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– Relaja la garganta para mí, -la instruyó, el aliento le llegaba en jadeos ásperos y desiguales-. Sí. Sí. Así. Aprieta debajo. -Los empujes eran más rápidos ahora, cortos y duros, pero usó el efecto palanca para entrar más profundamente, los tirones de su pelo enviaba impulsos de placer que se disparaban por su cuerpo.

– Tienes que parar, sivamet. -Su voz apenas era la suya, tan ronca, al borde de la desesperación. Porque no podía. Porque aunque la retuviera al modo tradicional de su especie, no podía dejar aquella caverna caliente, húmeda y tan apretada mientras ella le succionaba. Era un placer tan carnal que podía permitirse, ser complacido-. Para antes de que sea demasiado tarde.

Modo tradicional de tu especie. ¿De dónde le había llegado? ¿Por qué tenía el deseo de mantenerla inmóvil mientras entraba y salía de su increíble boca?

MaryAnn le deseaba, todo, desesperaba por él. Parecía una mujer al borde de la locura, anhelando lo que él tenía que ofrecer. Su miembro tenso. Sacudido. Caliente y lleno. Había algo terriblemente erótico en estar extendida, sostenida fuertemente en el lugar, sabiendo que le empujaba hacia el descontrol cuando lo que él quería era controlar. Sabía que era la loba. Olía el perfume almizcleño del lobo macho mientras Manolito empujaba con fuerza, su miembro sacudiéndose, los calientes chorros de semen explotando en su interior. El estilo del lobo era dominar, y levantó la mirada hacia él, podía ver las parpadeantes luces ámbar en las profundidades negras de sus ojos.

Él alcanzó sus pechos, sus dedos tirando de los pezones mientras la boca femenina tiraba de él. Sin advertirla, simplemente se inclinó sobre ella, su largo cuerpo cubriendo el suyo y sepultó la cara entre los muslos. MaryAnn no podía respirar. No podía pensar. Se resistió y se retorció cuando la lengua la apuñaló profundamente. Se vio obligada a girar la cabeza y liberarle, todo lo que hizo él fue gatear por su cuerpo y empujar sus caderas hacia arriba, hasta su boca merodeadora. Su visión se enturbió. Su cuerpo le pertenecía. A sus manos, su boca y la larga longitud musculosa.

Quiero tu corazón y tu alma.

El susurro le habría robado su última defensa si hubiera tenido alguna. Los tienes.

Estás segura bajo mi cuidado. Y lo estaba. Mientras él viviera, incluso más allá, la protegería y la querría.

Su lengua encontró la caliente superficie resbaladiza y quedó complacido, sosteniéndola fácilmente mientras tomaba lo que quería. Sus caderas se resistieron, el aliento le salía con sollozos, mientras él la devoraba. Su cuerpo era lo primero para él, estremeciéndose ya con el primer climax, la lanzó al segundo con el baile de sus dedos en su interior. Ella gritó su nombre, música para él, un sonido suave, desigual, entrecortado, apenas audible mientras empujaba contra él en un intento de obtener alivio. Sus liberaciones sólo aumentaron la presión, siempre aumentando hasta que suplicó. Por favor, por favor, por favor.

Manolito levantó la cabeza y la abrazó, levantándola entre sus brazos, empujando su cuerpo mientras la sostenía hasta que estuvo de pie.

– Coloca las piernas alrededor de mi cintura, MaryAnn. -Su voz era áspera pero hipnotizante.

– No tengo fuerzas. -No la tenía, brazos y piernas le pesaban, el cuerpo le temblaba tras la serie de orgasmos. Aun así, apretó los dedos sobre sus hombros mientras le rodeaba el cuerpo con las piernas.

– Tienes fuerza por ambos. Sólo espera, sivamet.

Cruzó los tobillos, cerró los ojos y mientras él la bajaba. La amplia cabeza de su miembro se hundió atravesando los suaves y apretados pliegues, la fricción de las terminaciones nerviosas ya sensibles la hicieron gritar y sepultar la cara contra él.

– No sé si voy a poder hacer esto, -le susurró ella-. Es demasiado, cada vez, demasiado.

¿Cómo iba a sobrevivir si su cuerpo ya estaba preparado para derretirse? Su necesidad parecía implacable, la presión crecía y crecía mientras él se retiraba y sus músculos trataban de tragárselo y mantenerlo dentro.

Manolito la agarró del pelo y tiró de la cabeza hacia atrás para encontrar su boca. Tenía que besarla. Sentirse parte de ella, estar en su interior. Examinó sus ojos y allí vio su deseo, caliente y aún así lleno de amor. El corazón le palpitó en el pecho y la besó otra vez, utilizando un ritmo suave para incitarla a montarle. Las manos le agarraron del trasero, levantándola, sintiendo el calor sedoso que le atravesaba cuando sus músculos le sujetaban.

Tan caliente. Un fuego abrasador pasando como un rayo por su miembro y extendiéndose por cada pulgada de su cuerpo. La primitiva necesidad de poseerla era una oscura lujuria que no podía ser detenida. El calor, la lujuria, el amor, la pasión, la excitación, todo mezclado mientras el mordisco de músculos cerrados a su alrededor y las paredes de seda apretaban hasta estrangularle en algún punto entre el placer y el dolor.

Manolito cambió de posición otra vez, inclinándole la espalda sobre la cama mientras se echaba sobre ella, observando como su cuerpo se extendía imposiblemente para acomodarle. La visión de su aceptación fue tan erótica que le sacudió. La apretada vaina era terciopelo suave, pero abrasador, haciendo que perdiera la capacidad de pensar, de controlar, hasta que estalló dentro de ella, más y más profundamente, mientras el candente placer reventaba a su alrededor.

Ella se elevó para encontrar cada empujón de sus caderas, cada empuje y cada oleada, urgiéndole a una cabalgada más rápida, más dura, hasta que sintió su liberación atravesándola como una tormenta de fuego… atrapándole a él mismo en la vorágine, succionando y ordenándole mientras rayos blancos le recorrían el miembro y explotara profundamente en ella, chorro tras chorro pulsando mientras el cuerpo de ella le aferraba. Yació sobre ella largo rato, jadeando su nombre, acariciándole la espalda, luchando por recuperar el control cuando su cuerpo ya no le pertenecía.

Gentilmente la levantó de la cama y la colocó a su lado, sus piernas estaban demasiado débiles para sostenerle más tiempo. Ella se acurrucó junto a él, con los brazos alrededor de su cuello, los pechos presionando contra él, el cuerpo todavía estremeciéndose de placer.

– Creo que estoy vivo, -dijo él, había un débil humor en su voz.

– Yo no. -Estaba cansada. Agotada, pero cada vez que él se movía, su cuerpo reaccionaba.

Se movió contra ella, la boca arrastrándose desde la garganta hacia el hinchado pecho y MaryAnn contuvo la respiración cuando sintió que sus incisivos le pinchaban la piel. El instinto tomaba el control y ella quería lo que le ofrecía. Se arqueó acercándose, pero él simplemente dio un golpecito con la lengua al pecho retirándose mientras rodaba.

Era demasiado tarde para él. Había tomado su sangre numerosas veces, tantas que sabía que la infección se extendía por su cuerpo. Su sangre cárpato le impedía sentir demasiados efectos, pero aún así, el lobo estaba ahora en él. Pero para MaryAnn no era demasiado tarde. Sólo tenía que mantener el control siempre. Hacer el amor con ella era el momento más peligroso a causa del deseo, el ansia por su sangre estaba siempre ahí.

Ella yació en silencio un rato, escuchando el ritmo combinado de sus corazones. Finalmente se apoyó sobre el codo, incorporándose para poder mirarle.

– Manolito, estoy en tu mente y puedo sentir tu necesidad de convertirme. No es que quieras simplemente hacerlo; cada uno de tus instintos te lo exige.

Él le cerró los dedos alrededor de la nuca.

– Eso me importa poco. Tu seguridad y felicidad son más importantes para mí que cualquier otra cosa.

– Riordan dijo que todavía podrías convertirte en vampiro.