la cama, resultada aterradora.

– MaryAnn. -La voz de Juliette parecía desconcertada y un poco alarmada-. Abre la puerta. Riordan está conmigo y tenemos que hablar contigo.

No quería hablar con nadie. Probablemente Juliette había localizado a su hermana pequeña, quien por cierto todavía estaba escondida en la selva tropical. Cárpatos, vampiros y jaguares… a veces se sentía como Dorothy en El Mago de Oz.

– Todavía estoy soñolienta -mintió. No podría dormir aunque su vida dependiera de ello. Todo lo que podía hacer era llorar. Y estar asustada. Sin importar lo mucho que intentara expulsar su miedo y su recelo, las emociones no desaparecían.

Juliette sacudió el picaporte de la puerta.

– Siento interrumpir tu descanso, MaryAnn, pero esto es importante. Necesitamos hablar contigo.

MaryAnn dejó escapar el aliento. Era la segunda vez que Juliette había utilizado la palabra "necesitar". Definitivamente algo estaba pasando. Tenía que calmarse. Lavarse la cara. Cepillarse los dientes. Intentar dominar su cabello. Se enderezó, una vez más limpiando las lágrimas que corrían por su cara. Riordan y Juliette eran ambos cárpatos y podrían leerle la mente si quisieran, pero ella sabía que eso se consideraba de mala educación cuando se estaba bajo la protección de los cárpatos, y agradecía tal consideración.

– Un momento, Juliette, estaba durmiendo.

Sabrían que era una mentira. Podrían no leerle la mente, pero no podían evitar sentir las ondas de aflicción que manaban de ella y llenaban la casa.

Se tambaleó hacia el espejo y se miró fijamente a la cara con horror. No había modo de esconder la evidencia de las lágrimas. Y sin duda alguna no había remedio para su pelo. Era largo, lo bastante largo, si lo dejaba suelto, como para llegarle hasta la cintura, pero no había pensado en hacerse trenzas y la humedad había cargado su cabello más allá de toda ayuda. Estaba ridícula, su cabello indomable y sus ojos de un rojo brillante.

– MaryAnn. -Juliette manipuló el picaporte-. Lo siento, pero vamos a entrar. De verdad que es una emergencia.

MaryAnn inspiró profundamente y volvió a sentarse en el borde de la cama, desviando la cara mientras ellos atravesaban la puerta. No ayudaba que Juliette fuera hermosa, con sus ojos felinos y su cabello perfecto, o que Riordan, como sus hermanos, fuera alto, ancho de hombros y pecaminosamente apuesto. Estaba tan avergonzada, no sólo por el hecho de que su cabello hubiera crecido hasta convertirse en una masa del tamaño de una pelota de playa, sino porque no podía controlar el dolor que estaba amenazando su vida misma. Era una mujer fuerte, y nada tenía sentido desde que había presenciado la muerte de Manolito.

Juliette se deslizó a través de la habitación hasta la cama, su cuerpo compacto y grácil, su mirada concentrada y alerta, le recordaban a MaryAnn su linaje jaguar.

– MaryAnn, no estás bien.

MaryAnn intentó una sonrisa.

– Es sólo que he estado fuera de casa mucho tiempo. Soy más una chica de ciudad y todo esto es nuevo para mí.

– Cuándo estábamos en las Montañas de los Cárpatos, ¿conociste a mi hermano Manolito? -Riordan miró a MaryAnn con ojos fríos y calculadores.

MaryAnn sintió el empuje de su pregunta en la mente. Le había dado un empujón mental. Sus sospechas estaban bien sustentadas. Algo no iba bien. Sintió la sangre abandonar su cara. Había confiado en esta gente, y ahora estaba atrapada y era vulnerable. Ellos tenían poderes que pocos humanos podían comprender. Su boca se secó y apretó los labios, una mano revoloteó hacia su pecho donde un punto latía y ardía, mientras permanecía obstinadamente en silencio.

Juliette lanzó a su compañero una mirada represora.

– Es importante, MaryAnn. Manolito está en apuros y necesitamos información rápido. Riordan ama a su hermano y está usando un atajo, algo que resulta automático para nuestra especie, pero no muy respetuoso. Lo lamento.

MaryAnn parpadeó ante ella, las lágrimas la inundaban de nuevo a pesar de su resolución.

– Está muerto. Le vi morir. Y lo sentí, el veneno extendiéndose a través de él, el último aliento que tomó. Sé que está muerto. Oí a la gente decir que ni siquiera Gregori podía traerle de vuelta de la muerte. Y trajeron su cuerpo con nosotros en el avión. -Sólo decirlo en voz alta ya era difícil. No podía añadir, en un ataúd. No mientras sentía el corazón como una pesada piedra en el pecho.

– Somos cárpatos, MaryAnn, y no tan fáciles de matar.

– Le vi morir. Le sentí morir. -Había gritado. Profundamente en su interior, donde nadie podía oírla, había gritado su protesta, intentando mantenerle en este mundo. No sabía por qué un desconocido le importaba tanto, sólo que había sido tan noble, tan absolutamente heroico al insertar su cuerpo entre el peligro y una mujer embarazada. Más aún, había oído el rumor de que había hecho lo mismo por el príncipe de los Cárpatos. Sin importarle su propia protección, se había sacrificado por Mikhail Dubrinsky también. Y a ninguno de ellos parecía importarle. Se habían apresurado hacia la mujer embarazada, abandonando al guerrero caído.

Juliette lanzó a su compañero otra larga y elocuente mirada.

– ¿Sentiste morir a Manolito?

– Sí. -Su mano se movió hacia la garganta, y por un momento le fue difícil respirar-. Su último aliento. -Había estado en su garganta, en sus pulmones-. Y entonces su corazón dejó de latir. -Su propio corazón había vacilado en respuesta como si no pudiera latir sin que el de él marcara el ritmo. Se humedeció los labios con la lengua-. Murió y todos estaban más preocupados por la mujer embarazada. Ella parecía muy importante, pero él murió. No os entiendo a ninguno. Ni a este lugar. -Se echó hacia atrás la salvaje masa de pelo y se meció suavemente-. Tengo que irme a casa. Sé que dije que trabajaría con tu hermana, pero el calor me está poniendo enferma.

– No creo que sea el calor, MaryAnn -objetó Juliette-. Creo que estás teniendo una reacción a lo que le pasó a Manolito. Estás deprimida y afligida, aunque apenas le conocías.

– Eso no tiene sentido.

Juliette suspiró.

– Sé que no lo parece, pero ¿estuviste alguna vez a solas con él?

MaryAnn negó con la cabeza.

– Le vi unas pocas veces entre la multitud. -Era tan apuesto, habría sido imposible no notarlo. Se consideraba a sí misma una mujer muy sensible, pero ese hombre le había robado el aliento. Incluso se había dado a sí misma un golpe bajo verbal cuando se había dado cuenta de que le estaba mirando embobada como una adolescente. Sabía que los Cárpatos sólo tenían una pareja. Él podía haberla utilizado para alimentarse, pero más allá de eso, no había esperanza de nada más.