Luego los miró muy serio.
– Intenten ustedes hacer un repaso mental del círculo de amistades de su madre o del resto de la familia. ¿Podría haber allí algo oculto? ¿Alguien que se sienta ignorado y que quiera llamar la atención?
Ellinor hizo un vigoroso gesto negativo con la cabeza.
– No tenemos gente así en nuestra familia -constató-. Y tampoco hay nadie así en su vecindad. Todo el mundo es gente decente.
– ¿Dónde vive ella?
– En Kirkeby -contestó Erik Mork-. En la calle Konvallveien. Es viuda, lleva sola muchos años. Pero nunca ha sido miedosa. Ahora está completamente trastornada, porque no entiende el significado de lo que ha ocurrido. ¿Qué quieren de ella?
Ellinor Mork tomó la palabra.
– La única manera de tranquilizarla es encontrar a los que le han hecho esto -dijo-. Para que puedan explicarnos por qué la eligieron precisamente a ella. Pues eso es lo que no entiende. Y nosotros tampoco. Ella está casi siempre sola, y no llama la atención. Va a la tienda todos los días, trabaja un poco en el jardín. Cosas así.
– ¿Se han puesto en contacto con el periódico? -preguntó Sejer-. ¿Con la sección de anuncios?
– No -contestó Eric-. ¿No son ustedes los que se ocupan de esas cosas?
Sejer empezó a intuir los rasgos de algo incómodo. Un plan minuciosamente meditado, una forma insonora de terror.
– Iré a hablar con su madre -prometió-. Primero me pasaré por el periódico. Si encuentro algo, se lo comunicaré a ustedes.
Erik Mork puso el dedo sobre el anuncio.
– ¿Se ha topado usted alguna vez con algo como esto?
– No -contestó Sejer-. Es realmente una broma nueva y muy grave. Nunca he visto nada parecido. ¿Y ese pequeño poema? -preguntó-. ¿Les resulta familiar?
Ellinor Mork puso los ojos en blanco.
– Ese poema es completamente imposible -contestó-. Mi madre no ha estado nunca enferma. Todo esto es una locura y el teléfono no deja de sonar, la gente se ha quedado aterrada al ver en el periódico que ella había muerto. Y cuando les decimos que todo ha sido una broma, se sienten aún más confusos. Supongo que eso es lo que el tipo pretende. Pues debe de ser un hombre. Quiere que ella se sienta aturdida, ¿verdad?
– ¿Qué le vamos a decir a mi madre? -preguntó Erik Mork-. Tenemos que tranquilizarla de alguna manera.
Sejer se quedó pensando unos instantes.
– Díganle que ha sido elegida al azar. Díganle que se trata de una broma de pésimo gusto que no tiene ningún sentido. Díganle que es un juego.
– ¿Así que eso es lo que piensan ustedes? ¿Que se trata de un juego?
– Por supuesto que no. Pero eso es lo que deben decir a su madre.
Sejer fue a buscar a Jacob Skarre.
Observó a su compañero más joven con una mirada interrogante.
– ¿Cómo habrías reaccionado tú si hubieras visto tu esquela en el periódico? -le preguntó.
Skarre ya había oído hablar de la falsa esquela. Abrió la boca para contestar, pero cambió de idea y se quedó callado, porque era un asunto que requería una valoración más meditada.
¿Qué habría pensado si hubiera visto esas palabras en el periódico una mañana mientras desayunaba?
Nuestro querido Jacob Skarre ha muerto hoy, a los treinta y nueve años. O esta variante: Nuestro adorado Jacob Skarre nos ha sido arrebatado de repente hoy. O, Jacob Skarre ha muerto hoy, tras una larga enfermedad.
– Yo habría reaccionado con horror, espanto y estupor -contestó-. Luego me habría echado a reír histéricamente durante un buen rato. Y habría pensado en todos mis conocidos. Que leerían esa misma esquela. Y que se lo creerían.
Se volvió hacia el inspector jefe.
– Supongo que se trata otra vez del glotón. Es ese animal salvaje de Bjerkas, seguro que sí. ¡Vaya despliegue de creatividad!
– ¿De qué crees que va ese proyecto suyo?
– Pone en marcha cosas -contestó Sejer-. Supongo que significa que tiene carencias. Seguramente es pobre en vivencias y en contacto con otras personas. A veces me imagino que su motivo es muy modesto, y que se trata de una carencia que es común a todo el mundo. Simplemente quiere llamar la atención.
Cuando los condujo a su cocina, Gunilla Mork se sentía incómoda y avergonzada.
– No me gusta molestar -dijo-, pero Erik y Ellinor insistieron en que lo denunciara. Me resulta un poco violento, sabiendo los problemas contra los que tienen ustedes que enfrentarse. Y yo con una miserable esquela en el periódico. Me hubiera gustado poder reírme de todo esto, pero la risa se me atasca en la garganta -explicó.
Se paseaba por la cocina sin saber muy bien cómo comportarse con dos hombres desconocidos en su casa.
– Creía que me quedaban unos buenos años -dijo exasperada-, pero al ver esa esquela en el periódico, todo se me vino abajo. Ahora ya no estoy segura de nada. Pero claro, eso de sentirse segura no es más que un engaño -añadió, con una débil sonrisa-. Pienso a menudo en eso. Pues todo puede ocurrir, y lo mismo hoy que mañana. Y me puede ocurrir a mí, soy muy consciente de ello. Pero los seres humanos somos muy hábiles en no hacer caso de las cosas. Ahora ya no. Es como si hubiese perdido algo. Esa esquela es como un mal presagio.
Por fin detuvo sus angustiados paseos por la cocina.
Sejer y Skarre la observaban mientras quitaba hojas secas de una maceta que había sobre la mesa. Tenía el pelo plateado y corto, y en las orejas llevaba unas minúsculas bolitas de oro. En realidad, ofrecía un aspecto muy juvenil.
– Hemos hablado con la sección de anuncios -dijo Sejer-. Por regla general, la esquela llega por correo electrónico desde la funeraria. Después de haber pasado por los correctores. Pero en este caso ha habido un fallo en las rutinas. Estamos en época de vacaciones, y hay muchos jóvenes suplentes trabajando. Uno de ellos ha cometido un error. Uno que ha querido ser muy amable.
– Bueno, bueno -dijo Gunilla Mork-. He salido en el periódico dos veces en un par de semanas. No está mal.
– ¿Por qué dos veces? -preguntó Sejer.
La mujer seguía quitando hojas de la maceta y se las iba guardando en la mano.
– Acabo de cumplir setenta años -explicó-. Con ese motivo Erik y Ellinor insertaron una simpática felicitación para mí, algo que me resultó tan grato que se me hizo un nudo en la garganta.
– ¿Guarda usted ese periódico? -preguntó Skarre.
Gunilla Mork fue al salón. Rebuscó en una cesta y volvió enseguida con el periódico. Skarre leyó el pequeño anuncio de felicitación y asintió.
– Seguramente fuera así como la encontró -dijo-. Vio este anuncio y se enteró de que usted vive aquí, en Kirkeby. Se enteró de su fecha de nacimiento. Y de los nombres de sus hijos, Erik y Ellinor. Con eso tenía todo lo que necesitaba para enviar la esquela. Esto explica mucho, en mi opinión. Y es positivo.
– ¿Cómo? -preguntó la mujer, incrédula.
– Significa que usted ha sido elegida totalmente al azar -explicó Skarre-. No es a usted en particular a quien intenta herir. Simplemente la encontró en el periódico.
– ¿Usted cree? -preguntó ella angustiada-. Pues ahora me estremezco solo con oír el timbre de la puerta.
– No me extraña -dijo Skarre.
Elegida al azar, pensó Gunilla Mork. No es nada personal. Qué alivio. Volvió por última vez a su maceta a quitar otro par de hojas secas.
– Alguna desgracia tiene que haber en la vida de todo el mundo -dijo-. Los jóvenes no saben en qué emplear su tiempo. Así de simple.
De repente miró asustada a los dos.
– Acabo de acordarme de ese bebé de Bjerketun -dijo-. Ese bebé que estaba durmiendo en el jardín. ¿Puede haber alguna relación?
– No lo sabemos -contestó Sejer.
– Es curioso -insistió la mujer-. Hay cierto parecido. Tal vez algún tonto haya decidido darnos a todos un susto de muerte.
– Aún no podemos sacar esa clase de conclusiones -dijo Sejer-. Sería muy precipitado.