– ¡Sé a qué te refieres! -le interrumpió, temerosa de lo que pudiera decir-. Por supuesto que todavía soy… soy virgen.
– ¿Como que por supuesto? Tienes veintinueve años, no eres una tonta e ingenua quinceañera. Muy pocas mujeres mueren sin que un hombre se haya acostado con ellas, y muchas no están casadas en ese momento.
Annie había visto lo suficiente durante sus años como doctora para admitir que lo que Rafe decía era cierto, sin embargo, eso no cambiaba su propia situación.
– No puedo hablar por otras mujeres, pero yo, desde luego, no lo he hecho.
– ¿Y lo has deseado alguna vez?
Annie intentó desesperadamente darle la espalda, pero él seguía con la mano apoyada sobre su estómago, impidiéndole moverse. A falta de otro medio de evasión, la joven giró la cabeza para no mirarlo.
– No. Realmente no.
– ¿Realmente no? -repitió él-. ¿Qué significa eso? O lo has deseado o no.
A Annie empezaba a resultarle difícil respirar; el aire parecía haberse vuelto pesado y caliente, cargado con el olor a almizcle de la piel masculina. Nunca se le había dado bien fingir, así que, finalmente, dejó de intentar eludir sus escandalosas y persistentes preguntas.
– Soy doctora en medicina. Sé cómo realizan el acto sexual los seres humanos, y sé qué aspecto tienen los hombres sin ropa, así que es obvio que he pensado en el proceso.
– Yo también he pensado en el proceso -dijo él bruscamente. Es lo único en lo que he pensado desde que te vi. Ha sido un infierno. Estaba tan enfermo que apenas podía tenerme en pie, pero eso no me impidió desear hacerte mía. Mi sentido común me dice que te deje tranquila, que te lleve de vuelta a Silver Mesa en un par de días tal y como dije que haría, sin embargo, ahora mismo, daría diez años de mi vida por tenerte debajo de mí. Llevo excitado dos días enteros, ¿puedes imaginar lo que ha significado para mí?
Annie sintió una agridulce sensación de consuelo al descubrir que él también había experimentado aquella extraña y total fascinación que se había apoderado de ella desde que lo vio por primera vez. Tocarlo, incluso para curarlo, le hacía sentir un placer profundo e intenso. Y, cuando la había besado, creyó durante un instante que le estallaría el corazón. Annie deseaba saber más de todo aquello. Deseaba dejarse caer en sus brazos y permitirle hacer todas esas cosas sobre las que ella sólo había especulado anteriormente con calmada curiosidad. Su piel estaba caliente y sensible, y un débil y profundo pulso la atormentaba en los lugares más secretos de su cuerpo. Su semidesnudez hacía que aquellos latidos la perturbasen aún más que si se hubiera encontrado totalmente vestida, ya que se sentía tentada por la idea de que lo único que él tenía que hacer era subirle la camisa unos pocos centímetros.
Sí, lo deseaba. Pero si cedía ante él y ante lo que le hacía sentir cometería el peor error de su vida. Rafe era un fugitivo y pronto desaparecería de su vida. Sería una completa estúpida si se entregaba a él y corría el riesgo de llevar en su seno a un hijo ilegítimo, y todo eso sin tener en cuenta el daño que le haría emocionalmente.
Annie se esforzó por que su voz sonara firme y optó por hacer caso a su sentido común.
– Creo que ambos somos conscientes de que sería un error por mi parte aceptar tus insinuaciones.
– Sí, lo sé -murmuró Rafe-. Pero no me gusta nada pensarlo.
– No hay otra opción.
– Entonces, dame un beso de buenas noches. Es lo único que pido.
Annie volvió la cabeza hacia él vacilante, y Rafe capturó su boca con un lento y decidido movimiento que abrió sus labios y la dejó vulnerable a la penetración de su lengua. Si lo único que podía tener era ese beso, estaba decidido a sacar el mayor provecho de él. Saqueó el interior de su boca con duros y profundos besos, provocándola con su lengua en una evidente imitación del acto sexual, mientras Annie alzaba sus manos atadas y se agarraba a su camisa emitiendo suaves gemidos de placer. Rafe la besó hasta que su cuerpo empezó a latir por la necesidad que sentía de descargar su semilla en el interior de la joven. Entonces, percibió que la boca de Annie estaba inflamada y que lágrimas silenciosas empezaban a deslizarse por debajo de sus pestañas.
Rafe enjugó la humedad con su pulgar, reprimiendo a duras penas su deseo de tomarla.
– Duérmete, cariño -susurró con voz ronca.
Annie sofocó un gemido ahogado y cerró los ojos, pero pasó mucho tiempo hasta que su anhelante carne la dejó dormir.
Capítulo 6
Cuando Annie despertó a la mañana siguiente y vio que Rafe no estaba junto a ella, se sintió invadida por el pánico al pensar que podía haberla abandonado allí, en la montaña. Tenía las manos desatadas y eso la asustó aún más, porque ¿qué razón tendría para liberarla a no ser que hubiera planeado marcharse? Todavía medio dormida, y con el pelo cayéndole sobre los ojos, se puso de pie luchando por mantener el equilibrio y abrió la puerta precipitadamente, para luego salir corriendo al exterior. El aire frío se deslizaba entre sus piernas desnudas y se magulló los pies con las piedras y ramitas que cubrían el suelo.
– ¡Rafe!
Él salió de inmediato del cobertizo con el cubo de agua en una mano y el revólver en la otra.
– ¿Qué ocurre? -preguntó con dureza mientras sus pálidos ojos la recorrían de arriba abajo.
Annie detuvo su precipitada carrera, consciente de pronto de su semidesnudez y de lo frío que estaba el suelo bajo sus pies descalzos.
– Pensaba que te habías ido -respondió con voz forzada.
La mirada de Rafe se volvió glacial y su duro rostro permaneció inexpresivo.
– Vuelve adentro -le ordenó finalmente.
Annie sabía que debía hacer lo que le decía, pero la inquietud la hizo vacilar.
– ¿Cómo te encuentras? No deberías estar cargando agua todavía.
– He dicho que vuelvas adentro. -Su voz sonaba totalmente calmada, pero su tono hizo que sonara como un latigazo. Annie se dio la vuelta y regresó con cuidado a la cabaña, haciendo gestos de dolor al sentir cómo el áspero suelo hería las tiernas plantas de sus pies.
Una vez dentro de la cabaña, abrió una de las ventanas para tener algo de luz y examinó su ropa. Estaba rígida y arrugada, pero seca y, lo mejor de todo, limpia. Se vistió apresuradamente, temblando de frío. La temperatura parecía más baja que la de la mañana anterior, aunque quizá esa impresión se debiera a que había salido al exterior con sólo una camisa cubriendo su cuerpo y a que Rafe no había reavivado el fuego antes de salir.
Tras peinarse con ayuda de los dedos y recogerse el pelo, aña dió leña al fuego y empezó a preparar el desayuno sin apenas reparar en lo que estaba haciendo. Su mente estaba centrada en Rafe, aunque sus pensamientos inconexos iban de un tema a otro. Tenía mucho mejor aspecto esa mañana. La fiebre no apagaba sus ojos y ya no parecía demacrado. Seguramente sería demasiado pronto para que estuviera haciendo cualquier trabajo físico, pero, ¿cómo se suponía que tenía que impedírselo? Sólo esperaba que no se le abrieran los puntos del costado.
Intranquila, se preguntó también cómo era posible que hubiera conseguido salir de la cabaña sin despertarla. Desde luego, le había costado mucho dormirse y estaba muy cansada, pero normalmente tenía el sueño ligero. Además, él también había estado despierto durante mucho tiempo. No se había movido inquieto ni había dado vueltas, sin embargo, Annie había sido muy consciente de la tensión de sus brazos y de su cuerpo mientras la abrazaba. Sólo habría hecho falta una única palabra o un gesto por su parte para que él la hubiera hecho suya.