Estaba hambriento y apenas podía esperar a que terminara de hacerse el beicon y las tortitas. Annie volvió a llenar la taza y Rafe la dejó en medio de los dos para poder compartirla. Ninguno dijo una sola palabra durante su sencilla comida. Rafe comió con un apetito voraz, saboreando cada bocado de la dulce miel y de las tortitas calientes.
Cuando acabaron de desayunar, él se quitó la camisa para que la joven pudiera examinar las heridas y aprovechar la oportunidad para rascarse alrededor de los puntos, pero Annie le apartó la mano de un manotazo.
– Deja de hacer eso. Harás que los puntos se irriten.
– Me parece justo, porque ellos me están irritando mucho a mí.
– Te estás curando más rápido gracias a ellos, así que no te quejes.
Las heridas se habían cerrado y estaban cicatrizando bien. Annie sospechaba que podría quitarle los puntos en uno o dos días, en lugar de tener que esperar más de una semana, como solía ser necesario.
Aplicó sidra alrededor de los puntos para disminuir el picor, colocó una gruesa gasa sobre las heridas, y luego la sujetó con unas vendas.
Rafe permanecía de pie con los brazos levantados, y frunció el ceño mientras miraba su costado.
– ¿Por qué has hecho el vendaje tan grueso hoy?
– Para proteger las heridas. -Ató bien las vendas y Rafe bajó los brazos.
– ¿De qué?
– Sobre todo de ti -contestó Annie mientras guardaba el instrumental dentro de su maletín.
Soltando un gruñido a modo de respuesta, Rafe volvió a ponerse la camisa pasándosela por la cabeza y se la metió por dentro de los pantalones. Después cogió el abrigo y sacó una pequeña hacha de su alforja.
Annie se quedó mirando la afilada hoja.
– No hace falta que cortes leña; todavía se puede recoger mucha del suelo.
– No es para cortar leña. Voy a hacer más grande el cobertizo. -Se colocó la funda del rifle sobre el hombro y deslizó el arma en ella de forma que quedó colgando a su espalda-. Ponte el abrigo. Hoy hace más frío y lo necesitarás.
Annie obedeció en silencio. Las cosas iban mejor si se limitaba a hacer lo que le decía, aunque no viera ninguna necesidad en trabajar tanto en el cobertizo cuando sólo se quedarían allí uno o dos días más. Annie intentaba convencerse a sí misma de que Rafe la llevaría pronto a Silver Mesa, en vista de que se estaba recuperando a tanta velocidad. Sólo unos pocos días más y la tentación desaparecería. Estaría de vuelta en casa, sana y salva, y podría olvidarse de todo aquello. Estaba segura de que podría mantenerse firme durante ese tiempo. Después de todo, se dijo Annie recordando la magnífica obra «La Odisea» de Homero, Penélope había protegido su castidad ante sus insistentes pretendientes durante veinte años, esperando a que Ulises regresara.
Guiaron a los inquietos caballos hasta el pequeño prado y Rafe les ató las patas traseras a ambos, para que pudieran pastar libremente. Los dejaron allí y, en el camino de vuelta a la cabaña, ambos recogieron leña y la apilaron junto a la puerta.
Después, Annie le ayudó a hacer algunas sencillas trampas, poniendo gran interés en el proceso. Sólo con cordel y unas ramitas flexibles que cortaba con el hacha, Rafe hizo trampas de varias clases y le permitió que pusiera la última siguiendo sus instrucciones. Annie tenía manos diestras, pero descubrió que al probar nuevas habilidades resultaban un poco torpes. Rafe se mostró paciente con ella, aunque insistió en que volviera a montar la trampa hasta que estuvo satisfecho con el resultado. Cuando acabó, a la joven le resplandecían las mejillas tanto por el logro como por el frío.
Cuando regresaban a la cabaña, Annie observó cómo las largas y fuertes piernas de Rafe no tenían ninguna dificultad en subir por las abruptas pendientes y pensó que empezaba a parecerle normal caminar penosamente tras él con nada más a su alrededor que las vastas montañas y el silencio. Estaban tan aislados que podrían ser perfectamente las dos únicas personas en la Tierra, un hombre y su mujer. Sintió un nudo en el estómago al reflexionar sobre ello y rechazó la idea al instante, porque si alguna vez se permitía pensar que era su mujer, estaría perdida. Él lo notaría, de la misma forma que parecía saberlo todo, y se giraría para mirarla con sus fieros y claros ojos. Podría ver la rendición escrita en su rostro y quizá la tomara allí mismo, sobre el frío suelo del bosque.
Para evitar cualquier tipo de tentación, se obligó a pensar en los diversos crímenes que podría haber cometido y sintió una pequeña punzada de desesperación al darse cuenta de que no le inquietaba pensar en él como un criminal; era duro y frío , implacable, y aunque la había tratado mejor de lo que había esperado y temido, no era capaz de engañarse a sí misma sobre su naturaleza. Incluso en ese momento, Rafe se mantenía tan alerta como un animal salvaje, girando constantemente la cabeza mientras examinaba todo lo que le rodeaba y buscaba el origen de cada pequeño ruido.
– ¿Qué hiciste? -inquirió Annie, incapaz de contenerse por más tiempo, a pesar de ser consciente de que saberlo sería una preocupación permanente para ella.
– ¿Cuándo? -murmuró él, al tiempo que se detenía para estudiar a un pájaro que había levantado el vuelo. Después de un momento, se relajó y empezó a avanzar de nuevo.
– ¿Por qué te buscan?
Rafe la miró por encima del hombro con un brillo peligroso en los ojos,
– ¿Qué importa eso?
– ¿Robaste a alguien? -insistió Annie.
– Robaría si tuviera que hacerlo, pero no me buscan por eso.
Su tono era firme aunque despreocupado. Annie se estremeció y extendió el brazo para cogerle la mano.
– Entonces, ¿por qué?
Rafe se detuvo y la miró. Una sonrisa sin rastro de humor arqueó sus labios.
– Por asesinato.
A la joven se le secó la garganta y dejó caer la mano. Bueno, ella lo había sabido desde el principio, había reconocido su capacidad para la violencia, pero escucharle admitirlo de una forma tan despreocupada hizo que casi se le parara el corazón.
– ¿Eres culpable? -se obligó a preguntarle después de tragar saliva.
Rafe pareció sorprendido por la pregunta y levantó las cejas brevemente.
– No del que se me acusa. -No, él no había matado al pobre Tench, pero había matado a muchos de los que habían ido tras él, así que pensó que a esas alturas ya no importaba.
El significado de sus palabras no pasó desapercibido. Annie le rodeó y empezó a caminar por delante de él, y Rafe se acomodó a su paso caminando tras ella.
La joven avanzaba casi a ciegas. Ella era médico, no juez. No tenía que preguntar todos los detalles cuando alguien estaba enfermo o herido, ni tenía que sopesar su valor como ser humano antes de ofrecerle los beneficios de su formación y de sus conocimientos. Simplemente tenía que curar, y hacerlo lo mejor que pudiera. Pero ésa era la primera vez que tenía que enfrentarse al hecho de que había salvado la vida de alguien que reconocía ser un asesino, y su corazón estaba sobrecogido por la angustia. ¿Cuántas personas más morirían a causa de que él hubiera sobrevivido? Quizá Rafe podría haberse recuperado sin su ayuda, aunque eso ya nunca lo sabría. Y aun así… aun así, si lo hubiera sabido aquella primera noche, ¿se habría negado a curarlo? Sinceramente, no. Su juramento como médico la obligaba a hacer lo que pudiera para curar a la gente, fueran cuales fueran las circunstancias.