Yacía bajo ella, sintiendo la impresión del cuerpo femenino sobre el suyo, los montículos suaves de sus senos, los pezones presionando contra su pecho. Ella era suave y húmeda carne, plácida como la seda con sus curvas exuberantes. Podía sentir su corazón latiendo, sentir el calor entre sus piernas, escuchar el sonido de su sangre precipitándose ardientemente por las venas. Los dedos enterrados en su cabello. Era perfecta. El momento era perfecto.
– Soñé contigo anoche -murmuró ella, levantando la cara para acariciarle la garganta con la nariz. Su lengua jugueteó sobre el pulso, los dientes le pellizcaron la piel-. Soñé con tu cuerpo dentro del mío y yo gritaba tu nombre. Fue un hermoso sueño durante un rato. -Le lamió otra vez la piel, su lengua se demoró en ese pequeño lugar-. Pero entonces llegaron los lobos… -Su voz se apagó y le besó en la garganta, apretando los labios sobre ese lugar, queriendo más, mucho más, hambrienta de su sabor. La mandíbula le dolía por la necesidad, sintió los dientes más largos y más puntiagudos cuando deslizó la lengua por las puntas. Le acarició el hombro con la nariz, mordisqueándole otra vez.
Bajo ella, Manolito se quedó inmóvil. Sus manos le rodearon los brazos como grilletes, y la separó de él de un tirón. Los negros ojos contenían tal peligro, tal amenaza, que ella se giró, buscando entre las copas de los árboles una razón. Su quietud hizo que volviera la atención hacia él.
– ¿Qué?.
Muy lentamente la apartó y se incorporó, pasándose las manos por la riqueza de su cabello negro. Su mirada volvió a ella, fría, dura y absolutamente amenazadora. Su mente se había apartado de la de ella, dejándola temblorosa, restregándose las manos arriba y abajo por los brazos.
– Manolito, ¿qué pasa?.
– Soñé contigo anoche -dijo él suavemente en un tono que le puso la carne de gallina-. Soñé con mi cuerpo enterrado profundamente en el tuyo, con las cosas que te hacía y contigo gritando mi nombre con placer. Y entonces llegaron los lobos… -Tal y como le había pasado a ella, su voz decayó.
Ella se incorporó como él había hecho, levantó las rodillas, deseando poder ponerse la ropa tan fácilmente como él estaba haciendo ahora.
– ¿Compartir un sueño te molesta? ¿Por qué? ¿No crees que pueda suceder, especialmente si estamos tan conectados?.
– Los Cárpatos no sueñan. -Se recogió el cabello hacia atrás y lo sujetó con una tira de cuero-. Dormimos el sueño de los muertos. Nuestros corazones y pulmones se detienen para rejuvenecer. Nuestros cerebros hacen lo mismo. No podemos soñar.
No estaba segura de lo que él decía, pero la boca se le secó y su corazón empezó un ritmo más duro y más rápido.
– Seguramente lo soñaste cuando te estabas despertando, o cuando te ibas a dormir.
– ¿Cómo explicas mi tolerancia al sol? He sido incapaz de caminar bajo la luz de la mañana desde hace siglos. Incluso con nubes y graves tormentas, el sol hería mis ojos, y mi cuerpo se volvía de plomo. Sin embargo, permanecí contigo hasta casi mediodía. Explícamelo. -Su voz era baja y dura, fustigándola con alguna acusación tácita-. Emergí cuando había sol y aún así mi piel no ardió ni se ampolló.
– ¿Cómo puedo yo explicar algo así? Sé poco de cárpatos y compañeras. Quizás una vez tienes a tu compañera, todo eso se restaura. -Cogió su blusa y se la puso-. Arruinaste los botones.
Impaciente, él ondeó la mano, y ella se encontró, no en sus propias ropas, sino con una camiseta de algodón y vaqueros. Vaqueros. No el vestido que le había pedido que llevara para él, sino los pantalones que no le gustaban. Se tragó el miedo, intentando no llorar mientras empezaba a trenzarse la larga y gruesa melena, necesitando hacer algo para escapar de su fría mirada. Acaban de compartir algo que pocos, si acaso alguien, experimentaría jamás en la vida, y ahora él la rechazaba, la apartaba. Se sentía como si le hubiera dado un bofetón.
– Ibas a morderme -dijo él-. Lo vi en tu mente.
Se apartó de él hasta que su espalda estuvo contra la barandilla.
– ¿Y qué? Quería hacerlo, si. Pero entonces vi que tú pretendías lo mismo. Ibas a tomar mi sangre y querías que yo tomara la tuya. Querías llevarme completamente a tu mundo, y no ibas a preguntarme. Ibas a tomar la decisión sin mi consentimiento.
– Eres mi compañera. No necesito tu consentimiento. -Había una emoción oscura parpadeando en sus ojos. Pequeñas luces ámbar comenzaron a brillar en el puro negro obsidiana.
La furia la recorrió.
– ¿Sabes qué? Yo no necesito tu consentimiento para irme, y voy a volver a la casa-Se levantó, y sus manos aferraron la barandilla cuando él se levantó también. Se irguió sobre ella, pareciendo un depredador en cada pulgada.
– De hecho, necesitas mi permiso. Y te quedarás aquí y escucharás lo que tengo que decir. Quiero saber la verdad, MaryAnn.
Entrecerró la mirada hacia él.
– No reconocerías la verdad ni aunque te mordiera el trasero.
– Me mordiste. Y tomé tu sangre en varias ocasiones.
Ladeó la cabeza.
– ¿Y eso es culpa mía? Yo no te lo pedí. De hecho ni siquiera me enteré la primera vez que lo hiciste.
– ¿Qué eres?.
– Una mujer muy cabreada.
Él dio un paso, acercándose más a ella, tan cerca que podía sentirse el calor de su ira.
– Eres una mujerlobo. Y estás infectándome con tu sangre.
Capítulo 15
MaryAnn le miró fijamente durante varios largos segundos, y después comenzó a reír.
– Estás totalmente loco.
Manolito no parecía divertido en lo más mínimo. Por el contrario, su expresión se endureció aun más.
– No estoy loco. Huelo al lobo en ti, y si fueras honesta contigo misma, podrías olerlo también sobre mí.
Ella negó con la cabeza, pero su risa se desvaneció.
– Esto es demencial. Sé que los cárpatos son cambiaformas. Yo no lo soy. He vivido toda mi vida como ser humano. Mis padres no son hombreslobos. Dudo que tal cosa exista.
– ¿Por qué esa duda cuándo has visto transformase a hombres-jaguar y a vampiros? ¿Si reconoces la existencia de la raza de los cárpatos? ¿Por qué tienes problemas para aceptar a los hombreslobo?.
El sudor perlaba la frente de Manolito. Advirtió que los Cárpatos sudaban sangre. Él se limpió las sienes.
– ¿Entonces dónde están? ¿Y si realmente existen, y soy una de ellos, por qué no me reconociste antes? -Ese asunto de sudar sangre era ahggg, y ya no se estaba convirtiendo en cárpato. ¡Le gustaría mucho más ser una loba!.
– Porque no he visto u oído hablar de los licántropos desde hace siglos.
Ella se colocó las manos en las caderas.
– Déjame que deje las cosas clara. Estabas totalmente enamorado de mí y dispuesto a convertirme en cárpato cuando creías que era humana, pero ahora es diferente porque yo podría convertirte a ti en alguna otra cosa. -Alzó la barbilla otra pulgada, retándolo-. ¿Quieres decir que está perfectamente bien que te entregue quién y qué soy, pero es diferente para ti?.
Él la miró ceñudo.
– Nací para ser cárpato. Eso es quién soy y qué soy.
Presionándose una mano contra el estómago, abatida, dijo:
– Tú, hipócrita macho chauvinista, estúpido e idiota Neanderthal. Debí estar loca para creer que podría vivir con alguien como tú.
Él desechó su opinión sobre él.
– Somos compañeros. Por supuesto que haré lo que sea necesario para completar la conversión y traerte a mi lado completamente, pero tengo que estudiar este problema desde diversos ángulos. Nunca oí hablar de una mujer lobo y un cárpato emparejados. La sangre del lobo es tan fuerte como la sangre cárpato.