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– Me llevaré comida -dijo en voz baja-. Puedes ayudarme a hacer la mochila para que todo esté en orden.

Hannes Bosch miró el reloj. Aún era temprano. Puso una mano en la cabeza de su hijo. Theo no era más que un chiquillo, pero tenía la cabeza en su sitio y no era nada cobarde. Hasta el lago Snelle, pensó. Sobre esas piernas tan cortas. Le llevaría una hora. Luego estaría unos veinte minutos sentado junto al lago antes de volver a casa, en total serían dos horas y veinte minutos, lo que era mucho tiempo para un niño tan pequeño. Hasta el lago Snelle. Y completamente solo. Hannes se acercó a la ventana a echar un vistazo. Hacía buen tiempo, y faltaba mucho para que se hiciera de noche. Había algo de tráfico en el camino hasta el lago. Los agricultores tenían a menudo cosas que hacer por allí, ir a ver a sus ovejas y vacas, colocar los saleros y examinar las vallas. Había también paseantes y ciclistas, además de gente que iba a coger bayas. Pero Theo solo tenía ocho años. Por otra parte, pensó Hannes, estará más seguro en el bosque que en cualquier otro lugar. Eso era algo que habían acordado hacía mucho.

– Seguro que mamá dice que no -susurró a su hijo.

– Entonces mejor no se lo preguntamos -dijo Theo, sabiondo, mirando de reojo a su padre.

Salieron del dormitorio de puntillas.

Hannes puso una mano sobre el hombro de su hijo.

– Si de verdad vas a irte de excursión tendrás que planificarla un poco -le dijo-. La planificación es muy importante. Lars Monsen nunca se va a ningún sitio sin planificarlo primero. Hasta el mínimo detalle. Alimentación. Equipamiento. Ropa. Todo eso.

Theo asintió.

– Tienes que vestir para la ocasión -dijo Hannes-. No cojas las sandalias. Ponte otro tipo de calzado.

– Pantalón corto -dijo Theo-. Porque hace calor. Y zapatillas de deporte. Un jersey en la mochila, por si acaso. Comida y bebida.

Hannes asintió.

– Y tienes que llevar una buena navaja -dijo-. No puedes internarte en el bosque sin navaja. Te dejaré la mía de cazador. Pero no se lo digas a mamá. ¿Sabes? Mujeres y navajas… ellas pierden los nervios por completo.

Theo corría por la casa reuniendo lo que necesitaba para una excursión a la naturaleza salvaje. Estaba sonrojado de emoción. Cuando fuera mayor y se hubiera convertido en un famoso explorador, como Lars Monsen, los periodistas le preguntarían por la primera excursión de su vida. ¿Mi primera excursión? diría, pues la hice cuando no era más que un niño. Fui andando hasta el lago Snelle y luego de vuelta a casa. Me sentí muy orgulloso.

Hannes fue a prepararle la merienda a su hijo. Mientras, pensaba en unos buenos argumentos que sabía harían falta para cuando Wilma se despertara y se enterara de que su hijo iba camino del lago Snelle solo. Con una gran navaja de caza en el cinturón.

Pero por Dios, Wilma, el chico tiene ocho años. Ya sabes cómo está con Lars Monsen. Es y será un aventurero, no podrás detenerlo. Creo que debemos estar contentos y orgullosos. Hay demasiados niños que ni se mueven del sofá. ¿Qué dices? ¿Perderse? Pero si va al lago Snelle, Wilma, irá por el camino, ha recorrido ese camino cientos de veces. Hace muy buen tiempo, y dentro de un par de horas estará de vuelta en casa. O digamos, en dos horas y media. Piensa en lo orgulloso que se va a sentir. Va a tener fe en sí mismo, eso es algo muy importante, Wilma, en eso tienes que darme la razón.

Puso salami en la primera rebanada de pan.

Que sí, me ocuparé de que se lleve el móvil. Así estará muy cerca. Podrás llamarle para darle la lata cada cuarto de hora. Si quieres, estropéale la experiencia al pobre.

Puso mortadela en la segunda rebanada y queso en la tercera, para que el chico tuviera variedad.

Preparó un zumo de grosella y agua y lo echó en un termo. Theo entró en la cocina. Había ido a por su mochila, y en ella había metido su juguete favorito, Optimus Prime.

– Cógete un cinturón -dijo Hannes-, para que puedas colgar la navaja. Ya sabes que tiene que estar en un sitio de fácil acceso. Por si llegan los indios -dijo guiñando un ojo.

Theo se fue corriendo a buscar un cinturón. Se puso sus zapatillas deportivas y las ató con un nudo doble. Estaba tan agitado que las mejillas se le habían puesto rojas, y tenía pinta de hombretón, de apuesto adulto.

– Te acompañaré hasta la barrera -dijo Hannes.

– Vale -contestó Theo.

Cerraron la puerta con llave tras ellos. Primero caminaron un rato a lo largo de la carretera nacional. Tardaron un cuarto de hora en llegar a la barrera de Glenna. Allí se pararon e intercambiaron unas últimas palabras.

– Ponte el jersey si tienes frío.

– Sí, papá -contestó Theo.

– Y no dejes nada de basura en ninguna parte. Mete el papel de la merienda en la mochila cuando hayas comido.

– Sí, papá, lo dejaré todo limpio.

– Y si usas la navaja, hazlo con cuidado, sabes que está muy afilada.

– Tendré mucho cuidado, papá, te lo prometo.

Le dio la espalda y se marchó. Había heredado los grandes pies de su padre, y contoneándose sobre las enormes zapatillas recordaba a un pequeño pato macho.

Hannes se quedó quieto, siguiendo a su pequeño con la vista hasta que desapareció en una curva, como si hubiese sido devorado por el bosque.

Capítulo 4

Wilma Bosch no se mostró nada condescendiente.

Esas peras en lata tan admiradas por Hannes y su hijo Theo estaban ya dentro de un par de pantalones vaqueros claros, aunque seguían siendo atractivas. Pero era lo suficientemente sensato como para no acercarse a ellas, porque en ese momento Wilma estaba a la defensiva.

– ¿Cómo se va a manejar si le pasa algo? -preguntó.

– ¿Qué quieres decir con si le pasa algo? -preguntó Hannes-. En el bosque no pasa nada. No hay más que liebres y ardillas por todas partes. ¿A qué tienes miedo?

Wilma se acercó a la ventana que daba al camino. Sus zuecos golpeaban contra las tablas del suelo. Aunque no podía ver a Theo desde donde estaba, era un intento de acercarse a él.

– Me preguntas que qué puede suceder -dijo-. Todo puede suceder, Hannes. Un niño de ocho años está muy expuesto. Puede resbalar en las rocas, darse un golpe en la cabeza y caerse al agua. También hay víboras allí dentro; la gente que anda mucho por el bosque dice que este año son muy grandes. También hay vacas pastando, y muchos alces. A veces los alces atacan a las personas -dijo-. Cuando tienen crías, ¿sabes?

Durante unos momentos, Hannes intentó digerir lo que su mujer acababa de decir.

– Lo que pasa es que temes que el chico tenga miedo -dijo.

– Sí. ¡Porque solo tiene ocho años!

– Pero todo el mundo tiene miedo de vez en cuando -señaló Hannes-. Tal vez oiga algún ruido entre los abetos y su corazón lata un poco más deprisa. También le ocurre al mío, y tengo treinta y ocho años. También yo puedo resbalar en las rocas y darme un golpe en la cabeza. Y necesitar un respirador para el resto de mi vida. Sin contacto con el resto del mundo… Si quieres seguimos hablando de todo lo que puede ocurrir.

Wilma se dejó caer sobre una silla con tanta brusquedad que el mueble se desplazó varios centímetros.

– A veces esa admiración que siente por Lars Monsen me parece exagerada -dijo.

Wilma estaba enfurruñada. Tenía las manos entrelazadas sobre las rodillas. Hannes se fijó en los restos de esmalte color carmesí. Parecía como si gotitas de sangre hubiesen rezumado por entre las uñas. Hannes le acarició levemente el brazo. Luego se metió rápidamente la mano en el bolsillo de la camisa y cogió el teléfono móvil, marcó un número y esperó. Pulsó la tecla del altavoz para que Wilma pudiera oír.

– Hola, Theo -dijo-. ¿Por dónde vas ya?