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– No soy lobo.

– El lobo vive dentro de ti, es parte de ti. No es igual que cuando yo cambio de forma. El lobo es tu guardián y emerge cuando lo necesitas. Lo has sentido cerca de ti. Por eso tienes flashes de memoria. Y por eso ambos podemos estar a la luz del sol de la mañana. Sólo mis ojos se ven afectados por la luz del sol, no todo mi cuerpo. Tú no te quemas al estar bajo el sol a pesar del hecho de que mi sangre fluye por tus venas. El cambio ya debería haber comenzado a surtir efecto.

– ¿Crees que lo he sabido todo el tiempo y que de alguna forma habría podido evadirlo? Si hay un lobo en mí, ahora es el momento de que emerja. Deseo lanzarme directamente a por tu garganta. -Furiosa, lo empujó en el pecho para apartarle de su camino-. Deberías oírte ahora mismo. ¿De verdad crees que quiero pasar el resto de mi vida con un hombre que no tiene ningún aprecio por mis sentimientos?.

– Tengo en cuenta tus sentimientos.

– ¡Claro! Y por eso que me acusaste de estar “infectándote” -escupió furiosa la palabra-. Como si yo fuera una mancha. Una enfermedad. ¿Sabes qué Manolito de la Cruz? Mereces que te envíen de una patada al infierno. Y desde luego soy una idiota por creer que una relación contigo podría significar algo más que sexo caliente.

Fue hasta el borde de la plataforma y, aferrando la barandilla, miró hacia abajo. Ya había saltado una vez, pero ahora parecía mucho más alto. La cosa dentro de ella, el lobo, según sospechaba él, se removió, reconociendo su furia. Se tragó el repentino miedo que atascaba su garganta y se volvió, con el corazón palpitando tan fuerte como para que él que pudiera oírlo. La cabeza comenzaba a dolerle, un zumbido, como miles de insectos volviéndola loca, reverberaba a través de su mente. Sentía el cráneo demasiado apretado, y su cerebro comenzaba a pulsar y a latir al tiempo que una oleada de sangre se apresuraba por sus venas.

– Lo sabías. -declaró él-. Fuiste completamente consciente de que tomé tu sangre. Querías tomar la mía. Deseabas mi sabor en tu boca. Caliente y dulce estallando de vida. Ese no es un comportamiento humano.

– Tú me hiciste desearlo. -Su voz salió en un susurro. Se presionó una mano contra el estómago revuelto. Entre la furia y el miedo debería haber encontrado alguna clase de equilibrio, pero todo lo que sentía era desorientación, mecida de acá para allá.

– No lo hice. No forcé tu conformidad. La llamada del lobo estaba en ti.

MaryAnn se alejó de él, con el corazón palpitando con fuerza. Todo tenía sentido. Pero no debería ser así. No podía aceptar lo que decía. No quería un lobo dentro de ella. Ni siquiera sabía lo que implicaba eso, o cómo era posible.

– Llévame de regreso. -No le miró, no podía enfrentarse a él. Se sentía muy sola-. Quiero regresar ahora. -El sentirse sola la enfadaba una vez más. Cuando él había tenido que afrontar su peor momento, ella le había dado su apoyo, pero el la rechazaba. La rechazaba.

– Te has cerrado totalmente a mí.

– ¡Idiota! -Deseó atravesar de un salto la plataforma y darle una bofetada en la cara. ¿Era de verdad tan obtuso? Respirando profundamente, se esforzó por recobrar el control-. ¿Me has oído? Te pedí que me lleves de vuelta. -Porque se iba a casa. Tan pronto como pudiera regresaría a Seattle, donde la vida era normal y no sentía deseos salvajes por ningún idiota que le llevaba varios siglos.

– MaryAnn, ninguno de los dos tiene opción. Tenemos que resolver esto.

Su barbilla subió, sus ojos oscuros brillaron hacia él.

– Yo tengo opción. No permitiré que mi vida se me escape de las manos. Me rechazaste, cuando creíste que te cambiaría, que ya no serías un precioso cárpato. Hasta donde yo sé, has perdido todos los derechos que tenías sobre mí como tu compañera. Te he pedido que me llevaras a casa. Y fui muy educada al respecto. -No se sentía tan educada ahora. Las uñas se le clavaban en las palmas de las manos. El zumbido en su cabeza aumentaba cada vez más. El interior de su boca parecía estar recubierto de cobre.

– No te rechacé.

– ¿De verdad? Bueno, por lo que a mi concierte, eres un cobarde. Quieres que yo asuma todos los riesgos. Quieres que me convierta en algo desconocido y terrorífico, y tengo que aceptarlo sólo porque de alguna forma el destino ha decretado que tenemos que estar juntos. Bueno, pues me niego a estar con alguien que exige que me juegue el todo por el todo, pero él no arriesgará nada de nada. Llévame a casa ahora.

Fue una orden, una compulsión, y por primera vez, se dio cuenta de que no solo lo había pensado… lo había dicho. Había expulsado la orden desde el interior de su mente, furiosa por su doble moralidad. Furiosa consigo misma por haberle dejado tomarla. Mas asustada de lo que nunca había estado en su vida, porque sospechaba que no había vuelta atrás, y que incluso si lograba regresar a casa, lo que había en su interior se resistiría a acallarse

Era psíquica, tal como todos le habían dicho. Había estado utilizando sus habilidades todo el tiempo, sin darse cuenta de ello. Le examinó, y el aliento se le atascó en la garganta. Él bajaba la miraba hacia ella, sus oscuros ojos brillaban intensamente amenazadores. Estaba tan furioso como ella, y resultaba mucho más aterrador.

– He dicho que no. No vas a ir a ningún sitio.

Saltó hacia él, arañándole la cara con sus largas uñas, falló solo por un escaso aliento mientrás él capturaba sus brazos y la sacudía duramente.

– ¿Cómo se te ocurre darme órdenes? -La sacudió otra vez-. ¿A mí? ¿A tu compañero? ¿Te atreves a influenciar mi mente? ¿A atacarme?.

¿Con quién estaba conspirando para intentar atraparle y matarle? Le había engañado. Incluso mientras las palabras salían sin pensar, incluso mientras contemplaba la idea de que ella pudiera hacerle daño, rechazó inmediatamente esos pensamientos.

¿Qué estaba haciendo y pensando? ¿De verdad había perdido el juicio? ¿Era un cobarde como ella le había llamado? Se había adentrado en la batalla con el vampiro sin sobresaltarse. Nadie nunca había cuestionado su coraje, pero intimidaba a su compañera cuando ella necesitaba amor y tranquilidad. La acusaba de cosas que la inocencia en sus ojos y en su mente desmentía.

¿Era esta su verdadera personalidad? ¿O más bien era alguna manifestación del lobo al mezclarse con su sangre cárpato? Ambas especies eran dominantes. Ambas exigían obediencia instantánea, el lobo quizás más. ¿Quién sabía que tipo de secretos guardaba esa elusiva comunidad? Obviamente habían estado ocultándose y aún sobrevivían, pero él no tenía forma de comprender lo que estaba ocurriendo… la gruesa melena de pelo, la exacerbación de su sentido del olfato, la aguda audición, la posesiva necesidad de conservar a su compañera su lado e impregnarla totalmente con su esencia.

Estaba furioso consigo mismo, no con ella. Debería haber reconocido los rasgos del lobo en ella, habría estado más preparado para las consecuencias de tomar su sangre. Había estado consumido por ella, tanto que cuando despertó necesitaba su cuerpo envuelto alrededor de él, mucho más de lo que necesitaba sangre para sobrevivir. En todos los siglos de su existencia, esto nunca le había ocurrido. Ella estaba presente en cada uno de sus pensamientos, hipnotizándole hasta que supo que no podría sobrevivir sin ella. Peor aun, cuando la mente de ella se retiraba de la suya, ese otro mundo le invadía, y se veía abandonado en sombras de gris, deambulando, intentando encontrar una forma para reconectar totalmente su espíritu y cuerpo.

No podía obligarla a aceptarle. No podía adentrase en su mente y ser una presencia perenne. Ni tampoco podía persuadirla de las consecuencias si rechazaba asociar su mente con la él. Y como ella se había retirado, él ya no podría retener el poder suficiente para mantener su espíritu totalmente en la tierra de los vivos. Alrededor de él, los colores se decoloraron hasta que todo perdió intensidad y se volvió grisáceo, y cuando se miró las manos, pudo ver a través de ellas. Sentía el cerebro como si se estuviera estallándole del cráneo, sus hombros sacudidos por el dolor. Normalmente, podría haber desconectado del dolor, pero era imposible. Sentía la lengua curiosa, gruesa y con un regusto a cobre.