Durante un buen rato, atrapada en aquel escenario que sólo existía en su sueño, Jo siguió hablando aturulladamente. Dean no acertaba a comprender, pero no pudo evitar querer intentar calmarla de nuevo, y casi sin darse cuenta de lo que hacía, giró la cabeza hacia ella y le dio un beso en la frente. Inhaló el aroma del gel que había usado, y notó que un sentimiento de ternura se estaba apoderando de él.
– Shhh… -dijo tratando de apaciguarla. Maniobrando con cuidado logró deslizar el brazo libre alrededor de sus hombros para atraerla hacia sí, abrazándola. – Tranquila, Jo, tranquila…
– Estás bien, Brian, estás bien… -murmuró ella. Y de pronto, sin previo aviso, le rodeó la cintura y se apretó contra él. Una de sus rodillas se deslizó entre las piernas de Dean. Este prefirió no pensar en lo íntima que resultaba aquella postura, ni en lo mortificada que ella se sentiría cuando descubriese lo que había hecho en mitad de la noche.
– Sólo era un mal sueño, un horrible sueño – balbució Jo despacio.
– Sí, un mal sueño -asintió él quedamente.
¿Quién sería, o habría sido, ese Brian?, se preguntó de nuevo mientras peinaba con los dedos el suave pelo de la joven y le masajeaba el cuero cabelludo para que volviera a dormirse. Aquella táctica funcionó, porque al cabo de unos instantes pudo notar la respiración tranquila y rítmica de Jo sobre su cuello, haciéndole cosquillas en la piel. Tras unos minutos estaba completamente relajada, y se apretó aún más contra él. Las femeninas curvas de la cintura, caderas y muslos le transmitieron su calor, y los se- nos se aplastaron provocativamente contra su torso.
No podía hacer nada para contener las respuestas de su cuerpo ávido de amor, y aquel contacto, junto con el aroma de mujer de Jo, lo excitaron rápidamente y con una intensidad increíble. Le sería imposible volver a dormirse, sobre todo cuando lo único en lo que podía pensar era en cuánto deseaba a aquella cazarrecompensas, aparentemente fuerte y a la vez tan sensual, a aquella mujer con un lado amable y vulnerable que lo atraía, que le hacía querer descubrir todos sus secretos.
Había atracción mutua, por mucho que la joven se negara a admitirlo. Él había visto el deseo en sus ojos cuando se había vuelto hacia ella tras quitarse la ropa. Resultaba evidente que Jo estaba luchando contra esa tentación, contra la promesa de placer que se extendía ante ellos. Y seguiría haciéndolo hasta que no se demostrara que era inocente, pensó Dean con un suspiro de frustración.
Jo se movió ligeramente, y algo frío y cortante rozó el estómago de Dean: eran las llaves, las llaves de las esposas, que colgaban de la cinturilla de sus pantalones cortos… Eso sí que era una auténtica tentación. Con solo tomarlas podría liberarse y No, no iba a huir, era una oportunidad de demostrarle a Jo que no era un delincuente, que era digno de confianza.
Y sin embargo… Una sonrisa maliciosa se dibujó lentamente en sus labios. Tal vez fuera el momento de que su captora supiera lo que era ser prisionera. Y, de paso, podría poner a prueba esa atracción que ambos habían estado esquivando desde el primer momento.
Con un profundo gemido, Jo se desperezó, estirando sus doloridos músculos, e intentó girarse hacia el lado, esperando que el despertador sonara en cualquier momento. Sin embargo, su brazo derecho se negaba a seguir el movimiento del resto del cuerpo. Y no sólo eso, también estaba flexionado en un ángulo extraño, sobre su cabeza. Frunciendo el ceño ante la extraña sensación que notaba en la muñeca, y perpleja por la incómoda e inexplicable posición en la que estaba, abrió los ojos y se encontró mirando de frente a su prisionero, reclinado junto a ella tranquilamente. Tenía la cabeza apoyada en la mano… ¿Cómo diablos se había quitado las esposas?
Tuvo un terrible presentimiento, que se vio corroborado al mirarse en los iris verdes, brillantes de satisfacción.
– Buenos días, cariño -la saludó Dean con una sonrisa traviesa.
Jo apenas escuchó las palabras. La alarma de peligro se había activado en su mente. Su prisionero se había liberado. Un terrible pánico la sacudió cuando intentó tirar del brazo y se dio cuenta de que era ella quien estaba esposada al cabecero de la cama. Y entonces vio las llaves y el revólver sobre la mesilla, lejos de su alcance.
El corazón le latía con tanta fuerza que apenas podía oír sus propios pensamientos. No tenía idea de cómo se habían girado las tornas, no era capaz de recordar nada. Sin embargo, no iba a ser una víctima complaciente, ni asustada. Se incorporó, quedándose sentada, dispuesta a defenderse como pudiera. Entornó los ojos y lo miró desafiante, sacando la barbilla.
– ¿Cómo lo has conseguido? Estoy realmente sorprendida -le dijo optando por mostrarse desdeñosa para ocultar el temor que se había alojado en su vientre.
Él tuvo la desfachatez de guiñarle un ojo.
– Los magos nunca revelan sus trucos.
– Tú eres un delincuente, no un mago -le espetó ella irritada. Estaba furiosa. La había engañado miserablemente, haciéndole creer que era de fiar. ¡Dios, casi había creído que era inocente!
– Vamos, Jo -dijo él dedicándole una de esas sonrisas encantadoras-. Si verdaderamente fuera un delincuente fugado, temeroso de volver a la cárcel y tener que testificar en un juicio en San Francisco, haría rato que me habría largado. Te habría dejado aquí sola, para que la limpiadora del motel te encontrara aquí, esposada a la cama. Y si fuera una especie de psicópata retorcido, ya haría horas que me habría aprovechado de ti.
Los latidos del corazón de Jo fueron ralentizándose mientras consideraba lo que acababa de decirle. No tenía otro remedio que seguir su intuición y confiar en él. Sin embargo, seguía necesitando una explicación.
– ¿Te importaría decirme cómo he acabado esposada en tu cama… por favor? -inquirió apretando los dientes.
Dean sonrió divertido ante esa repentina cortesía, pero rápidamente se puso serio.
– Tuviste una pesadilla anoche. Parecías estar pasándolo fatal, así que empecé a llamarte para que te despertaras, pero en vez de eso te sentaste en la cama. En principio pensé que había funcionado, pero en realidad seguías dormida, soñando. Creíste que yo era alguien llamado Brian, te levantaste, te metiste en mi cama y te acurrucaste junto a mí. El resto… Puedes imaginártelo.
Jo estaba boquiabierta, las mejillas arreboladas, la incredulidad escrita en el rostro. Quería acusarlo de mentiroso, pero ¿cómo podía saber él el nombre de Brian? De pronto empezó a preguntarse cuánto habría revelado en sueños y si Dean habría deducido que su compañero había muerto por su culpa.
Avergonzada ante la idea de haberse mostrado tan fresca y atrevida en sueños como para meterse en la cama con su prisionero y acurrucarse junto a él, se dejó caer de nuevo sobre el colchón y se tapó la cara con el brazo libre, emitiendo un gemido ahogado.
Sabía a qué clase de pesadilla se refería Dean. Inmediatamente acudieron a su mente fragmentos de ella. Esa pesadilla era la misma que la atormentaba casi cada noche. A veces recordaba todo por la mañana; otras, se despertaba empapada en sudor, o temblando por las vívidas imágenes.
Lo que no sabía era que hablaba por las noches, ni que era sonámbula, lo cual era mucho peor. Pero, a lo que parecía, así era; debía de haber hablado bastante, y si tenía que creer lo que Dean decía, y parecía plausible, ya que no imaginaba cómo podría haberse liberado, había deambulado en sueños también, yéndose a los brazos de un desconocido potencialmente peligroso. Se retiró el brazo del rostro para poder mirarlo.
– Está bien, ¿puedo saber ahora por qué has hecho esto?
Dean se encogió de hombros.
– Bueno, las llaves estaban tan al alcance de mi mano, la situación me era tan favorable, que no pude resistirme a intercambiar los papeles.
Jo enarcó una ceja.
– De modo que un giro radical te pareció justo -concluyó ella con una media sonrisa. Aunque en principio se había asustado, aquello tenía en efecto todo la pinta de ser una simple broma que desde luego él parecía estar disfrutando. Y lo cierto era que, en aquel momento, descartada la potencial amenaza, ella también lo estaba encontrando un juego excitante.