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No obstante, se había comprometido y sabía que no cambiaría de opinión a pesar de ser consciente de que él solo no podría evitar que McCay se escapara en algún momento de ese largo viaje. Después de todo, McCay contaba con la doctora para ayudarlo, y la única forma que Atwater tenía para impedirlo era atándola a ella también, lo que le daría más problemas de los que podría manejar. Por otro lado, ella no era una criminal, aunque hubiera estado cabalgando con McCay, así que no sería justo tratarla como tal.

¿Por qué no aceptar simplemente que en algún momento tendría que confiar en McCay y desatarlo? No podría atravesar una ciudad con un hombre atado. La gente se daría cuenta y Atwater no quería llamar la atención. Bien, ya pensaría en ello. En ese momento, no se sentía lo bastante seguro como para soltar a McCay.

Aquella no era la forma en que debería pensar un representante de la ley, pero Atwater había aprendido hacía ya mucho tiempo que la ley y la justicia no siempre eran lo mismo. Recordaba perfectamente el caso de una mujer que había muerto atropellada unos cuantos años atrás a manos de unos vaqueros borrachos que habían decidido divertirse recorriendo a toda velocidad una calle de El Paso con un carro de carga. La ley decidió que fue un accidente y dejó que los vaqueros se marcharan, lo que provocó que el desconsolado marido matara a varios de los vaqueros con su rifle. El hombre, obviamente, se había vuelto loco de pena y no había sabido lo que hacía. Sin embargo, Atwater consideró que eso era justicia.

Su propia esposa había muerto en el 49 al verse en medio de un tiroteo entre dos mineros borrachos en California. En ese caso, la justicia y la ley fueron de la mano, y él pudo ver a ambos colgados de una soga. Eso no le había devuelto a Maggie, pero el hecho de saber que se había hecho justicia había evitado que él mismo se volviera loco de pena. Según la forma de pensar de Atwater, todo tenía que equilibrarse. En eso se basaba la justicia. Creía firmemente que su trabajo como representante de la ley consistía en mantener la balanza equilibrada. A veces, no era fácil, mientras que en otras, era condenadamente complicado, como ahora.

Ojalá no se hubiera dado cuenta de que McCay miraba a Annie de la misma forma que él había mirado a su dulce Maggie.

Capítulo 18

– Vamos a casarnos -afirmó Rafe con gravedad.

Annie cerró los ojos para ocultar su mirada. Estaban en una habitación de hotel de El Paso. La puerta estaba abierta y la joven era muy consciente de que Atwater estaba fuera y de que no quitaba la vista de encima. Habían viajado sin pausa durante seis semanas y el marshal sólo había desatado a Rafe esa mañana, advirtiéndole de que dispararía primero y preguntaría después, en el caso de que hiciera algún movimiento brusco. Annie había dudado de que fueran a entrar en alguna ciudad, pero necesitaban provisiones urgentemente y Atwater no había estado dispuesto a dejarlos solos en las afueras. De alguna forma, Rafe lo había convencido de que se registraran en un hotel para que Annie pudiera disfrutar de una buena noche de descanso. Y la joven sabía muy bien el motivo de su preocupación.

– Porque estoy embarazada -dijo Annie con voz grave. Había estado segura de ello durante casi un mes, desde que no tuvo su menstruación, aunque lo había sospechado desde el mismo día en que Rafe le había hecho el amor en el campamento apache. Evidentemente, él también lo había sospechado, porque esos agudos ojos habían notado hasta el más mínimo síntoma.

Annie ni siquiera sabía cómo debía sentirse. Se suponía que tendría que estar aliviada por el hecho de que Rafe deseara casarse y darle así un apellido al bebé, pero ahora tenía que preguntarse, con cinismo, si habría deseado casarse con ella en caso de que no hubiera estado embarazada. Probablemente era una acritud un tanto absurda por su parte, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraban, sin embargo, le hubiera gustado que él lo hubiera deseado sólo por ella.

Rafe vio el dolor en sus ojos y el instinto le dictó las palabras que Annie necesitaba oír. Le había prestado tanta atención en busca de signos, o de la ausencia de ellos, que le indicaran si estaba embarazada, que se había convertido en un hábito para él estudiarla buscando los más pequeños matices de expresión. La abrazó con fuerza e hizo que apoyara la cabeza contra su hombro para acunarla con ternura, ignorando a Atwater, que los observaba desde fuera.

– Nos vamos a casar ahora porque estás embarazada -le explicó-. Si no lo estuvieras, me habría gustado esperar hasta que todo este lío se hubiera aclarado para que pudiéramos tener una boda por la iglesia como manda la tradición… con Atwater llevándote hasta el altar.

Annie sonrió ante ese último comentario. Sus palabras le ayudaron a sentirse un poco mejor, aunque no pudo evitar pensar que el tema del matrimonio no había surgido con anterioridad. Sin embargo, con sus brazos rodeándola, todo lo que pudo hacer fue cerrar los ojos y relajarse. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde la última vez que la había abrazado. Durante todas aquellas semanas de viaje, se habían visto coaccionados por la presencia de Atwater y las manos atadas de Rafe, aunque, con el tiempo, el marshal había empezado a atárselas delante y no a la espalda. Las últimas dos semanas, Annie había sentido una inmensa fatiga que iba en aumento, uno de los primeros síntomas del embarazo, y había ansiado su apoyo. Le había costado un terrible esfuerzo permanecer sobre la silla durante todo el día.

En cambio, ahora, por fin podría dormir en una cama de verdad y disfrutar de un baño caliente en una verdadera bañera. Aquellos lujos eran casi abrumadores. Era cierto que se sentía un poco extraña al tener cuatro paredes a su alrededor y un techo sobre su cabeza, pero ése era un precio soportable por la cama y el baño.

Cuando Rafe sintió que se relajaba y que dejaba caer su peso sobre él, deslizó el brazo por debajo de sus rodillas y la levantó.

– ¿Por qué no duermes un poco? -le sugirió en voz baja al ver que cerraba los ojos-. Atwater y yo tenemos algo que hacer.

– Quiero bañarme -murmuró ella.

– Después. Primero duerme un poco. -La dejó sobre la cama y Annie emitió un sonido de placer al sentir el colchón bajo ella. Rafe se inclinó y la besó en la frente. La joven respondió con una pequeña sonrisa que fue desapareciendo al tiempo que se dejaba llevar por el sueño.

Rafe salió de la habitación y cerró la puerta tras él, lamentando que no fueran a darle un mejor uso al colchón después de todas aquellas frustrantes semanas de viaje. Sólo esperaba que aquello cambiara pronto.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó Atwater mirándolo con el ceño fruncido.

– Sólo un poco cansada. Podrías habernos dado un minuto de intimidad -le reprochó Rafe, fulminando al agente de la ley con la mirada.

– Me pagan para que haga justicia -adujo Atwater con tono de protesta-. No me pagan para que confíe en la gente. -Dirigió una mirada a la puerta cerrada y sus siguientes palabras reflejaron preocupación-. Necesita descansar, pobrecilla. Sabía que estábamos llevando un ritmo demasiado fuerte para ella, pero era necesario que saliéramos lo más rápidamente posible de territorio apache.