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Desde la muerte de Brian había reprimido sus deseos sexuales volcándose en el trabajo, pero su cuerpo clamaba atención desde hacía semanas, recordándole que aquella prolongada abstinencia debía tocar a su fin, y su libido parecía más activa que nunca desde que sus ojos se posaran en Dean.

Antes de que pudiera siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, se giró despacio hacia el chorro de agua cayendo de la ducha, y cerró las palmas de sus manos en torno a sus ansiosos senos. Los estrujó suavemente dejando que el agua caliente los masajeara. Sus pulgares dibujaron círculos lentamente alrededor de las aterciopeladas aureolas, y sintió que su respiración se volvía entrecortada al ir creciendo el deseo en su interior, ese deseo que había sido ignorado demasiado tiempo.

Y lo cierto era, pensó, que le costaría muy poco calmarlo. Se mordió el labio inferior y se preguntó… Tal vez si diera rienda suelta a ese deseo en ese momento no volvería a fantasear con aquel hombre, sexy y maravilloso.

Finalmente decidió rendirse, y dejó volar su imaginación, salvaje y desinhibida. Cerró los ojos para concentrarse mejor. Dean estaba dentro de la ducha también, con el vapor rodeándolos a los dos. Sus grandes manos envolvían su cuerpo femenino, se posaban sobre sus senos, e iban descendiendo, descendiendo, haciendo arder cada centímetro de piel que tocaban, y acercándose cada vez más a su estómago tembloroso.

La cascada de agua sobre su cuerpo reemplazó la cálida boca de un amante, y pronto se hizo tan erótica como los lamidos lánguidos y sensuales de una lengua experimentada, deslizándose por su vientre, rozando la cara interna de sus muslos, e introduciéndose entre ellos, hasta que los dedos, hábiles encontraron y acariciaron la protuberancia que se ocultaba entre sus pliegues. Jo estaba dejándose llevar completamente por aquel hechizo que había tejido, se acercó más a la pared, echando la cabeza hacia atrás, y se rindió a la provocativa fantasía que le evocaba el hombre que había en la habitación contigua. Recibió encantada el cosquilleo del orgasmo que se estaba creando en su interior, alzándose como una ola. Su respiración se tomó trabajosa, y tuvo que esforzarse por no gemir mientras empujaba las rodillas contra la pared y se dejaba ir, perdiéndose en el torrente de sensaciones que fluían a través de todo su cuerpo.

Unos segundos después, abrió los ojos y enfocó la vista en lo que la rodeaba. Volvía a estar sola. Su amante fantasma se había desvanecido, y el corazón le latía apresuradamente en el pecho. Y, de pronto, le sobrevino la sensación de que aquello sólo había sido una solución temporal que no había logrado otra cosa que oscurecer sus deseos prohibidos. De hecho, el ansia que tenía de Dean Colter no parecía sino haber aumentado. Cerró el grifo, salió de la ducha y se secó rápidamente con una toalla. Se puso unas braguitas y se echó encima una camiseta y los pantalones cortos de algodón a modo de pijama. Volvió a abrocharse el cinturón con la pistola, y enganchó en la cinturilla de los pantalones las llaves de las esposas. A continuación, se lavó los dientes, se peinó el cabello húmedo y arrojó en el neceser sus objetos de aseo.

Tras recogerlo todo, abrió la puerta y pasó a la habitación. Dean seguía donde lo había dejado. En la televisión estaban poniendo una película de acción de Bruce Willis, pero cuando Jo hizo su entrada, él solo tuvo ojos para ella. La recorrió con la mirada, desde las piernas desnudas hacia arriba. Finalmente, sus ojos alcanzaron el cabello mojado de la joven, libre de la coleta en que solía llevarlo recogido.

Jo notó que le ardían las mejillas, tanto por aquel lento reconocimiento visual, como por la ducha caliente que había tomado, y la fantasía que se había permitido. Solo recordar lo que habían hecho juntos, aunque hubiera sido en su imaginación, hizo que le entrara aún más calor.

– Bueno, parece que te ha sentado bien la ducha -le dijo él con una de esas sonrisas encantadoras.

Si él supiera lo que había ocurrido en el cuarto de baño… Jo trató de mantener un mínimo de compostura yendo hacia el armario y guardando la ropa y el neceser en la mochila.

– Sí, era justo lo que necesitaba -respondió. «En más de un sentido…».

– Espero que me hayas dejado un poco de agua caliente -dijo Dean.

Jo cerró la cremallera de la mochila y se volvió hacia él.

– Depende de para qué.

Dean ladeó la cabeza, haciendo que un mechón oscuro cayera sobre su frente..

– No me digas que me vas a negar una ducha…

Jo se cruzó de brazos y lo miró considerando el asunto. El cuarto de baño era pequeño, y no había ninguna ventana por la que pudiera escapar. No habría peligro de que huyera. Le daría tiempo para que se diera esa ducha… siempre y cuando se atuviera a sus reglas.

– Bueno, está bien, pero depende de lo pudoroso que seas -le advirtió.

Dean se rió comprendiendo lo que quería decir.

– No, no, no… Depende de lo pudorosa que tú seas -corrigió con una sonrisa lobuna.

Jo se acercó, deteniéndose a un metro de él.

– Vi de todo durante el tiempo que fui policía y, créeme, el pudor no tiene lugar en la profesión -le dijo. Sin embargo, tenía la sensación de que verle el trasero podía poner a prueba esa indiferencia de la que estaba presumiendo, sobre todo cuando hacía muy pocos minutos había intervenido en su pequeña fantasía privada.

De pronto recordó un incidente bastante humorístico de aquella época, y lo compartió con éclass="underline"

– Cuando era policía, un compañero y yo tuvimos que perseguir en cierta ocasión a un sospechoso a través de una playa nudista. Eso me dio la oportunidad de familiarizarme con todo tipo de formas, tamaños y colores de anatomía humana. Fue bastante revelador, la verdad, así que dudo que tengas algo que no haya visto antes.

– Caray -exclamó Dean fingiéndose dolido-, desde luego sabes cómo aplastar el ego de un hombre.

Jo rió ligeramente.

– Bien, pongámoslo de este modo: si no te molesta tener público, puedes utilizar el baño. Con ciertas restricciones, por supuesto.

– Por supuesto, por supuesto -repitió Dean con un suspiro-. Adelante.

– Te quitaré las esposas para que puedas lavarte, pero te quitarás toda la ropa a excepción de los calzoncillos delante de mí y…

– ¿Y si no llevo calzoncillos? -la interrumpió Dean para observar su reacción.

Jo se esforzó por no mostrarse turbada y se encogió de hombros de un modo convincente.

– Pues te quedas en cueros y ya está. Dean sonrió malicioso.

– Hum… Ya veo -murmuró. Pero aquello no respondía a si llevaba calzoncillos o no.

Jo tragó saliva.

– Bien, te traeré las ropas que quieras y los objetos de aseo que necesites de tu mochila, y tendrás cinco minutos para ducharte.

– ¡Eh!, tú te has llevado mucho más tiempo – protestó él.

Jo enrojeció al recordar en qué había empleado esos minutos de más.

– Bueno, esa es una de las ventajas de estar al mando -replicó lanzándole una mirada de «mala suerte, amigo»-. Cinco minutos, lo tomas o lo dejas.

Dean se removió en su asiento y resopló.

– Lo tomo.

– Y tendrás que dejar la puerta entreabierta aproximadamente un metro todo el tiempo -añadió Jo. Dean abrió la boca como si fuera a protestar, pero ella alzó la mano para cortarlo-. Estas reglas no son negociables. Ya que estoy dispuesta a darte un poco de libertad, exijo a cambio tu total cooperación. Y recuerda, un movimiento en falso y…

– Y me tumbarás con tu pistola de fogueo, y pasaré el resto del viaje esposado de pies y manos – dijo Dean terminando la frase por ella.

Jo sonrió con soma.

– Me alegra ver que nos entendemos.

– Ya te dije que estaba dispuesto a cooperar.

De pronto Jo volvió a ponerse seria. Le parecía que debía hacerle saber que era todo un lujo el que le dejara darse esa ducha, que no diera las cosas por hechas.