Había estado enfadada con él por introducirla en su vida sin su consentimiento, por quitarle sus opciones, y por no entender la enormidad de lo que había hecho, pero no podía evitar la fuerza de su emoción por él al ver que intentaba hacerla comprender. Confiarle su mayor vergüenza. Y sabía que era eso lo que él le estaba dando.
Cuando Manolito extendió la mano para apartar un mechón de cabello de su cara, sus dedos acariciando la sensible piel, y ella se estremeció.
– Los hermanos Malinov vinieron a vernos antes de marcharnos y quisieron hablar. -Su voz enronqueció, y el sonido arañó las sensibles terminaciones nerviosas, una seducción que no había creído posible. Él inclinó la cabeza, apartándole el cabello del hombro, y su lengua le tocó el pulso-. Querían que repudiáramos al príncipe.
Diminutas llamas bailaron por su cuello y garganta, bajaron hacia sus senos. Sus pezones se pusieron duros bajo la delgada camisa, y su cuerpo se sentía suave y flexible y tan dolorido que hacía que quisiera enterrarse en él.
– Pero no lo hicisteis. -Era positiva. Sabía que él respetaba a Vlad Dubrinsky a pesar de la terrible tragedia.
– No, no lo hicimos. No podíamos. -Su voz contenía una absoluta convicción-. Y en ese momento, tampoco podían los Malinov. Le habían jurado lealtad.
Y le amaba por eso. Por distinguir el bien del mal. Por tener esa fuerte lealtad a pesar de querer tanto a los hermanos Malinov. Habían sido su familia, aún así había sabido, al igual que todos sus hermanos, que traicionar al príncipe era traicionar a su gente.
– No, por supuesto no hubierais podido. -Deslizó la mano arriba y abajo por su brazo, sintiendo la definición de sus músculos bajo la palma. Tan duros. Cerró los ojos brevemente, deseando sentirle piel con piel. Quería seducirle, tenerle en el interior de su cuerpo y llenar el vacío que sentía dentro de él.
Sus ojos se animaron con turbulencia tan tempestuosa que su corazón saltó. Sus oscuros iris negros resplandecieron en ámbar… casi dorados, robándole el aliento. Esa ferocidad, esa parte de ella que nunca había querido reconocer, latió con fuerza y de forma atrevida en reconocimiento, y se inclinó para acercarse antes de poder pensar, antes de poder detenerse, rozando su boca con la suya, respirando por él, tomando la adrenalina en su propio cuerpo. Tomando su necesidad. Tomando sus deseos. Tomándolo.
Él le devolvió el beso, deslizando la lengua en la sedosa calidez de su boca. Cada terminación nerviosa volvió a la vida. Cualquier furia que todavía sintiera contra su príncipe, contra él mismo o incluso contra los Malinov desapareció, dejando su sangre latiendo por ella.
Sus brazos la rodearon, y la empujó incluso más cerca, cuerpo con cuerpo, su boca en la de ella, el pulso atronando en sus oídos. Estaban unidos, mente con mente, y MaryAnn sintió el repentino cambio en él, como cada célula la reconocía, la deseaba, la necesitaba. Los dientes de él tiraron de su labio, mordisqueando, incordiando y demandando. El calor estalló, ahuyentando el frío de su piel, apartando las sombras y la pena de los viejos recuerdos hasta que sólo quedó esto… el sentimiento último. Gloria absoluta.
– Quiero sentir tu piel contra la mía -susurró él. Su mano se estaba deslizado ya hacia arriba por su pierna, por su pantorrilla, subiendo por su muslo, hacia su interior donde se sentía dolorida, le anhelaba y le necesitaba. Dónde le ofrecía refugio y asilo. Movió los nudillos en pequeños círculos contra su húmedo centro mientras su boca consumía la de ella.
Alrededor de él, el mundo palideció. Ambos mundos. Las sombras retrocedieron hasta que sólo quedó el lecho de flores y el perfume del hombre y la mujer que se llamaban el uno al otro. Extendió ambas manos para sujetarla entre sus brazos, abrazándola contra él, acunando con una mano la parte trasera de su cabeza mientras la bajaba hacia la cuna de enredaderas. No fue salvaje ésta vez, no quería serlo. La tomó con mucho cuidado, lento y suave, deseando probar cada pulgada de ella, deseando llevarlos a ambos en un viaje sedoso de pura sensación.
MaryAnn extendió una mano para echarle hacia atrás la cascada de sedoso cabello, tan largo y lujurioso, espeso, más denso incluso de lo que recordaba. Su cabello había sido hermoso, pero ahora, quizá porque cada sensación le parecía mucho más, parecía más largo, un manto denso por el que quería pasar la mano y acariciar y en el que quería enterrar la cara. Más que nada, quería aliviarlo, hacerle sentirse completo y vivo y mucho mejor.
Moldeó con la mano la forma de la nuca del él y alzó su boca hacia la suya. El beso de él igualó el perezoso y lento movimiento de sus manos mientras se deslizaban bajo su camisa hacia la cima de sus senos. Sus pulgares incordiaron y revolotearon, con el mismo ritmo lánguido, creando precisas llamas que irradiaban de sus senos hacia el vientre para fundirse en una piscina de líquido fundido entre las piernas. Su cuerpo estuvo al instante resbaladizo, caliente y ya ansioso por el suyo.
Adoraba su boca. La sensación y la forma. El modo en que era tan caliente y dominante. No importaba lo gentil que empezara, en unos instantes su boca tomaba el control de la de ella, narcotizándola con besos, enviando llamas que la hacían girar en un vórtice de necesidad. Las manos de él se deslizaban por su piel, dejándola contorsionándose por más, tan gentil, tan paciente, que la sobresaltó cuando de repente le desgarró la blusa para abrirla, enviando botones dispersos en todas direcciones, bajando la cabeza y cubriendo sus senos con su boca caliente y codiciosa.
Se arqueó hacia él, aferrando su cabeza, acariciando su cabello, susurrándole ánimos, pidiendo más.
Manolito levantó la cabeza para bajar la mirada hacia ella. Era tan hermosa, ofreciéndose a él para hacer el pasado mucho más fácil. Si alguien podía hacerlo, esa era ella. Estaba excitado más allá de lo que jamás hubiera creído posible. Tanto si ella lo sabía como si no, estaba en su mente, aumentando sus necesidades, mostrándole su ansia por complacerlo de todas las formas en que él quisiera… ó necesitara. Ella era su propio campo de juegos personal, pero esta vez, su lujuria estaba envuelta en amor. Lo sabía categóricamente. No había forma de no adorarla cuando le daba todo sin reservas, cuando tenía valor para entregar su cuerpo a un hombre tan dominante como él.
Apartó la falda de su cuerpo, se deshizo de sus ropas demasiado pesadas y arrodillado sobre ella, bajó la mirada a sus senos plenos y maduros. Sus pezones estaban duros y ansiosos. Sus piernas estaban ligeramente abiertas, dejando ver la resbaladiza y mojada invitación de su cuerpo llamándole. Con un pequeño gruñido que retumbó en el fondo de su garganta, bajó la cabeza una vez más hacia ella. Abrió la boca para él, aceptando el duro empuje de su lengua. Los dientes tiraron de su labio inferior, mordiendo el suave arco mientras la lengua provocaba y se abría paso. Bajo él, su piel se calentó en una lisa y sensibilizada seda, de forma que cada vez que deslizaba su cuerpo sobre el suyo, ella se estremecía y temblaba con ansia.
Le aferró los hombros con las manos, clavando las uñasen su carne, intentando sostenerse, mientras él profundizaba los besos, rudo ahora, exigente, haciendo cada uno más caliente y más adictivo que el último. Estaba ahogándose, sin posibilidad de sobrevivir, esas manos duras y calientes en su cuerpo, esa lengua capturando la suya una y otra vez, arrastrándola hacia su propia boca, sus labios tomando el control como lo hacían sus manos.
Las palmas de esas manos se deslizaron de forma posesiva sobre sus senos, los dedos tiraron de sus pezones. Flechas de fuego bajaron hacia su vientre y la recorrieron entre los muslos. Gimió suavemente, el sonido vibró bajando por su espina dorsal y le rodeó la ingle para atravesar la erección de él, que metió la rodilla entre sus muslos, abriéndola aún más a él.