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Él suspiró.

– Es evidente que no sabes lo condenadamente incómodo que es estar atado. No podrás descansar si lo hago.

– No me importa. Prefiero…

– Annie, quítate la ropa. Ahora. -Su voz reflejaba una clara advertencia.

La joven empezó a temblar, pero sacudió la cabeza obstinadamente.

– No.

– La única alternativa que tengo es dispararte y no quiero hacerlo.

No me matarás -afirmó ella, intentando sonar más segura de lo que se sentía-. Al menos, no todavía. Aún me necesitas.

– Yo no he hablado en ningún momento de matarte. Tengo muy buena puntería y puedo meterte una bala en cualquier lugar que elija. ¿Dónde la prefieres, en la pierna o en el hombro?

Él no lo haría. Annie se dijo a sí misma que no lo haría, que la necesitaba en plenas facultades para poder cuidarlo, pero no había ni una sola sombra de duda en el rostro masculino, y su mano permanecía firme como una roca sujetando el arma.

Reticente, Annie le dio la espalda y empezó a desabrocharse la blusa con dedos temblorosos. La luz del fuego brilló sobre sus hombros suaves como la seda cuando se la quitó y la dejó caer al suelo. Mmantenía la cabeza inclinada hacia delante, revelando el delicado surco de su nuca. Rafe sintió el repentino impulso de acercar sus labios a ella, de envolverla con sus brazos y estrecharla contra él. Había tenido que empujarla hasta el límite de su resistencia durante todo el día, igual que había hecho la noche anterior, a pesar de que podía ver cómo se hundían sus ojos a causa de la fatiga. Aun así, ella se las había arreglado, encontrando, de alguna forma, la suficiente fuerza en su esbelto cuerpo para hacer las cosas que le había exigido. Había luchado contra su miedo natural hacia él y se había esforzado al máximo para curarlo, y, sin embargo, ahora se lo pagaba humillándola y aterrorizándola. Pero no se atrevía a bajar la guardia. Tenía que asegurarse de que no intentara huir, por el bien de ella y por el suyo propio.

Annie se quitó los botines. Luego, todavía dándole la espalda, levantó la parte delantera de su falda y buscó a tientas las cintas que sujetaban la enagua alrededor de su cintura. La prenda cayó a sus pies en un pequeño montón blanco y la joven dio un paso hacia delante liberándose de ella.

Ni siquiera aquella tenue luz podía disimular su temblor.

– Continúa -le dijo Rafe suavemente. Lamentaba que estuviera tan asustada, pero se mentiría a sí mismo si intentaba negar que no estaba interesado en ver caer también su falda. Dios, estaba más que interesado. Ya estaba excitado y su firme erección presionaba contra la fina capa de tela de sus calzones. Sólo la manta que lo envolvía evitaba que ella descubriera el estado en el que se encontraba, si, por casualidad, se le ocurría darse la vuelta. Rafe se preguntó hasta qué punto tenía que estar enfermo para que su miembro captara el mensaje de que no estaba en condiciones de hacer nada; desde luego, más enfermo de lo que estaba ahora, seguro, y eso que no podía sentirse peor.

Despacio, Annie desabotonó su falda y la prenda cayó al suelo.

Aún llevaba las medias, unos pololos hasta las rodillas y una camisola, pero ya podía intuirse la forma de su cuerpo. Rafe respiró profundamente al sentir una repentina opresión en el pecho y que su erección empezaba a latir con fiereza. Más que delgada, era delicada, con huesos finos y una dulce curva en sus caderas que lo hacía sudar.

La joven se quedó allí inmóvil, como si fuera incapaz de continuar. Él podría permitirle que se detuviera ahí, ya que no tendría oportunidad de escapar sólo con las medias y la ropa interior.

– Las medias.

Ella se inclinó y desató las ligas. Luego, se quitó las blancas medias de algodón y encogió los desnudos dedos de los pies al sentir el frío suelo de tablas.

– Ahora los pololos. -Rafe se percató del deje ronco de su propia voz y se preguntó si ella también lo había notado. Maldita, sea, no tenía por qué ir tan lejos, pero era como si no pudiera detenerse. Deseaba verla, sentirla desnuda en sus brazos a pesar de que no estuviera en condiciones de hacer nada. Se preguntó si ese extraño y cálido cosquilleo que percibía cuando lo tocaba se limitaba a sus manos o si lo sentiría por todas partes si se tumbaba sobre ella. ¿Sería más intenso si se adentraba en su interior? La idea de sentir esa sensación única mientras la poseía casi le hizo gemir en voz alta.

El cuerpo de Annie temblaba como una hoja. La camisola le llegaba hasta medio muslo, pero aun así, la joven se sintió totalmente desprotegida y vulnerable cuando se quitó los pololos. La ráfaga de aire frío que azotó sus desnudas nalgas la sobresaltó y, aunque sabía que su camisola las tapaba, no pudo evitar el impulso de estirar el brazo hacia atrás para comprobarlo. La única prenda que aún llevaba puesta era demasiado fina para que se sintiera tranquila.

Rafe deseaba que se quitara la camisola. Dios, ansiaba verla desnuda. La esbelta línea de sus piernas casi lo volvía loco y anhelaba ver la hendidura de sus nalgas, la dulce plenitud de sus pechos, los pliegues de su feminidad. Deseaba curarse para poder hundirse en ella, pasar horas entre sus piernas y sentir cómo Annie cedía desde lo más profundo de su ser, estremeciéndose alrededor de su miembro. Deseaba hacerle el amor de todas las formas que había probado hasta ahora e intentar todo aquello de lo que había oído hablar. Deseaba saborearla, volverla loca con su boca, sus dedos y su cuerpo. Estaba temblando de deseo.

Y ella estaba temblando de miedo.

No podía obligarla a quitarse la camisola. No podía aterrorizarla más de lo que ya lo había hecho. Rafe tiró de la manta que lo envolvía y la colocó sobre sus hombros, rodeándola con ella. Annie se aferró a la manta con lastimosa desesperación, mientras mantenía la cabeza inclinada hacia delante para que no le pudiera ver la cara, Con delicadeza, él le pasó los dedos delicadamente por el pelo quitándole todas las horquillas y soltando la fina y suave melena que cayó hacia delante, ocultando aún más su rostro. Por pura obstinación, Rafe le apartó el pelo hacia los hombros e hizo que cayera sobre su espalda como una cascada.

Con un gesto de dolor por el tirón que sintió en el costado, Rafe se agachó y añadió más leña al fuego. Luego, recogió las prendas que le había hecho quitarse a excepción de la enagua y las colocó debajo de la manta sobre la que había estado tumbado, haciendo que su improvisado lecho fuera más mullido y asegurándose bien de que Annie no pudiera llegar hasta ellas sin despertarlo. También guardó allí su propia ropa, por si acaso. Después, enrolló la enagua a modo de almohada y la colocó en un extremo de la manta.

– Túmbate -le dijo con suavidad.

En medio de un avergonzado mutismo, ella se movió obediente con la intención de tenderse envuelta en la manta. Pero Rafe la cogió y tiró de ella hasta que sus laxos dedos la soltaron. Annie se quedó paralizada, consciente de que tendrían que compartir la manta, tal y como lo habían hecho la noche anterior. Sintiéndose dolorosamente desprotegida, se dejó caer sobre sus rodillas y sujetó la camisola contra su cuerpo mientras se tumbaba de espaldas a él en el improvisado camastro.

Rafe se acostó junto a Annie apoyándose sobre su costado derecho. Extendió la manta sobre ellos y luego colocó el brazo izquierdo sobre su cintura, haciendo que ella se sintiera atrapada. Annie podía incluso notar cómo el vello de su pecho desnudo rozaba sus omoplatos. Entonces, la acercó más a su cuerpo acunando su trasero en sus caderas y envolviendo sus muslos con los suyos. Annie empezó a respirar entrecortadamente. Podía sentir su… su miembro cubierto sólo por la fina franela de los calzones, haciendo presión contra su trasero. Su camisola parecía no existir, a juzgar por la escasa protección que le ofrecía. ¿Acaso se le había subido, dejándola totalmente al descubierto? La joven casi gritó, pero no se atrevió a bajar el brazo para comprobarlo.