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– Habría resultado muy obvio si el tipo hubiera venido desde aquí -dijo, señalando la urbanización Askeland-. Puede haber seguido un sendero a través del bosquecillo. Con un recipiente de sangre escondido bajo la chaqueta. Una botella, o una bolsa, no sé qué habrá inventado o dónde lo habrá conseguido. Puede que estuviera escondido detrás de un árbol vigilando el cochecito. Luego regresaría por el mismo sitio. Supongo que el laboratorio averiguará lo de la sangre, si se puede comprar en la carnicería, o dónde. En cualquier caso creo que estamos hablando de un adulto, alguien que pueda documentar para qué va a usarla. Esperemos que no haya sacrificado a ningún ser vivo para llevar a cabo su plan. Un perro, o un gato. ¿Tú qué crees?

Skarre estaba muy pensativo estudiando el mapa. Los que lo conocían sabían que su padre había sido pastor de la Iglesia y que la educación que había recibido se ajustaba a la profesión del hombre: justa, sólida y sumamente exigente. Y sin embargo había conservado un rasgo aniñado y juguetón que atraía a todo el mundo, y en particular a las mujeres. Skarre no estaba casado ni tenía hijos, al menos conocidos. Pero había visto de cerca a Margrete Sundelin, con sus mejillas redondas. La había visto dar saltos sobre las rodillas de su madre, como un bacalao recién pescado.

Había notado el olor a leche y jabón.

– Esto ha sido minuciosamente planeado -dijo-. El tipo ha estado vigilando la casa y ha tomado buena nota de las rutinas. Sabía en qué momento del día solía dormir Margrete, y tal vez lo sepa desde hace mucho. Tal vez estuviera escondido detrás de un árbol cuando Lily salió, y tal vez disfrutara viendo su reacción. ¿Sabes? -dijo furibundo Skarre al inspector-. Esto es pura maldad. No tengo palabras.

Sejer, que tenía hija y nieto, estaba totalmente de acuerdo.

– Tal vez tengas razón, Holthemann -dijo, dirigiéndose al jefe-. Puede que el matrimonio Sundelin haya ofendido a alguien sin saberlo. Son personas agradables y decentes, pero todo el mundo comete errores. Karsten Sundelin es un hombre terco e intransigente, enseguida me di cuenta. Pero también puede ser que nos encontremos ante una persona alienada. Una mujer que haya perdido a su hijo en circunstancias dramáticas. O algo por el estilo. Alguien que haya visto a Lily Sundelin pasear a Margrete en el cochecito. Ya sabes, felicidad de madre. Puede tratarse de un alma maltratada que decide vengarse, y que lo hace de una manera totalmente arbitraria. El que ha sido maltratado y acosado suele maltratar y acosar a su vez. Esa es una psicología maldita, pero muy conocida. Puede ser muy duro contemplar la felicidad de los demás.

– De acuerdo -dijo Skarre-. Venganza. O celos. Necesidad de llamar la atención. O enfermedad mental. O maldad pura y dura.

– Al menos es metódico -dijo Sejer-. No actúa por impulso, sino que cuida la puesta en escena. ¡Y qué escena! Nunca he visto nada parecido.

El jefe de la sección había permanecido en silencio, escuchando.

– ¡Averígualo! -ordenó.

Dio las gracias y desapareció por la puerta. Oyeron su bastón golpear el suelo del pasillo, una figura triste al borde de la jubilación.

Skarre dejó por fin el mapa. Abrió un termo de café, llenó una taza hasta arriba y dio varios sorbos ávidos. Luego se acercó a la ventana y miró abajo, a la plaza que había delante de la comisaría. Un grupo de personas se había congregado junto a la entrada principal, zumbando como avispas.

– La prensa está esperando -informó-. Esto es una golosina para ellos. ¿Qué vas a decirles?

Sejer se lo pensó.

– Que mantenemos abiertas todas las posibilidades. Y que vamos a ser tan metódicos como el malhechor. Espero poder librarme con tres o cuatro frases -añadió-. Luego haré un gesto cortés con la cabeza y volveré a entrar. Ahora lo mejor es ser un poco reservado. Si no, todo se nos va a ir de las manos.

– Preguntarán si estamos esperando más ataques -dijo Skarre-. De la misma clase. ¿Qué vas a contestar a eso?

– Sin comentarios -respondió Sejer.

– ¿Y qué vas a contar aquí dentro? -preguntó Skarre-. Me refiero a sobre quién ha sido y qué le ocurre a ese tipo.

– A lo mejor debería callarme en lugar de estar haciendo especulaciones. No sirve de nada -contestó Sejer.

– Yo por ahora no me limito a ninguna idea fija, pero tú debes aprovechar toda tu experiencia e intuición -dijo Skarre-. Y esa gran cantidad de conocimientos que tienes sobre el ser humano, y que todo el mundo sabe. Conociéndote, seguro que tienes ya el perfil del tío. Siento una gran curiosidad. Yo también tengo algunas ideas sobre quién puede ser, sobre lo que significa todo esto -añadió, levantando las manos-, aunque todavía no he anotado nada -prosiguió con una sonrisa.

– Es un hombre -afirmó Sejer, dejándose caer sobre una silla.

– ¿Por qué un hombre? -preguntó Skarre.

– Es lo más probable -contestó Sejer.

Se remangó y se rascó el codo. Sufría de soriasis, que empeoraba cuando se implicaba mucho en algún asunto, o cuando hacía mucho calor, como era el caso. El final del verano estaba siendo muy caluroso.

– Hay muchas cosas que indican que es como sigue -añadió Sejer-. Se trata de un hombre de entre diecisiete y setenta años. Es una persona abandonada e ignorada. Es taciturno y retraído, pero puede que se haya hecho notar torpemente en algunas ocasiones. Intenta que los demás lo respeten, pero no lo consigue. Es creativo, está amargado y se siente humillado. Tiene un trabajo fácil y unos ingresos relativamente bajos, o está en paro o de baja por enfermedad. No tiene ningún amigo íntimo. Es inteligente e intuitivo, pero emocionalmente muy inmaduro. No bebe ni consume drogas. No le interesan mucho las chicas. Vive modestamente, tal vez en una habitación alquilada o en un pequeño piso, o bien con su madre. Y puede que tenga algún animal enjaulado.

– ¿Cómo? -exclamó Skarre, incrédulo-. ¿Un animal enjaulado?

– Bueno, esto último era una broma -dijo Sejer con una sonrisa-. Suponía que te darías cuenta. Pensaba en una rata o algo por el estilo. Me has pedido que aprovechara mis capacidades -se defendió-. Por eso he recurrido a mi imaginación.

Se acercó a la ventana y miró el montón de periodistas que se había congregado delante de la entrada.

– Parecen tener un hambre voraz -dijo-. ¿Les echamos un poco de pan seco?

Skarre se colocó a su lado. También él miró al montón de periodistas que se movían por todas partes con grandes micrófonos peludos. Le recordaban a niños pequeños, cada uno con una gigantesca piruleta.

– No me extraña que acudan -dijo-. Este asunto lo tiene todo. Drama. Originalidad. Y sorpresa.

– Tal vez lo estemos haciendo todo mal -dijo Sejer-. Tal vez la sociedad adopte una postura completamente estúpida ante la delincuencia. Los periódicos dan mucho protagonismo a casos como este, y el causante consigue lo que busca. Tal vez sería mejor ignorarlo, echar tierra sobre el asunto, silenciar a todos los criminales hasta que se callen.

– Pero ¿qué hará si lo ignoramos? -preguntó Skarre-. También ese es un factor que debemos tener en cuenta. Si pretende llamar la atención y no ve ninguna reacción, se volverá más peligroso y se pondrá aún más furioso. Hay algo explosivo en todo esto. Estamos hablando de un bebé. Una monería que huele a leche y jabón y que solo pesa unos siete u ocho kilos.

– Puede que tengas razón -dijo Sejer-. Necesita público. Pero lo importante es que procuremos mantener el equilibrio. Lo presentaré como una persona con sentimientos para que se crea comprendido. ¿No te parece? Ese tipo no debe sentirse ofendido.

El inspector dio la espalda a la ventana y se sentó un instante junto a su escritorio. Era un hombre tímido y no le seducía la idea de tener que salir y exponerse al espacio abierto, al sol, al calor y a la curiosidad de periodistas tremendistas. Pero su puesto de inspector jefe implicaba la obligación de actuar como la imagen de la comisaría de cara al exterior, de informar y dar parte, a su manera reposada.