Manolito levantó las manos, y MaryAnn se inclinó hacia adelante para enredar sus dedos con los de él. El movimiento aplicó presión a su punto más sensible, y casi se fragmentó allí mismo, pero las manos de él bajaron hasta sus caderas y la atraparon, impidiendo cualquier movimiento. Su mirada se cruzó con la de ella. Ardiente. Excitada. Brillante. La intensidad envió otra oleada de calor a través de ella. Dominándola.
Sabía lo que él quería. La idea debería haberla llenado de miedo, o temor, o incluso asco, pero en lugar de eso, la excitó, excitó a su loba. Podía notar sus dientes, ahora puntiagudos, conminándola a probarle. Manolito. La otra mitad de su alma. Él deslizó una mano bajo su pelo hasta que sus dedos pudieron rodearle la nuca y tiraron de ella hacia su pecho. Sentada sobre él, su cuerpo latiendo de placer, lamió un punto justo encima de su corazón.
La sangre que corría por las venas de él la llamaba. Su perfume masculino. El perfume almizcleño del lobo y la fragancia intoxicante del sexo en el aire… todo se combinaba hasta hacer que su cabeza diera vueltas. Su lengua salió de nuevo, dando un golpecito a sobre la piel. El pene de él dio un tirón en respuesta. Sus músculos se apretaron alrededor. Esperó, escuchando la constante pulsación en sus oídos. Rápida. Excitante. Ansiosa.
Sus dientes se hundieron profundamente, y el sabor de él, el regalo increíble de la vida, fluyó en ella. La áspera respiración de él se hizo más profunda. Su pene se endureció, estirándose, invadiendo, enviando fogosas ondas a través de su cuerpo. Sus músculos se contrajeron, y él gimió, acrecentando el intenso placer. Sabía a poder. Caliente y dulce y lleno de sexo. ¿Quién hubiera pensado que pudiera saber tan bien?.
Su cuerpo comenzó a moverse dentro de ella. Los golpes largos, lentos, casi perezosos. Acero enfundado en terciopelo entre sus piernas, gruesas y largas, conduciéndola lentamente a la locura. Estaba por todas partes. En ella. Sobre ella. Inundando su boca, su cuerpo, envolviéndola en un capullo de amor. Sus manos le empujaron las caderas hacia arriba a fin de que se concentrara en las ardientes sensaciones mientras él se retiraba casi completamente. Luego la forzó a bajar, manteniéndola en un ritmo lento para que pudiera sentir el cambio.
La cabalgada fue lo más sensual que hubiera experimentado jamás. Sus manos se introducían en su interior, masajeando, en pequeños círculos, acariciando la larga y aterciopelada línea entre sus nalgas, y luego la urgía hacia arriba otra vez, con ese ritmo lento, perezoso. Gimió y le acarició el pecho con la lengua para cerrar la pequeña herida. Sus músculos pulsaban alrededor de la erección y su respiración se convirtió en jadeos. Bajó la vista hasta sus ojos.
La estaba mirando fijamente. Manolito de la Cruz. Sus ojos eran más negros que la noche, con vetas de ámbar, como diminutos relámpagos. Y podría ahogarse en el amor que encontró allí. No intentaba esconderlo, no tenía la más mínima timidez en dejárselo ver.
Él le sujetó las caderas e hizo un círculo largo, lento mientras la bajaba, de modo que el aliento saliera de su cuerpo y el apretado nudo de sus nervios estallaba por la intensa sensación. Su estómago se contrajo por el ardiente estallido y los espasmos de su vientre.
– Por supuesto que te amo. ¿Cómo puedes no saberlo?.
Le dolía la garganta y las lágrimas ardían en sus ojos.
– Nunca pensé que te encontraría. Nunca pensé que sentiría un amor así.
– Me aseguraré de que lo sientas cada vez que respires, -dijo él. Apretando los dedos en las caderas de ella, mientras conducía las suyas hacia arriba, llenándola hasta que gritó su nombre, y clavó las uñas en sus hombros.
La empujó de regreso contra él, hacia abajo, estremeciéndose por el aturdido placer que estallaba en su cuerpo, mientras sentía su brutal liberaciónl, la repentina hinchazón, la caliente liberación en su interior que le provocó oleada tras oleada hasta que cayó entre sus brazos, exhausta, descansando sobre él, agarrotada, incapaz de moverse.
La atrajo hacia él, enterrando los labios en su pelo, mirando fijamente al techo de cristal.
– He vivido durante siglos, MaryAnn, y jamás creí que me ocurriría esto. No creo que ninguno de nosotros crea realmente que pueda ocurrir.
No tenía suficiente aire en los pulmones para hablar, así es que recorrió a besos su garganta, y luego apoyó la frente en su pecho y cerró los ojos, escuchando el ritmo de su corazón.
– He buscado en mi alma y en mi corazón y, honestamente, creo que un hombre de nuestra especie está dispuesto a reclamar a su compañera a pesar de que ella no esté enamorada de él. He destruido a demasiados vampiros, y creo que si tengo que elegir entre volverme totalmente malvado, asesinando y persiguiendo inocentes, o arriesgarme a hacer mi reclamo y dar tiempo a que mi compañera llegue a amarme… creo que esta la única opción posible para nosotros.
Ella le palmeó el pecho.
– Quizá podríais considerar cortejar antes a vuestra compañera, obligarla a enamorarse de vosotros y luego reclamarla. -Su estómago se contrajo repentinamente. Con un pequeño jadeo cayó rodando de él para ponerse boca arriba.
Manolito le puso la mano sobre el vientre, notando como sus músculos se acalambraban. Ella se encogió de miedo y apartó su brazo.
– Eres demasiado pesado. Y hace calor aquí dentro. Tal vez deberías abrir la puerta y dejar entrar el aire de la noche.
Él rodó a un lado, apartando con cuidado su cuerpo del de ella.
– La conversión está comenzando. Sentirás una parte de lo que Luiz tuvo que soportar. Quiero que permanezcas enlazada conmigo en todo momento, MaryAnn.
– No hay necesidad de que ambos pasemos por esto. Fue mi decisión. -Como si un soplete la atravesara, se quedó sin aliento y se agarró firmemente el estómago. Gotas de sudor puntearon su frente.
– No te estoy preguntando. No soportaré quedarme mirando. Tengo que ser un participante activo y también mi lobo. -Se acercó inclinándose, tomando su mano en la de él-. ¿Entiendes? ¿Me oyes?.
Sus ojos estaban abiertos de par en par, ya vidriosos por el dolor, pero asintió con la cabeza.
– Mi loba, -se quedó sin aliento-. Está tratando de escudarme. Tienes que hacer que se detenga. Ambas necesitamos… -Se encogió cuando una convulsión levantó su cuerpo y lo lanzó de nuevo sobre el colchón. Se curvó en posición fetal, intentando alcanzar su mano-. Haz que él hable con ella. No puede oponerse a esto. La destruirá, pero ella no quiere que yo sufra.
Manolito no quería dejarla, ni por un momento, pero ella estaba jadeando, inclinando la cabeza, intentando aguantar mientras el dolor arrasaba su cuerpo. Se puso de rodillas, inclinándose sobre el lateral de la cama, vomitando repetidas veces.
Estaba ocurriendo rápido, casi demasiado rápido. Intentó alcanzarla, pero las convulsiones comenzaron de nuevo. En la mente de ella, podía sentir a la loba alzándose, intentando protegerla. La loba no pensaba en salvarse. Era una guardiana y MaryAnn sufría.
Su propio lobo era parte de él. Debía haber confianza entre ellos, y él tampoco quería que su compañera soportara el dolor. Manolito mantuvo su mente firmemente enlazada con la de MaryAnn, intentando cargar con la agonía él mismo, pero salió de su cuerpo físico, permitiendo al lobo asumir el control.
MaryAnn se agitaba, desesperada por aliviar el dolor, y su mano chocó con un grueso pelaje. Giró la cabeza y vio que el lobo yacía a su lado. Sus ojos estaban fijos en los de ella. Un profundo ámbar con destellos negros que los atravesaban. Unos hermosos ojos. Un bello pelaje.