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– ¿Y cómo te prepones hacerme gritar, Maxim? Has fallado completamente hasta ahora.

Maxim sonrió con satisfacción.

– Sólo hay uno capaz de seguir cada senda de comunicación. -Agitó los brazos, la satisfacción brillaba en sus ojos-. Se trata de Draven Dubrinsky, el hermano mayor de Mikhail.

Manolito se volvió, y el hijo de Vlad estaba detrás de él, brillando con el poder de la herencia de su familia, sus ojos brillantes de odio, su hermosa cara retorcida con malicia.

– Ella vendrá por ti, -estuvo de acuerdo. Erguido, alto, con sus brazos a los costados, y Manolito sintió el poder de la mente fundiéndose con la suya en el momento en que le golpeó.

Capítulo 17

El vampiro chocó contra lo que quedaba de la barrera que rodeaba a MaryAnn, haciendo trizas las salvaguardas de Manolito. Las garras de la criatura estaban extendidas en un intento por alcanzar el cuerpo de Manolito mientras se posaba en la plataforma en lo alto de la canopia. La licántropo se encontró con el no-muerto en medio del aire, chocando, la loba condujo al vampiro hacia atrás con la fuerza de su impulso. Igual que un niño protegiendo a un cachorro, arañó implacablemente al vampiro mientras caían juntos.

Cayeron hacia el suelo de la selva, la loba encima del no-muerto, las dos formas retorciéndose y rompiendo ramas cuando el vampiro las golpeaba una tras otra con la espalda mientras caían unos cuarenta y cinco metros. Alrededor de ellos la selva volvió a la vida con el ruido de la batalla, el chillido de centenares de pájaros, los gritos de los monos, los gruñidos del vampiro y el crujido de la madera astillándose mientras caían la distancia en picado.

El vampiro clavó sus dientes puntiagudos en el hombro de la loba y desgarró, atacando ferozmente con las garras, arañando la barriga de la loba. MaryAnn sintió las garras clavarse profundamente; pudo incluso oír el sonido de la carne y piel de la loba siendo rasgada. Su estómago dio un vuelco, pero la loba echó la cabeza a un lado, arrancando los dientes de su hombro, ignorando el floreciente dolor mientras sangre y carne hecha trizas salpicaban de un extremo a otro las hojas.

El vampiro golpeó la tierra, medio formado, intentando disolverse debajo del lobo, pero la guardiana de MaryAnn era implacable, sus dientes buscaban la garganta, sus garras excavaban a través de la pared del pecho ansiando el corazón ennegrecido y marchito. Era instintivo, un viejo legado que pasaba en la memoria colectiva de una generación a la siguiente. En lo más profundo, donde nada podía tocarla, MaryAnn juró no ir nunca a ninguna parte sin su spray de pimienta. La loba podría haber cegado al vampiro con el y por lo menos haberse dado un alivio temporal de esos terribles dientes.

Aterrizó sobre el vampiro, y rodaron, el vampiro siseando su aliento fétido. La criatura apestaba a carne podrida, ofendiendo el agudo sentido del olfato del lobo. El vampiro aferró al lobo y lo arrojó, aprovechando la oportunidad para disolverse en vapor y fluyendo hacia arriba hasta la plataforma en la canopia.

El corazón de MaryAnn se estrelló contra su pecho. Se oyó a sí misma gritar, estirarse, intentando tomar el control de su cuerpo para alcanzar a Manolito, pero la loba ya estaba en movimiento, saltando de un brinco las ramas del árbol con increíble velocidad, corriendo a por el vampiro mientras éste volvía a tomar forma junto al cuerpo de Manolito. Esta vez el lobo cogió la cabeza del vampiro entre sus garras y la retorció. El cuello del vampiro se quebró y su cabeza cayó a un lado. Gruñendo, con los ojos brillando de ardiente rabia, la criatura bajó el hombro y empujó al lobo hacía atrás, arrojándolos una vez más por el borde de la barandilla.

MaryAnn se sintió caer, sintió el golpe de las ramas contra su espalda, pero todo el tiempo la loba tenía el control, el hocico excavaba hacia el premio que suponía el corazón del no-muerto. La sangre bañaba el cuerpo de la loba, quemando como ácido, chamuscando hasta el hueso, pero la guardiana se negaba a detenerse. En su desesperación, el vampiro se libró del lobo, y los dos aterrizaron duramente en la tierra.

Riordan De la Cruz se materializó en el aire, justo cuando el vampiro se ponía en pie tambaleante. Riordan estampó el puño profundamente en el pecho del vampiro y arrancó el corazón. Tirándolo a un lado, se giró para enfrentar al lobo. La guardiana se tambaleó mientras se las arreglaba para ponerse en pie, temblando por el dolor y trauma de sus lesiones.

Riordan alzó una ceja.

– ¿MaryAnn?.

La loba asintió y extendió la mano hacia atrás detrás en busca de apoyo, apoyándose contra un árbol. Cabeceó hacia el corazón cuando esté rodó hacia el cuerpo del vampiro.

– Sí, claro, -Riordan extendió la mano hacia el cielo, cubriendo su sorpresa. Enseguida el cielo bulló con nubes tormentosas y el trueno retumbó. El relámpago veteó las nubes más oscuras y después golpeó con estrépito el corazón y lo incineró. Luego dirigió la blanca energía candente hacia el cuerpo del vampiro.

Para asombro de MaryAnn, su loba se inclinó hacia el crujiente flujo de energía. En lugar de incinerarla, la energía disolvió la sangre ácida de sus brazos y cuerpo. Tambaleándose atrás, la guardiana una vez más se recostó contra las raíces enredadas de un árbol, sus costados se movían con esfuerzo, la respiración le llegaba en jadeos desiguales. El dolor quemaba a través de su cuerpo, pero había mantenido a Manolito vivo. No podía esperar otro momento para inspeccionarle. Para tocarle. Le necesitaba desesperadamente.

Saltando a las ramas más bajas del alto árbol, escaló su camino hacia la plataforma. Manolito todavía estaba sentando, su cuerpo un poco caído a un lado, pero parecía como si estuviera descansando. Se permitió respirar y se dejó caer junto a él.

MaryAnn se extendió hasta su cuerpo, dando las gracias a la centinela, agradecida por la ayuda que le había proporcionado. Nunca habría podido derrotar al vampiro en su demasiado frágil cuerpo humano. Esto le provocó una sensación de gratitud hacia las otras especies que compartían el mundo con ella, agradecía que se preocuparan lo suficiente como para mantener a todos tan a salvo como fuera posible. La loba la hacía sentirse segura.

Tú eres la loba, la tranquilizó una voz femenina en su interior. MaryAnn cerró los ojos y se expandió, atrayendo a la guardiana a las profundidades de su alma. Esta vez el proceso fue mucho más rápido, como si la loba saltara a su cubil y ella emergiera, con mucha más facilidad de la que había costado dejarla salir. Su cuerpo se reformó con un mínimo malestar, aunque en el momento en que estuvo en su forma humana, el dolor de sus heridas realizó una escalada hasta que las lágrimas quemaron y se mordió con fuerza los labios para evitar gemir.

– He destruido al jaguar y al mago también, y limpié el desastre que la sangre del vampiro causó en la tierra y sobre los árboles y el follaje, así que voy subiendo.

Por un momento MaryAnn no entendió la advertencia en la voz de Riordan, hasta que miró hacía abajo a su cuerpo. Necesitaba ropa. No tenía ropa. El pánico se alzó. Su ropa era su armadura. Su valor. Su sentido de la moda hacía que pudiera con todo. No podía enfrentarse a él sin ropa. Ahora si que empezó a hiperventilar.

– ¡No! No puedes subir aquí. No estoy vestida.

Él masculló algo en tono impaciente, y se encontró vestida con una desteñida camisa escocesa, vaqueros ceñidos y unos extremadamente viejos zapatos de lona. Entonces le tuvo ante ella, frunciendo el ceño.

– Voy a tener que sanar tus heridas. Necesitaré echar una ojeada. Los vampiros han estado dejando últimamente unos pequeños parásitos tras ellos cuando muerden.

Ella apenas le oyó, demasiado ocupada en mirar sus ropas con desmayo.

– Sé que no crees que voy a ir por ahí vistiendo estos… estos-Se interrumpió, las yemas de sus dedos sostenían el dobladillo de la camisa mientras la miraba, espantada.