– No vas a distraerme, Manolito, -susurró.-. ¿No ves cuán importante es para mi tomar esta decisión? Tiene que ser mi decisión.
Él le acarició el cuello con la nariz, inspiró su cálido perfume, femenino, le gustaba que su perfume permaneciese sobre la piel de ella. Su lengua tocó el pulso, acariciando con la punta, incitándola antes de presionar los labios para tentarla.
MaryAnn cerró los ojos. Puede que estuviera distrayéndola. Su corazón latía con el de él. Su cuerpo debería estar completamente saciado, pero, no, estaba hambrienta de él una vez más. La tocaba y estaba perdida. La miraba y estaba perdida. Soltó un pequeño gemido y enlazó el brazo alrededor de su cabeza y lo atrajo hasta ella.
– Soy patética en lo que a ti se refiere.
Sus labios acariciaron el hombro de ella mientras sonreía, enviando pequeños dardos de fuego que recorrieron su piel hasta los montículos de sus senos. Al momento se sintió dolorida y tensa.
– No más que yo contigo, -murmuró él, acercándose para que su boca pudiera recorrer el montículo suave y firme.
La lengua tocó el punto donde su marca permanecería para siempre, y al instante ella la sintió arder y latir. Su cuerpo respondía entre las piernas con ese mismo ardor, con una sensación palpitante sólo que mil veces más poderosa, por lo que cambió de posición desasosegadamente.
– ¿Te importa el que yo quiera esto? -¿Era esa su voz, tan jadeante por la expectación que apenas podría reconocerse a sí misma?.
– Tú y lo que tú quieres siempre tiene importancia, -contestó él, levantando la cabeza, sus ojos negros clavados en ella.
– Necesito esto, Manolito. Como tú necesitas mi cuerpo y mi corazón. Necesito lo mismo de ti. Tienes que confiar en mí lo suficiente como para saber que sé lo que es mejor para mí.
– No es cuestión de confianza, MaryAnn. – Se dio la vuelta, alejándose, pero no antes de que ella captase un destello de desasosiego en él. De cautela. De algo cercano a la desesperación.
No entendía sus sentimientos encontrados. Era muy sencillo. Riordan había metido a Juliette en su forma de vida. Manolito a Luiz. Ahora que ella conocía a su loba, ahora que entendía la protección y la fuerza que esta le daba, la amaba, pero amaba más a Manolito. Quería una vida completa con él. Había percibido destellos en su mente de lo que sería su existencia si no se convertía en cárpato. No podría enterrarse con él, y él necesitaría a menudo rejuvenecer. Ella estaría en la superficie, sufriendo las consecuencias. No habría días para él, y unas pocas noches para ella.
– No podemos vivir así, ni ser tan felices como desearíamos, -dijo.
Se volvió hacia ella, ahuecando la palma en su nuca.
– Puedo hacerte feliz, MaryAnn. A pesar de todo, puedo hacerlo.
– Pero yo no podría hacerte feliz. Quiero esto por mí, no por ti. Porque por primera vez sé cómo puede ser la vida compartida con alguien más. Me siento como si hubiera recibido un milagro.
Una sonrisa suavizó el borde duro de su boca.
– Así es como me siento yo también, MaryAnn. Tú eres ese milagro, y arriesgarme a perderte…
– ¿Por qué ibas a perderme? Juliette lo consiguió.
Sus dedos le acariciaron el pelo.
– Es diferente.
– ¿Cómo? Explícame por qué es diferente.
Exasperado, él suspiró.
– Veo lo que querías decir cuando me dijiste que eras terca. -Se enderezó y se pasó ambas manos por el pelo otra vez, echándose hacia atrás por los hombros e inclinándose abruptamente para besarla.
– ¿Es algo que estás absolutamente segura de querer hacer?.
Ella cerró los dedos alrededor de su nuca y atrajo su cabeza hacia la de ella para otro beso. Su boca era como un horno caliente, dispuesto a encenderse a la mínima provocación.
– Quiero pasar contigo cada instante que pueda del mejor modo posible.
Él resopló.
– No creas que podrás salirte siempre con la tuya, sivamet.
Ella se tumbó de espaldas, su pelo se dispersó por la almohada, y le sonrió.
– Por supuesto que lo haré.
Él se levantó de la cama y se fue. Simplemente se evaporó ante sus ojos, fluyendo por el estrecho túnel hacia la entrada. El corazón de MaryAnn golpeó fuertemente en su pecho.
¿Qué estás haciendo? Se levantó de un salto y se lanzó tras él, descalza, olvidándose completamente de los insectos y cualquier otra cosa que pudiera haber en la cueva, en su preocupación por Manolito. Enlazó su mente con la de él, al tiempo que usaba la velocidad del lobo para tratar de alcanzarlo.
No iba a arriesgarse con ella sin saber lo que ocurriría. Su determinación era absoluta. No quería estar con ella en caso de que todo saliera mal.
¡No te atrevas! Le gritó en su mente, en la mente de él, empleando tanta compulsión como fue capaz de usar. Su aliento salió en un sollozo. Manolito. No. No puedes hacer esto.
Sintió la caricia de los dedos de él en su cara y luego se apartó, echándola de su mente por su seguridad. MaryAnn sintió como temblaba la tierra y supo que la entrada estaba abierta. Aceleró, agitando los brazos, corriendo para llegar antes de que pudiera cerrarla.
Las paredes de la roca se unieron ruidosamente con un chirrido que reverberó en su mente. Echó hacia atrás la cabeza y aulló, entre la furia y el terror.
Si no vuelvo la puerta se abrirá a la puesta de sol.
Golpeó con ambas palmas sobre las rocas, un sollozo fluyendo en su garganta. Si no regresas, no hay razón para abrir la puerta. Por favor, Manolito, he cambiado de idea. No quiero esto. Regresa.
No te pondré en peligro.
Es mi elección arriesgarme, imploró ella.
Ella sintió su suspiro en la mente, y de nuevo sus dedos parecieron pasar rozándole la piel.
No lo entiendes. Eres más que mi corazón. Eres mi alma. No hay nada…ni nadie… en esta tierra más importante para mí. No quiero que sientas el fuego de la conversión. No quiero que experimentes dolor. Y no arriesgaré tu vida o tu cordura hasta que me haya arriesgado a mí mismo antes para saber que puede hacerse sin daño para ti.
Se presionó la mano contra la boca para reprimir los sollozos. Llorar no iba a detenerle. La compulsión no iba a detenerle. Si de verdad me amas…
La risa fue suave en su oído. Es por amor por lo que hago esto. Regresa, siéntate en la cama y espérame. Si regreso, completaremos la conversión. Si no, ve con mis hermanos y déjales cuidar de ti.
Había seducción en su voz. La imagen de ella sentada en la cama desnuda, esperando su regreso, estaba en su mente. Quiso tirar algo. Se inclinó para coger una roca suelta del suelo de la caverna, la empuñó y, en una tormenta de furia, la arrojó contra la puerta, furiosa porque él creyera que le esperaría dócilmente. Por que pensara que volvería y se darían un revolcón. El sexo salvaje y desinhibido del lobo. Oh, Dios mío, estaba en lo cierto.
Manolito. Hizo otro intento. Me importas tanto como yo a ti. Al menos hagamos esto juntos. Déjame salir. O permanece fundido conmigo.
No te pondré en peligro.
Rompió la conexión otra vez y se sintió sola. Muy sola. MaryAnn volvió caminando a la cámara, con el corazón tan pesado que sentía como su pudiera romperse en un millón de pedazos. ¿Y si algo salía mal…? si le perdía ahora… ¿Cómo podía haberlo hecho otra vez? Le había quitado la decisión de las manos. La cólera se apagó cuando la comprensión la golpeó. Si no regresaba, no tendría absolutamente nada. No habría razón para la cólera. Ninguna razón en absoluto. Sólo el vacío, sólo un terrible agujero negro que la engulliría.