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– Oh, no, no lo estás haciendo. -Tenía los brazos alrededor de su cabeza, prácticamente cegándolo-. Y para de reír. Esto no tiene gracia. No quiero estar atrapada en una cueva, ni siquiera contigo. El atractivo físico solo te llega hasta cierto punto.

Los dos lados de la gran roca se unieron con una horrenda sacudida, arrancando a MaryAnn un chillido de miedo. Las antorchas tiritaron y bailaron como si fueran a apagarse. Le sepultó ambos puños en el cabello y tiró de él.

– Sácanos de aquí.

Manolito colocó su brazo alrededor de ella y la bajó de forma que sus pies volvieron a estar sobre tierra firme.

– No queremos que la luz brillante atraviese las cataratas. La idea es estar a salvo aquí. Tenemos aire. Yo me ocuparé de los bichos. Confía en mí, MaryAnn, esto es mejor que un hotel de cinco estrellas.

Ella lo miró. Una mujer podría ahogarse en el amor absoluto de sus ojos. Soltó el aliento y encontró la calma.

– Bueno, entonces quiero servicio de habitaciones.

– Intentaré darte todo lo que quieras.

La caricia aterciopelada de su voz envió un temblor que le atravesó todo el cuerpo

– No sé como logras atravesar todas mis defensas, Manolito, pero lo haces.

La lenta sonrisa hizo que casi se le parase el corazón.

– Hago trampas. Probablemente iré al infierno si existe tal lugar, ya que temo no tener los remordimientos necesarios por mis acciones. Te robé, MaryAnn, directamente bajo las narices de nuestros mejores cazadores.

Ella sonrió.

– Suenas arrogante.

Él le besó la comisura de la boca.

– Tal vez sólo un poquito. Después de todo, tienes que saber que tu cavernícola puede traer a casa un dinosaurio.

Ella miró alrededor con recelo.

– Mejor deja de bromear.

Él metió la mano en el bolsillo trasero para guiarla por el largo y tortuoso túnel. Las antorchas alumbraban el camino, ardiendo brillantemente y mostrándole que mantenía su promesa… no había ni un solo bicho a la vista.

– He estado pensando mucho en esa cosa de cárpatos-lobos, -dijo ella, intentando quedarse mirando su trasero. Tenía un trasero bonito.

Su risa fue suave.

– Yo estaba pensando justamente lo mismo de ti.

– ¿Qué? -Intentó parecer inocente.

– Trasero. Culo. Como quieras describir esa parte de tu anatomía en particular. El tuyo es bastante mono. Justamente estaba pensando en como te veías con aquellos tacones altos rojos. Me quitas la respiración, mujer. -Hacía algo más que eso. Su cuerpo se endurecía e hinchaba con cada paso que daba. Con la mente firmemente fundida con la de ella, saber que ella estaba pensando en los mismos términos, sólo hacía que aumentara el dolor.

Quería quitarle la ropa e inspeccionar cada pulgada de su cuerpo para asegurarse de que estaba bien. Y no iba a dejar que se alejara de su vista otra vez al menos durante mucho, mucho tiempo.

Se dio media vuelta y la apretó contra él, besándola rudamente, deslizando la lengua en su boca para enredar, bailar y reclamarla de nuevo.

MaryAnn reconoció la indirecta desesperación que se mezclaba con el hambre. Se apartó, alisándole el cabello.

– ¿Qué pasa?.

Su voz. La forma en que fácilmente se introducía en su cabeza, rodeándole de calor y consuelo, envolviéndole con su amor… ahora lo sentía donde no había estado antes. No sabía lo que había hecho para ganarlo, pero estaba agradecido.

Presionó su frente contra la de ella y cerró los ojos brevemente, inhalando su olor.

– No podían matar mi cuerpo físico en el mundo espiritual, pero intentaron matar mi alma.

MaryAnn sintió el involuntario estremecimiento que lo atravesó.

– ¿Cómo Manolito? Dime cómo.

Sabía que ella no tenía ni idea de que su tono sostenía una compulsión oculta. Sólo quería borrar el dolor de aquellos recuerdos. Sus dedos le frotaban y acariciaban el cabello, deslizándose hacia los hombros y brazos y luego otra vez hacia arriba. Cada toque pretendía compartir, consolar. Su MaryAnn. No había nadie como ella. Le agarró la barbilla y le inclinó la cabeza para tomar su boca. Ella se apoyó en él, su cuerpo suavemente flexible, encajando perfectamente.

– Tómame, -susurró.

Manolito tomó aliento, luchando contra las imágenes de su cabeza. No podía volver allí de nuevo, no podía permitirse ver como era tratada brutalmente. Ella jadeó y entonces supo que ella lo había visto también.

– Está bien, Manolito. No pasa nada. Maxim intentó engañarte.

– No sabía lo del lobo, -dijo Manolito-. Tu loba. -Tiró de sus rizos-. Tu loba nos salvó en todos los sentidos.

Ella le sonrió.

– Desde luego que lo hizo. Mi loba es absolutamente guay.

– Tu loba está caliente, -La corrigió y la giró.

La habitación era ovalada y profunda, amplia y espaciosa. Miles de cristales de colores cubrían las paredes. Las luces de las antorchas recogían muchos colores, dispersando prismas de arco iris que bailaban por todo el cuarto. La cama era enorme, una cama imperial grande de exótica madera rabajada, con hierro forjado embelleciéndola. MaryAnn se acercó, pasando las manos por uno de los postes. En el momento en que lo tocó, supo que lo había hecho él.

– Esto es real.

Él asintió con la cabeza.

– Me gusta trabajar con las manos. Mis hermanos lo llaman mi vicio. -La condujo hacia la cabecera de la cama, donde pudo examinar los bordes. Había dos pequeñas mesas a ambos lados, pero lo que la intrigaba era la cabecera. Había símbolos, jeroglíficos esculpidos en la madera y varios pequeños anillos de hierro empotrados a través de ella.

– ¿Qué es lo que dice?.

– Está en la antigua lengua.

– ¿Y?, -animó ella.

– Dar sólo placer a ainaak sivament jutta.

– Tendrás que traducir eso también.

– Para siempre a mi corazón conectada. Mi amor. Esposa. Compañera. ¡Tú!

– ¿Has hecho esta cama para mí?.

– Está hecha para la otra mitad de mi alma. Sí. Para ti. Vertí todo lo que sentía por ti en esto. Cada sueño. Cada fantasía. Traté de pensar en cada manera en que podría darte placer y de asegurarme de que estuviera lista para ello. Estudié las nuevas ideas de cada siglo sobre el placer sensual, las ideas de cada cultura y aprendí tanto como pude.

La idea era casi espantosa.

– Yo no tengo exactamente toda esa experiencia, Manolito.

– La fusión de mentes es algo maravilloso, -apuntó él-. ¿Entonces, te gusta el alojamiento? Tenemos intimidad, calor y puedo asegurarte que el colchón es de lo mejor en su línea.

No tenía ninguna duda de ello. Manolito no hacía nada a medias.

– De acuerdo, todo es de cinco estrellas. ¿Pero, dónde está el servicio?-bromeó.

Él sonrió, esa sonrisa satisfecha pecaminosamente atractiva que parecía quemar lenta y significativamente todo su cuerpo.

– Tengo planes para proporcionarte servicio toda la noche. ¿He mencionado que me encanta tu camisa? -Sus manos fueron hacia los cordones de cuero que le rodeaban el cuello. El cuero dorado cayó de modo que el suave top cayera aún más abajo. Había rozado los hinchados pechos, pero ahora los pezones asomaban hacia él-. Oh, si me gusta la parte de arriba. -Lo reiteró inclinando la cabeza para dar un golpecito con la lengua a cada pezón.

Ella tembló cuando el cabello de él se deslizó sobre su piel, seda negra como la medianoche y no pudo menos que invadirla con los dedos.

– Quítate la camisa, Manolito.

Él retrocedió, llevando las manos a los botones.

– Quilátemela tú por mí. -Sus ojos negros parecían quemarle la piel.

MaryAnn abrió los botones uno a uno y con cada uno de ellos, sus pulmones tenían que trabajar un poco más. Usó las palmas, los dedos se extendieron sobre su amplio pecho, apartando la camisa y pasando por sus amplios hombros. La arrancó y la dejó caer. Su piel brillaba intensamente con la danzante luz. Dios, era hermoso. Constituido como un hombre debería estar constituido. Si eso la hacía algo superficial, entonces bueno, lo aceptaría. Recorrió con las palmas los definidos músculos del pecho y luego se dirigió hacia el abdomen y la estrecha cintura.