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Estaba sudando y su corazón palpitaba con tanta fuerza como su miembro.

– Annie. – Su voz era grave y contenida. Despacio, deslizó la mano por su vientre desnudo para acabar cerrándola sobre la curva de su cadera-. Date la vuelta, pequeña.

La joven entreabrió los ojos y murmuró algo adormilada, pero aun así, se giró en sus brazos alentada por su mano. Rafe alargó el brazo y le levantó el muslo derecho hasta colocarlo sobre su cadera, abriendo la abertura que se ocultaba entre sus piernas y atrayéndola hacia sí. Colocó su duro miembro directamente contra los suaves pliegues desprotegidos y buscó su boca con la suya.

El placer que invadió de pronto a Annie le resultó abrumador. La joven casi se quedó sin respiración al sentirlo, mientras la razón, embotada por el sueño, la abandonaba. Rafe había colocado algo grueso, caliente y suave entre sus piernas, y la estaba besando tan profundamente que apenas podía respirar. La camisola se deslizó por su hombro y la firme mano masculina se cerró sobre uno de sus senos, amasándolo y acariciándolo. Su áspero pulgar atormentó el tierno pezón hasta hacerlo arder, y, Annie, a tientas, se aferró a sus hombros hundiendo los dedos en sus fuertes músculos. Con su autocontrol pendiendo de un fino hilo, Rafe arqueó las caderas y su palpitante erección presionó con urgencia la expuesta y tierna carne de la!oven. Iba a hacerla suya, pensó Annie vagamente, con la mente aturdida a causa del sueño y el placer, pero su miembro era demasiado grande. No había esperado que fuera tan grande. Rafe le subió la pierna aún más para poder penetrarla y Annie intentó echarse hacia atrás instintivamente. De inmediato, él detuvo su movimiento poniéndole una mano sobre su trasero desnudo mientras gruñía en voz alta:

– ¡Annie!

La suave carne estaba cediendo a la dominante presión masculina y la joven abrió los ojos de par en par cuando se vio amenazada por un dolor muy real. Completamente despierta, se retorció y luchó contra él, sollozando ante el repentino y aterrador descubrimiento de lo que estaba sucediendo. Rafe intentó sujetarle las piernas y Annie se arrastró fuera de aquella tosca cama, acabando de rodillas junto a ella con las manos apoyadas en el suelo. Tenía la camisola enrollada alrededor de la cintura y un tirante se le había bajado dejando al descubierto un seno. Annie tiró con desesperación de la fina prenda, intentando cubrir sus caderas y su pecho, Unos sollozos sin lágrimas la sacudieron mientras lo miraba fijamente, sin atreverse a apartar la vista de él.

– ¡Maldita sea! -Rafe se tumbó sobre su espalda mientras maldecía, manteniendo los puños apretados al tiempo que intentaba controlar el deseo casi insoportable de volver a tenerla entre sus brazos. Su desnudo miembro permanecía erecto, tan dolorosamente hinchado que pensó que podría explotar en cualquier momento. Y allí estaba Annie, de rodillas sobre las ásperas tablas del suelo, con el pelo cayéndole sobre el rostro y todo su cuerpo sacudiéndose entre sollozos, aunque sus ojos estaban secos y no dejaban de mirar fijamente su erección sin disimular el terror y la confusión.

Con cuidado, Rafe se puso los pantalones y se levantó, no sin cierta dificultad. Al ver sus movimientos, Annie gimoteó y se alejó de él. Rafe, maldiciendo de nuevo con una voz casi inaudible a través de sus apretados dientes, se agachó y cogió el cinturón con el revólver y el rifle. Apenas podía soportar mirar la encogida silueta de Annie que no dejaba de estremecerse.

– Vístete -le ordenó alzando la voz, antes de salir de la cabaña dando un portazo tras él.

El frío se clavó en su acalorada carne. Estaba medio desnudo; no llevaba camisa ni botas y casi podía ver cómo surgía vapor de su pecho. Sin embargo, agradeció el frío, ya que le alivió la fiebre que lo estaba quemando vivo, una fiebre mucho peor que la que le habían producido sus heridas.

Se apoyó contra un árbol en medio de la oscuridad y la fría y áspera corteza raspó su espalda. Dios, ¿realmente había estado a punto de violarla? Se había excitado mientras estaba adormilado y, al sentirla suave y casi desnuda entre sus brazos, ningún otro pensamiento ocupó su mente excepto que tenía que tomarla. Al principio, ella había respondido, estaba seguro de ello. Había sentido sus delicadas manos aferrándose a él, la presión de sus caderas en respuesta a sus demandas, pero algo la había asustado y se había dejado llevar por el pánico. Durante un salvaje momento, no le había importado que estuviera asustada, que hubiera empezado a resistirse; estaba a punto de penetrarla y el ciego instinto lo guiaba. Nunca había forzado a una mujer en toda su vida, pero había estado condenadamente cerca de hacerlo con Annie.

No se atrevía a entrar de nuevo. No en aquel estado, no con la lujuria haciendo arder furiosamente todo su cuerpo como una implacable fiebre que exigía alivio. Era incapaz de tumbarse junto a ella sin tomarla.

Soltó todo tipo de maldiciones, haciendo que el fiero torrente de palabras atravesara la oscuridad rasgándola. El frío era como un cuchillo que se clavaba en su carne desnuda, y si seguía allí moriría congelado. Sin embargo, aunque sabía qué debía hacer, la idea no le gustaba. Apoyando los hombros contra el árbol, se bajó los pantalones de un tirón y cerró su puño alrededor de su tenso miembro. No dejó de soltar maldiciones a través de sus dientes fuertemente apretados y, finalmente, encontró, si no placer, al menos un alivio definitivo y necesario antes de volver a entrar.

El frío se estaba convirtiendo rápidamente en algo insoportable y obligó a Rafe a incorporarse abandonando el apoyo del árbol y a regresar a la cabaña. Su rostro permanecía inescrutable cuando cerró la puerta manteniendo un control glacial.

Annie permanecía de pie junto al fuego. Todavía seguía descalza, aunque había obedecido agradecida su última orden y se había abalanzado tan desesperadamente sobre su ropa que había roto una de las cintas de su enagua. Intentaba controlar su respiración, pero el aire entraba y salía de sus pulmones haciendo que todo su cuerpo se estremeciera mientras sostenía con fuerza el cuchillo de Rafe en la mano derecha.

Él lo vio de inmediato y algo estalló en sus claros ojos grises antes de atravesar la cabaña como una pantera. Annie gritó y levantó el cuchillo, pero apenas había empezado a moverse cuando Rafe le agarró la muñeca y se la retorció haciendo que la pesada arma cayera al suelo produciendo un gran estruendo.

Él no le soltó la muñeca ni cogió el cuchillo. Simplemente se quedó mirándola, observando el pánico que reflejaban sus grandes y oscuros ojos.

– Estás a salvo -le aseguró secamente-. No soy un violador. ¿Me escuchas? No voy a hacerte daño. Estás a salvo.

Annie no dijo una sola palabra y Rafe la soltó finalmente, cogió su camisa y se la puso pasándosela por la cabeza. Estaba temblando y ni siquiera la relativa calidez de la cabaña era suficiente. Añadió más leña al fuego, haciendo que ardiera con fuerza, y luego cogió a la joven de la muñeca y la obligó a sentarse en el suelo junto a él.