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Rafe desenrolló las mangas de la camisa hasta que los puños cubrieron las muñecas de la joven y protegieron su suave piel del roce abrasivo de la cuerda. Annie permaneció inmóvil durante todo el proceso, con sus oscuros ojos muy abiertos, mirando al frente. Rafe le juntó las manos, enrolló la cuerda alrededor de cada muñeca por separado e hizo un rápido y efectivo nudo en medio. Antes de soltarla, comprobó lo tirante que estaba la cuerda. Casi sin ser consciente de ello, Annie tiró del nudo y se percató de que la cuerda estaba floja en lugar de incómodamente ajustada, aunque no podría librarse de ella por sí misma.

Rafe se quitó las botas y el cinturón que sujetaba su revólver con rapidez y eficacia, y extendió las mantas.

– Acuéstate.

A la joven le resultó difícil hacerlo con las manos atadas. Se arrodilló sobre la manta, se sentó y luego consiguió tumbarse sobre su costado. Horrorizada, sintió cómo el borde de la camisa se deslizaba hacia arriba al moverse y, a pesar de que hizo un desesperado esfuerzo por bajarla, apenas pudo mover los brazos. Justo entonces, una ráfaga de aire fresco acarició su trasero desnudo. Dios Santo, ¿acaso se le estaba viendo todo? Annie empezó a levantar la cabeza para comprobarlo, pero en ese preciso instante, Rafe se tumbó a su lado y extendió la otra manta sobre ellos. Su enorme cuerpo se pegó a su espalda y le rodeó la cintura con el brazo.

– Sé que es incómodo -le dijo al oído en voz baja-. Puede que duermas mejor tumbada boca arriba, si notas que en esta posición dejas caer demasiado peso sobre tus brazos.

– Estoy bien -le mintió, mirando hacia la oscuridad. Ya le dolían los brazos, aunque sabía que él que no había apretado la cuerda.

Rafe inhaló el fresco y dulce aroma de su pelo y de su piel, y una sensación de bienestar empezó a ganarle terreno a su oscuro humor. La acercó más a él y deslizó su brazo derecho por debajo de su cabeza. Su frágil cuerpo le resultaba suave y maravillosamente femenino contra el suyo, sobre todo, su redondeado y pequeño trasero. Rafe se preguntaba si ella sabía que la camisa se le había subido tanto cuando se había acostado, que había podido echarle un vistazo a sus curvadas nalgas. Su miembro estaba dolorosamente rígido, luchando contra la tela que lo comprimía. Pero era un buen dolor. El mejor.

Pasados unos minutos, notó cómo Annie movía sutilmente los hombros, intentando relajarlos. La segunda vez que Rafe sintió que se movía contra él, deslizó la mano derecha alrededor de su cadera y, con destreza, la giró hasta colocarla boca arriba.

– Cabezota.

Annie respiró profundamente y dejó que sus hombros se relajaran.

– Gracias por no atarme anoche -susurró en respuesta-. No me había dado cuenta de lo incómodo que podía resultar.

Qué extraño que el hecho de forzarla a que se quitara la ropa, aterrorizándola con ello, hubiera sido, en realidad, un acto de compasión.

– No es algo que tú tuvieras que saber.

– Pero tú sí lo sabías.

– Me he visto en apuros más de una vez. Y he atado a muchos hombres durante la guerra.

– ¿Luchaste por el Norte o por el Sur? -No había duda de su acento sureño, pero eso no indicaba necesariamente en qué lado había luchado, ya que la guerra había dividido a estados, ciudades y familias.

– Por el Sur, supongo, aunque, en realidad, luchaba por Virginia, que era mi hogar.

– ¿En qué unidad estabas?

– En la caballería. -Rafe pensó que ésa era suficiente explicación, sin embargo, se quedaba muy corta para describir cómo eran las compañías bajo el mando de Mosby y lo que habían hecho. Para ser un grupo tan pequeño, habían esquivado y capturado a un enorme número de soldados de la Unión dedicados a seguirles el rastro, y siempre consiguieron salir indemnes.

Rafe escuchó cómo se ralentizaba el ritmo de la respiración de la joven a medida que se relajaba y el sueño empezaba a vencerla.

– Buenas noches -musitó, volviendo de pronto la cabeza hacia él.

Al escuchar aquellas palabras, Rafe sintió una punzada de deseo y maldijo sus heridas, además de aquella situación que hacía que ella le temiera. Annie sólo había pronunciado una sencilla despedida, pero Rafe se la había imaginado diciéndoselo totalmente exhausta después de que él le hubiera hecho el amor. Todo lo que la joven decía y hacía le hacía pensar en el sexo. Sería todo un milagro si conseguía mantener sus manos alejadas de ella durante otro par de días más. En ese mismo instante, diría que eso era imposible.

– Dame un beso de buenas noches. -La potente voz masculina sonaba ronca a causa del deseo.

– No… no deberíamos hacerlo.

Rafe notó cómo los músculos de Annie volvían a tensarse revelando su temor.

– Considerando cuánto deseo desnudarte, un beso no es pedir mucho.

La joven se estremeció al percibir la aspereza de su tono. Podía sentirlo tan tenso como ella, aunque por una razón diferente. El calor emanaba de él a oleadas, envolviéndola, y Annie sabía muy bien que no era provocado por la fiebre.

– ¿Un beso es todo lo que deseas? -le preguntó queriendo asegurarse, a pesar de no estar muy segura de por qué debía creer a un hombre que la había secuestrado.

– ¡Diablos, no! ¡No es todo lo que deseo! -gruñó él-. Pero me conformaré con un beso si no estás preparada para recibirme entre tus piernas.

– ¡Yo no soy ninguna ramera, señor McCay! -le espetó sorprendida y furiosa.

– El hecho de estar con un hombre no convierte a una mujer en una ramera -le respondió él con crudeza, al sentir que la frustración vencía a su control-. Aceptar dinero por ello, sí.

Oírle hablar de una forma tan dura hizo que Annie se sintiera como si la hubieran abofeteado. Había estado una vez en un burdel para tratar a una prostituta a la que, según le habían dicho, habían maltratado, aunque decir que la habían golpeado con violencia describiría mejor su estado. Allí escuchó expresiones como las que Rafe estaba utilizando, pero nunca había imaginado que un hombre las usaría para hablar con ella. Annie se estremeció ante aquella grosería y su corazón empezó a golpear con fuerza sus costillas. Los hombres no hablaban de esa forma a las mujeres a las que respetaban; ¿significaba eso que él pretendía…?

Sin previo aviso, Rafe deslizó la mano sobre su vientre, por debajo de sus manos atadas. El calor que desprendía la quemó, y empezó a respirar entrecortadamente emitiendo pequeños jadeos. Los fuertes dedos masculinos se doblaron un poco y luego empezaron a darle un suave masaje.

– Tranquilízate, no voy a violarte.

– Entonces, ¿por qué dices unas cosas tan horribles? -consiguió preguntar de forma entrecortada.

– ¿Horribles? -Rafe pensó en la reacción de Annie y en sus posibles causas. Como había estudiado medicina, él no había esperado que tuviera tantas inhibiciones sobre algo que se consideraba natural entre hombres y mujeres, y que era condenadamente placentero. Hacía mucho tiempo que había perdido cualquier inclinación que pudiera tener como «caballero» a ocultar a las mujeres cualquier conocimiento sobre sexo. La indignación de la joven le hizo pensar que había sido violada o que nunca había estado con un hombre, y decidió que la mejor forma de averiguarlo era preguntando. Esperaba que fuera virgen, porque la idea de que alguien la hubiera maltratado lo hizo enfurecerse de repente.

– ¿Eres virgen?

– ¿Qué? -Su voz sonó aguda y casi ahogada debido a la sorpresa.

– Virgen. -Rafe acarició con delicadeza su vientre-. Annie, pequeña, ¿alguien te ha…?