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– Oh querido -Sarantha miró a su compañero-. Maxim es tan problemático. No puede aceptar sus errores. Rechaza toda responsabilidad, y hasta que los repare de algún modo, hasta que aprenda, no puede seguir.

Manolito se levantó.

– No puedo quedarme más tiempo. Temo por la seguridad de MaryAnn. Fue un honor veros a los dos.

– Iré contigo y veré en que te puedo ayudar -ofreció Vlad.

Manolito negó con la cabeza.

– Sabes que no puedes. Este es mi problema. Estoy atrapado entre dos mundos y no puedo vivir en ambos. Esta es mi carga, señor, pero te agradezco que quieras compartirla conmigo. -Aferró los antebrazos de su príncipe a la manera tradicional y luego se inclinó para besar a Sarantha-. Le daré recuerdos a vuestra familia.

– Cuídate, Manolito -dijo Sarantha.

– Larga vida -añadió Vlad.

Manolito retrocedió hacia los árboles, mirando hacia atrás una vez más para vislumbrar al líder de su gente. Sarantha y Vlad tenían sus brazos alrededor el uno del otro, sus cuerpos emitían un débil brillo que pareció volverse más intenso, más cegador en medio del gris y húmedo mundo. La visión de ellos dos, tan enamorados, tan ligados el uno al otro, le hizo desear lo mismo con MaryAnn. Suspiró y se giró resueltamente para afrontar el camino hacia el prado. Un viento leve sopló entre las hojas en la pequeña arboleda, pero no le alcanzó, aún cuando levantó la cara para intentar sentir la brisa.

¿Cómo podría descubrir el plan de Máxim? El vampiro nunca confiaría en él, nunca creería que se había pasado a su bando. ¿Qué quedaba? Vlad había dicho que los no-muertos habían inventado formas de torturar y volverle a uno loco. ¿Cómo se conducía a un espíritu a la locura? ¿O ya puestos, se le torturaba? Frunció el entrecejo mientras lo meditaba. Una guerra de ingenios entonces. No podía haber ninguna otra respuesta. Para bien o para mal, tenía que arriesgarse por su gente… y por MaryAnn. Si estaba equivocado…

Se encogió de hombros y avanzó hacia el burbujeante y humeante prado donde el velo de niebla era espeso y los rebosantes charcos de barro escupían manchas oscuras y desagradables. Maxim y su ejército de los no-muertos esperaban al otro lado. Podía ver sombras moviéndose en el lánguido gris de la niebla, ojos rojos resplandecientes y voces que se elevaban en el vapor.

Cruzó como un rayo el espacio, evitando las columnas de vapor y los géiseres repentinos cuando escupían al aire, lanzando más barro oscuro en todas direcciones. Explotó a través del velo de niebla, directamente al centro del círculo vampiro.

Maxim siseó su sorpresa y se paró en seco, con los brazos aún levantados en el aire. El canto vaciló, y los demás que formaban el circulo alrededor de Maxim retrocedieron, cubriendo sus caras.

Maxim forzó una sonrisa, mostrando el deterioro de sus manchados dientes.

– Veo que has vuelto con nosotros, viejo amigo. Únete a nuestra pequeña ceremonia.

– Ciertamente no quise interrumpirte, Maxim. De todos modos, tú y tus amigos continuad con lo que estabais haciendo.

– ¿No te importa, entonces? -preguntó Máxim, con una débil y mortífera sonrisa de autosuficiencia.

– No, claro que no.-Manolito cruzó los brazos sobre el pecho.

Maxim levantó los brazos y empezó a cantar una vez más. Los vampiros que le rodeaban movieron los pies en un patrón hipnótico y empezaron a alzar sus voces en un encantamiento hipnotizador.

Manolito se paseó deliberadamente alrededor de Maxim, estudiándole desde cada ángulo, observando el flujo de sus manos, grabando cada movimiento en su memoria.

Maxim suspiró y dejó caer los brazos.

– ¿Qué pasa?.

– Continúa, Maxim. Simplemente estoy pensando donde he visto usar este particular hechizo. Creo que es uno de los primeros trabajos de Xavier, cuando intentó por primera vez ligar a él a los guerreros de la sombra. ¿Lo estudiamos, recuerdas? Era un hombre brillante.

– Es un hombre brillante.

– Ya no tanto -dijo Manolito en desacuerdo. Los otros no muertos habían dejado de cantar una vez más y estaban observando-. Está senil. Vive de la sangre de nuestra gente, pero no estaba destinado a la longevidad y su mente se va. -Se acercó más a Maxim y bajo la voz para que solo el maestro vampiro lo escuchara-. Ya no puede producir nuevos hechizos. Tiene que tener a otros, magos menores, que lo hagan por él.

– ¡Mientes! -siseó Maxim-. Sé que mientes.

– Sabes que no -replicó Manolito calmadamente, una vez más rodeando a Maxim-. Siempre has sido de inteligencia superior. No te halago al recordártelo. Podías razonar cosas. Xavier carece de habilidad para idear algo nuevo. Confía mucho en las cosas que sabía antes, y dudo que recuerde la mayor parte de ellas. -Se detuvo de nuevo al otro lado del vampiro y susurró en su oído-. ¿Por qué crees que busca el libro? -Xavier había compilado sus hechizos en el libro, ahora guardado por el Príncipe de los Cárpatos.

Maxim gruñó y giró la cabeza de un lado a otro, sus ojos brillaban con ardientes llamas rojas.

– Es un hombre poderoso.

Manolito asintió con la cabeza y una vez mas empezó a caminar en círculos, moviendo los pies en un patrón de danza mientras, observando como el maestro de los no-muertos trataba de seguir los intricados e hipnóticos pasos.

– Muy poderoso. A pesar de que ya no hace sus propios hechizos, todavía es un mago poderoso. Pero no puede hacer lo que os prometió a ti y a tus hermanos. No puede abrir el portal para permitir que tu ejército de no-muertos regrese. Por eso te ha dado el antiguo hechizo de los guerreros de la sombra.

Maxim continuó girando en círculo con él, siguiendo cada movimiento con suspicacia. Cuando Manolito se detuvo y se inclino acercándose, él hizo automáticamente lo mismo.

– Sabes que la compañera de Vikirnoff puede enviar a los guerreros de vuelta a su propio reino. Él utiliza sus hechizos, y ahora ya no tiene control sobre ella. Se ha quedado sin nada, pero no se atreve a dejar que Ruslan y tus hermanos sepan la verdad. ¿Qué utilidad tendría para ellos entonces? -Antes de que Maxim pudiera contestar, Manolito empezó otra vez a rodearle.

El vampiro aferró su propia cabeza y agitado gritó, el sonido raspaba los nervios como papel de lija.

– Eso no importa, Manolito. Xavier no planeó qué hacer; Ruslan lo hizo, y siempre tiene razón. Siempre. Zacarias fue un necio al seguir a Vlad en lugar de a Ruslan. Teníamos un código, un juramento de sangre, y lo rompisteis.

– Nuestro juramento de sangre era entre nosotros y el príncipe, Maxim. La familia De la Cruz siempre fue leal a los Malinovs.

– Os dimos la oportunidad de uniros a nosotros. Hablamos toda la noche de eso. Vosotros insististeis en seguir al príncipe y a su hijo asesino. -Maxim escupió las últimas palabras, su cara se retorció de odio y rabia. Se acercó nariz con nariz, mirando fijamente a Manolito a los ojos, de modo que las llamas rojas que ardían en sus hundidas cuentas fueron claramente visibles.

– Traidor -acusó-. Mereces morir.

Manolito no retrocedió ante el sucio hedor de la respiración de Maxim o el salvaje odio de su cara.

– Morí. ¿Cómo estaría aquí sino?.

– Regresaste, y eso significa que es posible. Xavier encontrará la forma de devolverme o tendrá una muerte larga y dolorosa. Sabe que no nos traicionará. Nuestra memoria es larga, y tú sufrirás por tu traición.

– ¿De verdad?.

La furia de Maxim estalló con tanta fuerza que no hubo forma de contenerla. Echó la cabeza atrás y aulló, extendiendo las manos para asir los hombros de Manolito con sus garras, que se clavaron profundamente y rasgaron a través de la carne hasta que corrió la sangre y los otros vampiros estallaron en un frenesí, corriendo hacia adelante en un esfuerzo por lamer las oscuras corrientes rojas.