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Encendió un rastro de fuego desde sus labios a su cuello, hasta el pulso que golpeaba allí frenéticamente. Los dientes pellizcaron y la lengua se arremolinó mientras escuchaba la agitación de su sangre latiendo en sus venas por él. Era música… una música completa, que hacía que su propia sangre se agitara en respuesta. Sólo MaryAnn podía hacer esto por él… calmar a cada demonio, elevar su alma, traer poesía a su vida en medio de la cruda realidad.

Ella comenzó a cabalgar su muslo con un pequeño grito de impotencia, luchando por aplacar la creciente necesidad. Podía sentir la acumulación de seductora humedad contra su piel desnuda donde ella se frotaba agitadamente, y se sentía tan sensual que apenas pudo mantener el control.

Le lamió su pezón con un golpe rápido y duro, y ella saltó bajo él, ya tan sensibilizada que cuando le cubrió el pecho, arrastrando la carne cremosa al calor ardiente de su boca, arqueó el cuerpo más completamente hacia él, sus gritos conduciéndole más lejos aún en un frenesí de deseo.

Su corazón sonaba ruidoso, palpitando a un ritmo que igualaba el de él. Él bajó por su cuerpo, deslizándose sobre la superficie sedosa hasta que pudo sujetarla con los brazos rodeándole los muslos y la levantó hacia su codiciosa boca. Se había despertado anhelando su sabor, casi mayor que su hambre de sangre. Cubrió su intrigante y pequeña abertura con la boca, su lengua revoloteó y acarició el clítoris. Su primera liberación fue rápida y dura, sus músculos se tensaron hasta que las sensibles terminaciones nerviosas estuvieron ardiendo, pero no se detuvo.

MaryAnn intentó apartarse de él, pero su fuerza era demasiada. Todo lo que pudo hacer fue agitarse salvajemente bajo él en un esfuerzo por escapar de su traviesa boca, lo cual sólo le incitó más.

Eso es, sivamet arde por mí. Estalla en llamas. Grita. Se completamente mía.

Su voz era un áspero susurro en su mente. Su boca se amamantó mientras su lengua la asaltaba. Era demasiado, demasiado rápido, su cuerpo estaba demasiado sensible.

No puedo. Vas a matarme. Quizás no matarla, pero ciertamente iba a destruir todo lo que ella había sido, convirtiéndola en alguien distinto, alguien altamente sexual, alguien que necesitaría sus manos y su boca durante toda la eternidad. Era atemorizante estar fuera de control, que su cuerpo tomara el mando, tener sensaciones interminables erigiéndose inexorablemente. El segundo clímax la recorrió, y gritó su nombre, una súplica, bien para que parara o bien para que siguiera, honestamente no lo sabía.

No, ainaak enyem, te estoy amando de la única manera que sé. Te lo estoy dando todo y estoy tomando todo lo que tú eres.

Él oyó los gruñidos de placer retumbando en su garganta, comprendió que el sonido vibraba a través de la suave vaina, así como vibraba a través de él. El útero se contrajo. Intensificó su agarre y tomó más, exigió más. Esta vez empujó la lengua de forma dura y rápida, apretando contra su ultrasensible punto mientras arrastraba la dulce miel de su cuerpo, la lujuria y el amor lo absorbían de forma tan completa que se estremeció con ellos. Su boca saqueadora la lanzó a un tercer orgasmo. Ella dejó escapar un agudo gemido.

Manolito, por favor. Por favor, por favor haz algo. Cualquier cosa.

Se alzó sobre ella, sus rasgos endurecidos por la lujuria, sus ojos llenos de amor. La combinación casi la deshizo. El corazón pareció detenérsele por un momento, después comenzó a golpear tan duramente que el pecho le dolió. Él le levantó las caderas otra vez, arrastrándola sobre el grueso lecho de flores hasta que pudo descansar las piernas sobre sus anchos hombros, con la cabeza pulsante de su pene alojada en su entrada.

Contuvo la respiración, todo dentro de ella concentrado completamente en ése ardiente lugar. El nudo de nervios latió de antemano. Él avanzó, su gruesa longitud impulsándose a través de los músculos apretados y sedosos ya tan inflamados e hinchados que la fricción la arrastró a una culminación incluso más dura que parecía no tener fin. Él se enterró completamente, sintiendo que las paredes de terciopelo se contraían y lo apretaban, las ondulantes sensaciones eran tan fuertes que gimió por la necesidad de controlarse.

No había nada. No podía haber nada. El aroma y la sensación de su vaina apretada rodeándole, ordeñándole, llevándole más allá de toda cordura, y él hundiéndose en ella una y otra vez, introduciéndose con largas estocadas, permitiendo que las abrasadoras sensaciones le tomaran completamente.

Manolito. Había miedo en su voz. En su mente. Ella se aferró a sus hombros, las uñas se clavaron profundamente, la cabeza le osciló hacia adelante y hacia atrás mientras levantaba las caderas para enfrentarse a su sensual asalto.

Estás a salvo, sivamet. Te tengo a salvo. Relájate para mí. Déjame llevarte hasta las nubes conmigo.

Apretó los dientes, tratando de aguantar cuando cada parte de él quería dejarse ir, estallar completamente en otra dimensión. No había más vergüenza ni dolor ni otros mundos rodeándole o en su interior. Sólo estaba MaryAnn, su otra mitad, y el santuario de placer que ella proporcionaba.

Vamos, päläfertül. Vuela conmigo.

MaryAnn lo sintió entonces, en su mente, compartiendo el placer de su cuerpo, compartiendo su propio placer, de forma que sus mentes realzaran la experiencia aún más. Cada profundo golpe mandaba electrizantes ondas que los atravesaban, a ella, a él. Cada profundo empuje enviaba relámpagos que los recorrían. El sudor brillaba en sus pieles mientras llegaban juntos, cada uno queriendo el máximo placer para el otro.

Hundió su pene profundamente, con fuerza, en la pulsante y sedosa vaina. Ella le estrangulaba, los músculos apretados e hinchados por los múltiples orgasmos enviaban un fuego que atravesaba su cuerpo como un rayo. Increíblemente, sintió su erección crecer, inmovilizándose en mientras sus pelotas se alzaban y la semilla caliente era lanzada a chorros hacia sus profundidades. Pulsación tras pulsación mientras su cuerpo se estremecía con el poder de la erupción, el placer consumiéndole, sacudiéndole.

Bajo él, ella gritó, su liberación la desgarraba, sus ojos se volvieron vidriosos, su cara se tensó a causa del shock, el orgasmo fue casi demasiado intenso para soportarlo. Las hojas sobre su cabeza brillaban como estrellas de plata, y los límites de su visión se estrecharon hasta que sólo pudo verle a él. Sus hombros y pecho bloquearon todo el mundo que los rodeaba mientras él comenzó a inclinarse hacia delante con lentitud infinita.

Manolito permitió que sus colmillos se alargaran. Su cuerpo todavía estaba duro, todavía estaba atrapado en el de ella. El movimiento de su cuerpo presionó la larga dureza contra su punto más sensible. Ella tembló. Permitió que ella viera lo que se avecinaba a continuación, queriendo que supiera lo que iba a hacer.

– Quédate quieta -murmuró cuando sintió su temblor, cuando vio sus ojos abrirse con lo que debía ser miedo-. Nunca te haría daño, MaryAnn.

Sus dientes se hundieron profundamente justo en el mismo lugar en el que él había marcado la hinchazón de su pecho. Ella gritó mientras el dolor cedía convirtiéndose en erotismo. Su cuerpo latía y se humedecía rodeándole, apretándole con un ritmo exquisito. Le envolvió con sus brazos mientras él tomaba su sangre, manteniendo su cabeza contra ella, dándole todo lo que era.

Cuándo finalmente pasó la lengua por el punto, cerrando la herida, la besó suavemente. Extrañamente, sintió el deseo de morderla otra vez, hundir los dientes en el hueco del hombro y envolverse en el sabor dulce del líquido de la vida. Resistiendo, se retiró lentamente de ella, saboreando la sensación de su vaina dejándole ir de mala gana. Se dio la vuelta, colocándola sobre él para que ella yaciera estirada encima como una manta.