Capítulo 14
MaryAnn respiró varias veces, incapaz de leer en su mente. No sabía si se había apartado ella o él, pero sólo podía mirarle fijamente con incredulidad. Manolito de la Cruz era leal a Mikhail Dubrinsky. Había visto su heroísmo. Podía ver la cicatriz en la garganta que casi le había matado. Hacía falta mucho para matar un Cárpato, pero alguien se las había arreglado para hacerlo mientras él había estado protegiendo al príncipe. No creería ni por un momento que estuviera involucrado en un complot para destruir a la familia Dubrinsky.
– No entiendo tus pensamientos, Manolito. Mis amigos y yo hablamos de política todo el día y a menudo no estamos de acuerdo con nuestro gobierno, pero eso no significa que seamos traidores a nuestro país o a nuestra gente.
Encerrada como estaba dentro de una burbuja que impedía que el sonido escapara, MaryAnn no podía oír los pájaros o los insectos. El silencio parecía ensordecedor. Su desdicha era agobiante. Era raro que no pudiera leer su mente pero si sentir sus emociones, tan fuertes y profundas. La vergüenza. La ira. La culpa. Incluso el sentimiento de traición.
– Cuéntamelo. -Le dio una orden ésta vez. Si era su compañera como él reclamaba, entonces tenía que compartir esto con ella. Lo estaba comiendo vivo, y maravillada empezó a notar, mientras bajaba la mirada hacia sus manos, que en ese momento él estaba más en el reino del otro mundo que con ella.
Le cogió de la mano y tiró hasta que se sentó a su lado en el lecho de flores.
– Manolito. Esto te está destruyendo. Tienes que resolverlo.
– ¿Cómo resuelve uno la traición?.
Apretó los dedos rodeando los de él.
– ¿Ideaste un plan para derrocar a tu príncipe?.
– ¡No! -Su negación fue fuerte e instantánea.
Y verdadera. Pudo escuchar el halo de honestidad en su voz.
– Ni mis hermanos ni decididamente yo. Sólo estábamos hablando, quejándonos quizás, debatiendo ciertamente. Pero eso era todo. -Dejó caer la cabeza entre las manos y se frotó las sienes como si le dolieran-. Honestamente no sé cómo empezamos a desarrollar los detalles. No sé cómo ni por qué empezó a ser un verdadero plan para derrocar a nuestro príncipe, pero más tarde, cuando nos enfadábamos, hablábamos de ello como algo real.
Desde que su hermano Rafael matara a Kirja Malinov había intentado recordar. Todos sus hermanos habían intentado de recordar. Al principio se sentaban en silencio alrededor del fuego para debatir los pros y los contras de todas decisiones que Vlad había tomado.
– Había sólo otra familia con hijos tan seguidos como nosotros: los Malinov. Cuándo nuestra madre daba a luz, también lo hacía la de ellos. Crecimos juntos, mis hermanos y los Malinov. Jugamos juntos como niños, luchamos juntos como hombres. El vínculo entre nuestras familias era muy cercano. Eramos diferentes a otros Cárpatos. Todos nosotros. Quizá porque habíamos nacido muy seguidos. La mayoría de los niños cárpatos nacen por lo menos con cincuenta años de diferencia. Quizás haya una razón para ello.
– ¿Diferentes de qué forma?
Sacudió la cabeza.
– Más oscuros. Más rápidos. Más fuertes. La habilidad de aprender a matar nos llegó demasiado rápido, mucho antes de que abandonáramos nuestra infancia normal. Éramos rebeldes. -Suspiró y se inclinó para frotar el mentón contra la riqueza de su cabello, necesitando sentir su cercanía-. Los hermanos Malinov tuvieron suerte. Hubo un hermoso bebé, una niña, que nació en su familia unos cincuenta años después de Maxim, el menor de los chicos. Desgraciadamente, su madre no sobrevivió mucho tiempo al nacimiento y su padre la siguió al próximo mundo. Nosotros diez nos convertimos en sus padres.
Sintió la pena en él, pena que no había disminuido a través de los siglos a pesar del transcurso de los años en los que no había podido sentir emociones. Estaba todavía allí, carcomiéndolo, oprimiéndole el pecho, revolviendo sus intestinos, estrangulándole hasta que apenas podía respirar. MaryAnn vio a una niña, alta, con brillante cabello negro, liso y espeso, cayendo fluidamente como agua hacia una pequeña cintura. Los ojos inmensos y brillantes, esmeraldas brillando en una cara dulce. Una boca hecha para reír, nobleza en cada línea de su cuerpo.
– Ivory. -Manolito susurró su nombre-. Era tan nuestra como suya. Era brillante y feliz y lo aprendía todo tan rápido. Podía luchar como un guerrero, aunque usaba el cerebro. No había un estudiante que pudiera superarla.
– ¿Qué le sucedió? -Porque eso, a fin de cuentas, era lo que había llevado a la amargura que a menudo sentía en los confusos sentimientos de Manolito hacia su príncipe.
– Quería ir a la escuela de magos. Indudablemente estaba cualificada. Era lo suficientemente brillante y podría urdir hechizos que pocos lograban romper. Pero nosotros, todos nosotros, sus hermanos y los míos, no le permitíamos ir sin acompañante a ningún sitio. Era joven y se había criado bajo el yugo de diez hermanos que le decían qué hacer. Eso no nos importaba; queríamos verla a salvo. Deberíamos haberla mantenido a salvo. Era una belleza por la que luchábamos y que nos esforzábamos por proteger. Su risa era tan contagiosa que aún los cazadores que hacía mucho habían perdido sus emociones tenían que sonreír cuando ella estaba cerca.
Se presionó la mano de MaryAnn contra el corazón tan fuerte que pudo sentirlo golpear contra su palma.
– Le prohibimos ir a la escuela y estudiar con los magos hasta que pudiéramos ir con ella y protegerla. Todos conocían nuestros deseos y nunca debieron haber intervenido. Pero, mientras estábamos lejos en una batalla, ella elevó su súplica al príncipe.
Un estremecimiento atravesó el cuerpo de él. En realidad meció su cuerpo sólo una vez para reconfortarse, pero MaryAnn lo sintió y supo que el escozor de la pena era más profundo que lo peor que ella pudiera concebir. El tiempo ciertamente no había curado la herida. Se preguntó si la pérdida de emociones todos esos años había mantenido el dolor fresco, para que cuando los hombres pudieran sentirlas otra vez, incluso las pasadas emociones estuvieran incrementadas e intensamente vivas para ellos.
– El príncipe no tenía derecho a usurpar nuestra autoridad, pero lo hizo. Aún sabiendo que lo habíamos prohibido, le dijo que podía ir. -Su voz decayó hasta un murmullo, y apretó más la mano contra el pecho, como si aliviara el terrible dolor que sentía ahí.
– ¿Por qué haría algo así?.
– Creemos que su hijo mayor, al que no nombraremos, ya mostraba signos de su enfermedad. La familia Dubrinsky tiene capacidad para esgrimir un gran poder, pero ello conlleva la necesidad de controlar un poder tan vasto. La locura reina si no lo hace la disciplina. El hijo mayor de Vlad había estado observando a Ivory, aunque no era su compañero. Lo hubiéramos matado si la hubiera tocado. La tensión llegaba a ser palpable cada vez que él regresaba a nuestra aldea. Yo mismo esgrimí la espada en dos ocasiones cuando la arrinconó cerca del mercado. Estaba estrictamente prohibido tocar a una mujer que no fuera tu compañera, pero no había duda de qué era lo que tenía en mente hacer, en cuanto tuviera la oportunidad.
– Creía que los hombres de los cárpatos no miraban a más mujer que a su compañera.
– Cuándo son jóvenes, algunos lo hacen, y hay una enfermedad en otros, una necesidad de poder sobre el otro sexo, que los corrompe. Es un tipo de la locura que a menudo afecta a los más poderosos. Nuestra especie no está libre de anomalías, MaryAnn.
– ¿Por qué no se le detuvo?.
– No creo que muchos quisieran creer que el hijo del príncipe podía llevar la enfermedad en sus venas, pero nosotros lo supimos. Zacarias, mi hermano mayor, y Ruslan, el mayor de los Malinov, fueron a ver a Vlad y le hablaron del peligro que corría Ivory. El príncipe mandó a su hijo lejos, y tuvimos paz durante un tiempo. El hijo de Vlad iba a volver, y cuando Ivory pidió permiso para asistir a la escuela, para Vlad fue una manera sencilla de deshacerse de un problema inmediato. Pensó que sin ella allí, su hijo estaría bien.