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Tenía que reconocer que era muy listo, increíblemente intuitivo. Jo sabía que si le decía que sí, si verbalizaba esa confianza implícita, las barreras que aún quedaban entre ellos se vendrían abajo, abriendo las puertas a toda una serie de prometedores escenarios, pero no estaba dispuesta a ponérselo en bandeja.

– Caray, a eso se le llama «capacidad de análisis».

– Sólo trato de leer correctamente las señales que emites, especialmente cuando las respuestas que me das son bastante vagas y tiendes a evitar el tema principal.

Jo no contestó al momento, y él se quedó callado, esperando pacientemente su respuesta. Al fin, Jo dejó escapar un suspiro y le concedió lo que quería, no porque se sintiera obligada, sino porque creía que merecía saber lo que pensaba de él.

– Confío en ti.

Los labios de Dean se curvaron en una sonrisa indulgente.

– Bueno… No sé por qué aún tengo la sensación de que esa confianza no es al cien por cien.

Y tenía razón, no lo era. Estaba dispuesta a ofrecer una tregua, pero no a rendirse. Tendría que conformarse con eso.

– Debe de ser tu imaginación -le dijo descaradamente.

Los ojos de Dean se oscurecieron de deseo. Entrelazó el muslo derecho con el de Jo, y ella sintió su miembro erecto contra la cadera. Un ansia insoportable, palpitante, se alojó en su estómago, y tuvo que reprimirse para no emitir un gemido.

– Oh, ya lo creo que tengo una imaginación muy vívida, señorita Sommers -asintió él. Desde luego era algo innegable, a juzgar por el modo lujurioso en que su cuerpo había reaccionado ante ella-. Sobre todo en lo que se refiere a ti y a mí, a nosotros… juntos.

Jo se pasó la lengua por el labio superior, sintiendo que todo su cuerpo vibraba de expectación.

– ¿Nosotros?

– Ajá -murmuró él asintiendo con la cabeza y bajando la vista a sus labios-. Dime, Jo, ¿confías en mí lo suficiente como para permitir que te bese mientras estás así, completamente a mi merced?

El deseo y la excitación fueron en aumento en su interior, atenazando sus músculos. Rió, pero el sonido fue más nervioso que burlón, como había pretendido. Sí, la verdad era que dudaba adónde podría conducirlos ese beso que él proponía… y adónde quería ella que los condujera.

– ¿Qué te hace pensar que quiero que me beses?

Dean enarcó las cejas divertido. Su rostro estaba a escasos centímetros del de ella; podría besarla si quisiera.

– Oh, es una suposición bien fundamentada.

Los sensuales secretos que brillaban en sus ojos, mezclados con la presunción que había impreso a su voz, despertaron la curiosidad de Jo.

– ¿Qué fundamentos son esos?

– El modo en que se te corta la respiración cada vez que te toco.

Para demostrar esa afirmación, colocó la palma de la mano sobre la franja de piel que había quedado al descubierto entre la camiseta y el elástico de los pantaloncitos. Y, tal como había dicho, Jo contuvo el aliento como si la quemara.

– Exactamente así -murmuró Dean satisfecho-. Además, está también el modo en que te estremeces ante la más leve de mis caricias -prosiguió haciendo círculos con el meñique en torno a su ombligo y obteniendo esa respuesta-. Pero, el detalle más revelador de que me deseas tanto como yo te deseo a ti es que tus pezones se están endureciendo e irguiendo en este mismo instante y que, inconscientemente estás tratando de acercarte más a mí -las puntas de sus dedos se introdujeron por debajo de la camiseta para acariciar la parte inferior de sus senos, pero incluso aquella caricia, más explícita, la dejó insatisfecha. Quería muchísimo más-. Cada una de las respuestas de tu cuerpo te delatan, Jo.

Tenía razón, su cuerpo respondía de un modo desinhibido y lascivo, sin que ella pudiera remediarlo. Le era imposible rebatirlo, imposible y ridículo, de modo que ni siquiera lo intentó.

Sus ojos se encontraron, intercambiando el ardor que se alojaba en ellos.

– Aún no has contestado mi pregunta, Jo. Bastará con un «sí» o un «no». ¿Confías en mí lo suficiente como para permitir que te bese, esposada como estás, sin ningún control sobre lo que pueda suceder?

Aquella idea la habría asustado si se hubiera tratado de un hombre en el que no confiara, pero Dean, aunque era quien tenía las riendas en ese momento, le estaba dando a ella la opción de aceptar su proposición o rechazarla, de decir «no» o dar un salto de fe con él.

Lo prohibido siempre atraía, irremediablemente, y así era como se sentía Jo.

– Sí -murmuró sin aliento.

7

Tan pronto como hubo obtenido el permiso que necesitaba, Dean pasó una mano por debajo de la nuca de la joven, enredó los dedos en sus suaves cabellos, y con la otra le alzó la barbilla. Finalmente, inclinó la cabeza para terminar con la espera que los consumía a ambos. Necesitaba más que el aire saborearla, averiguar si toda aquella tensión sexual entre ellos era verdaderamente el preludio de una clase de éxtasis más intenso.

Su boca se posó en la de ella, deslizándose suavemente, despacio. Los labios de Jo eran tiernos, cálidos, flexibles, generosos… Se abrieron para él, permitiéndole adentrarse en el interior de su boca con un dulce gemido de rendición. Una ráfaga de calor pareció recorrer sus venas cuando encontró la lengua de la joven. Jugueteó con ella sin piedad, realizando profundas exploraciones de las paredes de su boca, animándola a comportarse de un modo igualmente atrevido..

Jo respondió con fervor, besándolo impetuosamente, dando todo lo que tenía, aumentando la excitación de Dean más allá de la lógica y la razón. Parecía que no se mostraba nada tímida, nada recatada, a la hora de entregarse al placer. Y desde luego no pareció dudar al comunicarle con los labios, la lengua y el sinuoso movimiento de su cuerpo lo que le gustaba, y de qué exactamente quería más. Quería más de él.

Jo no podía, esposada como estaba al cabecero, usar las manos, ni podía pronunciar palabra con los labios atrapados entre los suyos, pero las señales que emitía su cuerpo, tan antiguas como el mundo, eran inequívocas: la contorsión por acercarse más a él, la sutil sacudida de, sus caderas, el frotamiento incesante de sus muslos contra el que él había introducido entre sus piernas…

Quería que la tocara, que la acariciara, física e íntimamente. Dean, dispuesto a no perder más tiempo y a complacerla, recorrió con la mano la distancia entre su cintura y la parte superior de la espalda. Jo gimió dentro de su boca, se arqueó hacia él y se estremeció de pies a cabeza. Rindiéndose a la silenciosa invocación del cuerpo de la joven, Dean bajó la mano a la región lumbar de Jo y la atrajo más hacia sí. Al notar los pezones rígidos contra su torso y cómo Jo entrelazaba sus piernas aún más y apretaba, se deshizo en gemidos extasiados.

Lo invadió un fiero y lujurioso deseo de hacerle ciertas cosas para apagar el calor que lo estaba envolviendo. Tenía una erección tremenda, la más tremenda que podía recordar, y tampoco podía recordar cuánto tiempo hacía que no se sentía tan vivo. Y era todo por aquella maravillosa mujer, aquella mujer sensual que lo había sorprendido en tan tantos sentidos.

Varios minutos después, Jo apartó los labios de los de él, la respiración entrecortada, y tiró frustrada de sus brazos esposados. Incapaz de resistir la tentación, Dean hundió el rostro en el hueco de su cuello, y comenzó a besarle la garganta. Su mandíbula sin afeitar le rascó la piel, y para aliviarla le pasó la lengua despacio y sensualmente. Jo inhaló aire con \ dificultad.

– Dean, libérame, por favor -le rogó haciendo sonar las esposas.

Comprendiendo que habían llevado las cosas más lejos de lo que había esperado, y que todo había ocurrido muy rápido, Dean se apresuró a cumplir la petición. Desenredándose de su abrazo, tomó las llaves de la mesilla y abrió las esposas.