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Vanderbilt permaneció con los párpados caídos ocultando sus ojos mientras escuchaba las demandas y condiciones. Estaba atrapado y lo sabía.

– De acuerdo -accedió con brusquedad-. Los cargos se retirarán en un plazo de veinticuatro horas.

– También está el problema de informar a los hombres que han estado persiguiendo al señor McCay.

– Se les informará.

– Lo hará usted, personalmente.

Vanderbilt vaciló un momento antes de asentir.

– ¿Algo más?

Morgan consideró la pregunta.

– Sí, hay algo más. Creo que sería razonable que se indemnizara al señor McCay. Cien mil dólares, de hecho, parecen muy razonables.

– ¡Cien mil dólares! -Vanderbilt fulminó con la mirada al joven banquero.

– No es nada en comparación con un pelotón de fusilamiento.

A sus espaldas, Atwater se rió. El sonido se oyó claramente en medio del silencio que reinaba en la sala.

Vanderbilt maldijo con una impotente ira.

– Está bien -asintió finalmente.

– No se sentía en absoluto arrepentido ni avergonzado por haber traicionado a su país -comentó Annie. No podía comprender a alguien así-. Lo único que le importaba era ganar dinero.

– Es su dios -respondió Rafe. Todavía se sentía aturdido. No había pasado ni siquiera un día, pero J. P. Morgan había llamado al hotel hacía menos de una hora para informarles de que Vanderbilt había cumplido con su promesa y de que los cargos contra él se habían retirado. El banquero les sugirió que se quedaran en Nueva York una temporada para dar tiempo a que la noticia se extendiera. También les había dicho que se habían depositado cien mil dólares a nombre de Rafe en su propio banco, por supuesto.

– ¿Te importa que no vayan a llevarlo ante la justicia? -le preguntó Annie en voz baja.

– Diablos, sí, me importa -gruñó, sentándose junto a ella en la cama donde estaba descansando-. No sólo me gustaría que lo fusilaran por prolongar la guerra, sino que desearía ser yo quien apretara el gatillo.

– No estoy convencida de que no supiera lo que Winslow había hecho.

– Es posible que sacrificara a Winslow sin siquiera parpadear, pero, por otro lado, Winslow no empezó a gritar que Vanderbilt había estado detrás de todo, así que es posible que realmente no lo supiera. Aunque en realidad no importa. Él fue el origen de todo.

– Nunca nadie sabrá lo que hizo, y continuará haciéndose más y más rico. Me enfurece tanto pensar que no va a pagar por lo que te hizo…

Rafe acarició su vientre con extrema suavidad.

– Nunca te habría conocido si no hubiera sido por la traición de Vanderbilt. Quizá el destino se encarga de equilibrar las cosas.

Miles de hombres murieron a causa de la codicia de uno solo. Pero si las cosas hubieran sido diferentes, él no tendría a Annie. Tal vez todo fuera fruto del azar o tal vez no. En cualquier caso, lo importante era vivir el presente, en lugar de perder más tiempo con lamentos y amargura. Tenía a Annie y pronto sería padre, un hecho que empezaba a dominar sus pensamientos. Gracias a Atwater, Jefferson Davis, J. P. Morgan, y principalmente a Annie, no sólo era un hombre libre, sino que también estaba en muy buena situación financiera y podría cuidar de su familia de la forma que él deseaba.

– ¿Qué le ocurrirá a Parker Winslow? -inquirió ella.

– No lo sé -mintió Rafe.

Atwater había dejado el hotel sin decir a dónde se dirigía. A veces, la justicia funcionaba mejor en la oscuridad.

Atwater se deslizó en la residencia de Winslow con el sigilo de un hombre que tenía mucha práctica en no llamar la atención. Podía distinguir el suntuoso mobiliario mientras atravesaba estancia tras estancia. Aquel maldito canalla había estado viviendo muy bien mientras Rafe McCay se había visto obligado a vivir como un animal.

El marshal no podía recordar la última vez que había tenido un amigo. No desde que su dulce Maggie había muerto. Había llevado una vida solitaria, defendiendo la ley y el orden y llevando a cabo su propia búsqueda de la justicia. Pero, maldita sea, Rafe y Annie se habían convertido en sus amigos. Habían pasado largas horas hablando a la luz de hogueras, cubriéndose las espaldas, haciendo planes y preocupándose juntos. Cosas así solían unir a la gente. Como amigo y como representante de la ley, y según su propio código personal, necesitaba que se hiciera justicia.

Encontró el dormitorio de Winslow y entró tan silenciosamente como una sombra. Lo que se disponía a hacer era duro y vaciló por un momento al mirar al hombre que dormía en la cama. Winslow no estaba casado, así que no había ninguna dama a la que pudiera aterrorizar, y el marshal se alegró. Pensó en despertar a Winslow, pero desechó la idea. La justicia no exigía que el hombre supiera que iba a morir, sólo que se llevara a cabo el castigo. Con fría calma, Noah Atwater sacó su revólver y equilibró la balanza de la justicia.

Estaba fuera de la casa antes de que los sirvientes que dormían en el ático pudieran levantarse y vestirse, sin saber qué era lo que habían oído. El rostro de Atwater permanecía curiosamente inexpresivo mientras caminaba por las oscuras calles en medio de la noche, concentrado en sus pensamientos. La ejecución de Winslow tan sólo había sido un acto de justicia, aunque quizá su motivación tuviera sus raíces en el deseo de vengar a Rafe y a Annie. Puede que ya fuera hora de que devolviera su placa, porque cuando otras cosas empezaban a importar, entonces ya no podía considerarse a sí mismo un verdadero servidor de la ley. Además, después de lo que le había pasado a Rafe, y viendo cómo el dinero y el poder habían manipulado con tanto éxito el sistema para arruinar la vida de un hombre inocente convirtiéndolo en un fugitivo, Atwater ya no podía creer en la ley de la forma en que solía hacerlo, sin embargo, seguiría siendo siempre un servidor de la justicia en su corazón.

Estaba satisfecho. La balanza se había equilibrado.

Capítulo 20

Atwater entró apresuradamente en la casa del rancho con el rostro pálido por la ansiedad, y Rafe salió al vestíbulo para encontrarse con él. Su propio rostro estaba tenso y se había arremangado las mangas de la camisa.

– No puedo encontrarlo en ninguna parte -gruñó Atwater-. ¿De qué sirve un doctor si nunca está cerca cuando se le necesita? Probablemente estará en algún sitio abrazado a una maldita botella.

La suposición del antiguo marshal seguramente era cierta. Los ciudadanos de Phoenix, cuya población se había disparado desde que se construyó la primera casa un año antes, estaban llegando rápidamente a la misma conclusión y acudiendo cada vez más a Annie con sus problemas médicos. Aunque eso no ayudaba mucho a la joven que, en ese momento, también necesitaba un médico.

– Sigue buscándolo -le pidió Rafe. No sabía qué más podía hacer. Incluso un médico borracho sería mejor que ninguno.

– Rafe -lo llamó Annie desde el interior del dormitorio-. ¿Noah? Entrad, por favor.

Atwater parecía incómodo al entrar en la habitación donde una mujer estaba de parto. Rafe, de inmediato, se acercó a la cama en la que yacía Annie y le cogió la mano. ¿Cómo podía parecer tan tranquila cuando él estaba verdaderamente aterrorizado?

Ella le sonrió y se acomodó mejor sobre el colchón.

– Olvídate del doctor -le dijo a Atwater-. Busca a la señora Wickenburg. Ha tenido a cinco niños sin ayuda de nadie y es una mujer que sabe qué hay que hacer en estos casos. Y si no lo supiera, yo le daría instrucciones. -Sonriendo, Annie miró a Rafe y le aseguró-: Todo irá bien.

Atwater salió de la habitación a toda prisa. De pronto, empezó otra contracción en la parte baja del vientre de Annie y ella hizo que Rafe colocara las manos sobre su tenso abdomen para que pudiera sentir la fuerza con la que su hijo intentaba nacer. Rafe se puso totalmente blanco, pero cuando la contracción desapareció, Annie volvió a recostarse con una sonrisa.