Выбрать главу

El tono desdeñoso de la voz masculina la enfureció.

– Si no vas a seguir mis indicaciones, ¿para qué me has traído hasta aquí? -Se irguió y le lanzó una severa mirada-. Yo soy la doctora, no tú. Vístete si quieres, eso no te hará ningún daño…

– Tengo que encontrar algún lugar donde puedan pastar los caballos -la interrumpió-. Y es necesario que ponga trampas, a no ser que desees vivir a base de patatas y judías.

– Podemos arreglárnoslas con la comida que tenemos durante un tiempo -insistió la joven tercamente.

– Quizá nosotros, sí; pero los caballos, no. -Mientras hablaba, Rafe se agachó despacio y cogió sus ropas de debajo de la manta sobre la que habían dormido. Con el mismo cuidado, se puso los pantalones y se los subió.

Annie se mordió el labio, llegando a la conclusión de que tendría que vestirse delante de él, del mismo modo que se había desvestido la noche anterior. Cogió su falda con rapidez, y después del forcejear sin éxito con la manta, la dejó caer y tiró de la prenda para ponérsela tal y como él había hecho con sus pantalones. Se sintió mejor una vez tuvo las piernas cubiertas, no obstante, el aire frío que recorría sus brazos y hombros era un duro recordatorio de que todavía se encontraba lejos de estar decentemente vestida. Por pudor, se puso la blusa y se la abrochó antes de coger la enagua y los pololos. A pesar de que su ropa estaba sucia y arrugada, Annie se sintió increíblemente aliviada al ponérsela.

Rafe se abrochó la camisa, pero no intentó ponerse las botas solo. En lugar de eso, se dirigió hacia la puerta y la abrió, dejando entrar la luz del brillante sol de aquella gélida mañana. Annie parpadeó ante la repentina claridad y giró la cabeza hasta que sus ojos se acostumbraron a ella. El aire frío entró con fuerza en la pequeña cabaña y la hizo estremecerse.

– Se supone que estamos en primavera -protestó en tono lastimero.

– Seguramente nevará un par de veces más antes de que el tiempo preste algo de atención al calendario -adujo él mirando al cielo a través de los árboles. Estaba totalmente despejado, lo que indicaba que no era probable que fuera a hacer calor. La temperatura era soportable durante el día, pero las noches eran muy frías. Mientras Rafe le daba la espalda, Annie aprovechó para ponerse la ropa interior y la enagua, y después se sentó para subirse las medias. Cuando él se dio la vuelta, la encontró con las faldas alzadas hasta las rodillas y no pudo evitar que su mirada se demorara en las curvas de sus pantorrillas y en sus estilizados tobillos.

Annie arrugó la nariz al ponerse aquellas prendas que ya había llevado dos días seguidos. Tanto ella como su ropa necesitaban un buen lavado, al igual que Rafe, sin embargo, el simple hecho de plantearse cómo tendrían que hacerlo la echaba atrás. Podría calentar agua para que ambos pudieran asearse, pero no era capaz de imaginarse a ambos sentados allí desnudos y envueltos sólo con una manta mientras su ropa se secaba. Aun así, tenía que pensar en algo, ya que su padre siempre había sostenido que la limpieza era tan importante para la supervivencia de un paciente como la destreza o los conocimientos que su doctor mostrara. De hecho, la gente parecía recuperarse mejor cuando se encontraba en un entorno limpio.

– Ojalá hubieras pensado en traer la lámpara -comentó Annie encogiéndose y abrazándose a sí misma-. Así podríamos ver algo aquí dentro sin tener que abrir la puerta y congelarnos.

– Guardo algunas velas en mis alforjas, pero será mejor que las reservemos en caso de que el tiempo empeore tanto que ni siquiera podamos abrir la puerta.

La joven se acercó aún más al fuego y se frotó las manos con energía para calentárselas. Luego se peinó con los dedos y se sujetó el pelo con las horquillas. Cuando puso el café en el fuego y empezó a preparar su exiguo desayuno, Rafe volvió a entrar en la cabaña y se sentó sobre la manta.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó ella mirándolo a los ojos.

– No mucha.

– Sabrás que estás mejor una vez que recuperes el apetito.

Rafe observó cómo Annie ponía el beicon en la sartén y preparaba la masa para hacer tortitas. Tenía una forma enérgica y rápida de hacer las cosas que le gustaba. No malgastaba tiempo ni energía, pero conservaba su elegancia natural. La estudió con detenimiento y se percató de que se había vuelto a recoger el cabello. Le habría gustado que se lo dejara suelto, pero el pelo largo era un peligro cuando se trabajaba sobre el fuego. Al menos, podía disfrutar pensando en que haría que se lo soltara cuando se preparasen para dormir, y en que volvería a sentirlo deslizarse entre sus dedos. Quizá esa noche no estuviera tan asustada, aunque lo cierto era que no podía culparla por ello. Maldita sea, una mujer tendría que ser estúpida para no sentir, como mínimo, un poco de miedo en esas circunstancias.

– Tenemos que lavar nuestra ropa -anunció decidida sin mirarle a la cara, mientras daba la vuelta hábilmente a las tortitas-. Y los dos necesitamos un baño. No sé cómo vamos a arreglárnoslas pero hay que hacerlo. Me niego a estar sucia.

Rafe pensaba que no olía tan mal. De hecho, en muchas ocasiones, había olido mucho peor que ahora, aunque, al parecer, las mujeres tenían otro nivel de exigencia para ese tipo de cosas.

– Yo estoy bien -le respondió-. Tengo pantalones y camisas limpias en mis alforjas. Debería haber pensado en decirte que cogieras algo más de ropa, pero tenía otras cosas en la cabeza.

Como intentar mantenerse consciente, escapar de Trahern y seguir con vida, o sentir aquel fuego que desprendían las manos de la joven y que lo había sobresaltado y excitado al mismo tiempo.

– Puedes ponerte una de mis camisas. Mis pantalones, en cambio… no creo que te queden bien.

– Gracias -murmuró Annie. El rubor invadió su rostro mientras se inclinaba sobre el fuego.

¡Pantalones! Si se los pusiera, sus piernas se perfilarían de una forma indecente. Al pensar en ello, Annie se quedó paralizada de pronto al darse cuenta de que él ya había visto mucho más que el contorno de sus piernas. Y estaría encantada de ponerse sus pantalones si, gracias a ello, podía lavar su propia ropa. Era sorprendente cómo cambiaban las prioridades cuando tenía que escoger entre sus necesidades más básicas y los convencionalismos.

Rafe comió lo bastante como para que Annie se sintiera satisfecha, teniendo en cuenta que no había esperado que comiera nada en absoluto. Una vez que terminaron de desayunar, la joven preparó más té de corteza de sauce y Rafe se lo bebió sin vacilar. Luego se tumbó y permitió que ella le examinara las heridas. Habían mejorado mucho desde el día anterior, y así se lo comunicó mientras ponía en remojo más hojas de llantén para cambiarle el vendaje.

– Así que voy a vivir -comentó él.

– Bueno, al menos, no morirás por estas heridas. Te sentirás mucho mejor mañana. Quiero que comas todo lo que puedas hoy, pero ve con cuidado y para si sientes náuseas.

– Sí, señora. -Podría haber suspirado de felicidad al sentir el contacto de sus manos mientras lo vendaba.

Una vez que acabó de curarlo, Rafe terminó de vestirse aunque los puntos en su costado le tiraban cuando se puso las botas. Annie lavó todo lo que había usado para preparar el desayuno y, al darse la vuelta, observó que él estaba en el umbral con el abrigo puesto y armado con su revólver y el rifle.

– Coge tu abrigo -le ordenó-. Tenemos que dar de comer a los caballos.

A Annie no le gustaba la idea de que Rafe fuese hasta el cobertizo, pero se abstuvo de empezar una discusión inútil. Estaba decidido a no perderla de vista, y a no ser que perdiera el conocimiento, no había nada que ella pudiera hacer. Cogió su abrigo sin pronunciar palabra y salió de la cabaña con él pisándole los talones.