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Fuera de la habitación, fuera de la casa, para internarse en el mundo.

Su marido, Karsten, había ido al vertedero a tirar el cochecito. La sangre había penetrado en el colchón y fue imposible quitar las manchas. La sangre era resbaladiza como el aceite, y desprendía un olor asqueroso, como a pescado. Se trataba además de un coche usado, heredado de una familia de la vecindad. Karsten acababa de comprar uno nuevo de terciopelo azul oscuro, el más caro de la tienda. A partir de ahora solo lo mejor para Margrete, pensaron, después de todo lo que había sucedido.

– Ahora podrá dormir en el porche, ¿no? -sugirió Karsten-. Así podrás verla desde la ventana.

Lily acarició la cara de la niña. El roce provocó una pequeña vibración del párpado de la pequeña.

– Ya veremos -se limitó a decir.

Estaban acostados uno a cada lado de la niña. Los dos se habían incorporado sobre el codo, formando una pared protectora contra el mundo, y la niña yacía entre ellos como un guisante en su vaina.

Respiraba ligera y rápidamente.

No había en el mundo entero nada como ella.

– ¿Sabes lo que le haré si lo encuentro? -preguntó Karsten.

Hablaba con los dientes apretados. Lily no quería escuchar. Colocó el edredón rosa, tenía que estar liso y bien ajustado. No contestó a la pregunta de su marido. Algo malvado había llegado por el bosque, y ahora también estaba creciendo en el hombre con el que se había casado.

– Le arrancaré los brazos -dijo Karsten-. Y las piernas. No vale más que un insecto.

Lily se puso boca arriba, mirando fijamente el techo, el globo de la lámpara, y vio que había algunas moscas muertas.

– ¿Puede haber algo de lo que nos hayamos olvidado? -susurró-. ¿Algo que hayamos hecho o dicho?

También Karsten se dio la vuelta con un vuelco en la cama. El movimiento hizo suspirar a Margrete, y la cama crujió un poco por el peso del hombre.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó-. ¿Que nos lo hemos buscado nosotros?

Lily se estaba mordiendo un nudillo. El primer susto ya había pasado. Estaban de vuelta en casa y había transcurrido algo de tiempo. Margrete estaba entera, vivita y coleando. Pero ahora le venían otros pensamientos para los que no estaba preparada. ¿Por qué precisamente aquí, pensó, en nuestra vecindad? ¿Y por qué nuestra hija? Algo tan cruel no podía ser casual, porque si lo fuera sería incomprensible.

– No buscado -contestó Lily-. Pero me pregunto si hemos hecho algo en lo que alguien se haya fijado.

– Vivimos nuestra vida -dijo Karsten-. Hacemos las mismas cosas que los demás. Somos gente decente.

Lily intentó respirar tranquilamente. Si consiguiera controlar la respiración, también su corazón se tranquilizaría, pero no lo lograba.

– Quizá el tío estuviera observándonos -susurró-. ¿Has pensado en eso? Tal vez estuviera escondido detrás de un árbol mientras yo estaba pataleando. No miré por entre los árboles. No se me ocurrió.

Volvió a incorporarse sobre el codo.

– ¿Tú viste algo? ¿Oíste algo?

Karsten repasó aquellos segundos paralizantes. Escuchó sus propios recuerdos, como si entre ellos hubiera algo que pudiera repescar, algo que pudiera proporcionarle una pista.

– Sí -recordó-, sí que oí algo. Algo que arrancó dentro del bosque. Por allí dentro pasa un camino que va hasta Askeland, lo usan los obreros forestales. Puede haber sido una motosierra.

– ¿Una motosierra? -preguntó ella decepcionada-. Eso no nos ayuda nada.

Karsten cambió de idea y chasqueó los dedos.

– No, tal vez no -dijo-. Una motosierra no. Tal vez fuera una pequeña motocicleta.

* * *

La postal que Sejer había encontrado sobre el felpudo de su puerta era una tarjeta pequeña, barata, con la superficie brillante. La foto del glotón le fascinaba. En sus estantes tenía los trece volúmenes de la Gran Enciclopedia Noruega de las editoriales Aschehoug y Gyldendal del año 1984, y supuso que el glotón figuraría en la misma con imagen y texto.

Lo encontró en la página 495.

Glotón. Gulo gulo, nuestra especie más grande de la familia de los mustélidos. El glotón es plantígrado, con cabeza corta y rabo pequeño y espeso. El pelaje es oscuro, casi negro, con una franja amarilla en los costados. De altura es parecido a un perro de muestra y posee una gran fuerza. El glotón se encuentra en las regiones de alta montaña, pero los expertos sostienen que antaño fue un animal de bosque.

El glotón es un cazador listo y precavido. En invierno se alimenta de renos, en verano probablemente también de ovejas, además de pequeños roedores. Rara vez también de liebres y zorros, perdices y urogallos. En febrero o marzo suele parir dos o tres crías. Su madriguera se encuentra por regla general en montones de nieve dura junto a montañas, en terrenos accidentados. En 1964 la población se estimó en ciento cincuenta ejemplares. En el sur de Noruega el glotón está vedado hasta la provincia de Sor-Trondelag.

Al final Sejer estudió con gran interés la fotografía en color.

El glotón recordaba un poco a un perro, otro poco a una marta y otro poco a un gato. ¿Es así como el tipo quiere presentarse?, se preguntó. ¿Cómo un raro y vedado carnívoro en vías de extinción? ¿Un cazador listo y precavido? Cerró la enciclopedia, colocó el volumen en la librería y se sentó junto al teléfono para llamar. Karsten Sundelin contestó enseguida. Se había tomado unos días libres en el trabajo para estar con su mujer y su hija. Los dos estaban mareados y aturdidos después de lo sucedido.

– ¿Cómo se encuentran ustedes? -preguntó Sejer.

– ¿Usted qué cree? -respondió Karsten Sundelin.

Su voz sonaba amargada y chirriante como una sierra.

– Lily ya no se siente nada segura -dijo-, y Dios sabe si alguna vez volverá a sentirse como antes. Hay muchas cosas que se han roto, por decirlo así.

– ¿Y Margrete? -preguntó Sejer con prudencia.

– Pues supongo que ella también lo acusará -contestó Karsten Sundelin-. De una manera u otra. Toda esa inquietud contagiará a la niña, ¿no cree?

Sejer se quedó meditando unos instantes.

– ¿Hay alguna papelería o librería donde viven ustedes? -preguntó.

– No -contestó Sundelin-. No hay ninguna librería. Tenemos que ir al centro comercial, que está en Kirkeby. Aquí solo hay un supermercado Spar. Está abajo, junto al lago Skarve. Venden un poco de todo. Me refiero a que tienen medicinas, algunos juguetes y cosas así.

Sejer lo anotó todo en una libreta.

– ¿Cómo puedo llegar hasta allí?

– Hay que ir al centro de Bjerkas -explicó Sundelin-. Y luego girar a la derecha. Verá la tienda en cuanto llegue al lago. Han puesto unas ridículas banderas delante.

– ¿Y los que viven en la urbanización Askeland? -preguntó Sejer-. ¿También ellos compran en el supermercado Spar?

– Antes tenían una tienda, pero la cerraron -contestó Sundelin-. Así que ahora vienen a comprar donde nosotros. Pero cada vez más gente va al centro comercial de Kirkeby, porque hay más donde elegir. Antes teníamos de todo -añadió-. Panadería, peluquería, café y banco. Pero todo va desapareciendo poco a poco. Ya solo nos queda el supermercado y la gasolinera. Y un pequeño pub. Está al lado de la gasolinera.

Sejer le dio las gracias y colgó. Aún era pronto. Metió a Frank en el coche y condujo los veinticinco kilómetros hasta Bjerkas. Luego giró hacia la derecha, como le había explicado Sundelin, y enseguida avistó las banderas que ondeaban junto al lago. Un estrecho camino asfaltado conducía a una hermosa playa, pero al salir del coche se dio cuenta de que no era tan atractiva como parecía a primera vista. No había nada de arena, solo grandes y afiladas piedras reunidas en el bajío como una barrera infranqueable. Tal vez eso explicara que la cadena Spar hubiera conseguido licencia del Ayuntamiento para poner una tienda en un lugar como ese. Pues allí era imposible bañarse. Al fondo de la cala vio algunas barcas subidas a tierra, algunas de ellas boca abajo. Echó a andar. No había nadie más andando por la playa, y por eso soltó a Frank. El perro corría delante de él, consiguió torpemente pasar las grandes piedras y se metió en el agua, pero salió rápidamente y volvió a la playa.