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Frotó con los pulgares las muñecas de Jo, ligeramente enrojecidas, maldiciendo entre dientes por haberle hecho daño sin pretenderlo.

– ¿Estás bien?

– Perfectamente -asintió Jo con voz ronca. Y, aprovechando que había bajado la guardia, se abalanzó sobre él.

Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, Dean se encontró tumbado sobre su espalda, con Jo encima de él, sujeto firmemente por las muñecas a ambos lados de su cabeza, y las rodillas de la joven manteniéndole las piernas inmóviles. ¡Como si tuviera intención de ir a ningún sitio… aunque pudiera!

A pesar de que Jo era más baja y menos fuerte que él, era evidente que estaba preparada para cuidar de sí misma en una situación amenazante.

– ¿Es ése uno de los movimientos que os enseñan en la academia de policía?

Una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Jo.

– Bueno, también me han ayudado unos cursos de artes marciales -su abundante cabellera caía despeinada en torno al acalorado rostro, y le dedicó una mirada larga y relajada-. Creo que es mi turno, es lo justo -murmuró en tono seductor.

Se inclinó sobre él, y colocó su boca a unos centímetros de la de él, dejando que se mezclara la respiración entrecortada y excitada de ambos, y buscó sus ojos, perdiéndose en aquellos hipnóticos iris verdes.

Finalmente, bajó la cabeza y mordisqueó el labio inferior de Dean de un modo delicado y sensual, tirando de él con sus propios labios. Pasó a ocuparse del labio superior, con idéntica dedicación, pero sin entregarse del todo, dispuesta a volverlo loco.

Poco a poco fue disminuyendo la presión sobre las muñecas de Dean, hasta que decidió liberarlas. Sus labios continuaron bailando con los de él, y recorrió con las puntas de los dedos la longitud de sus brazos, pasando luego a colocar las palmas abiertas sobre el ancho tórax y estimular los pezones con los pulgares. Incapaz de soportar por más tiempo esa deliciosa tortura, Dean le puso una mano en la nuca para fundir sus labios por completo, y dejando escapar un gemido casi animal, vertió en el profundo beso toda la pasión que se había acumulado en su interior a lo largo de las anteriores veinticuatro horas.

Su cuerpo parecía vibrar por la tensión y la necesidad imperiosa de tocar cada centímetro de su anatomía. Quería sentir sus femeninas curvas contra sus formas duras y angulosas; encontrar y devorar los puntos más sensibles con las manos, la boca y la lengua; imaginar lo que sería hundirse en ella, perderse en la deliciosa agonía de aquel mutuo placer, y hacerle el amor hasta terminar exhaustos y saciados.

Jo parecía tan inmersa en el hechizo del momento como él. Se removió sobre él, y deslizó la mano desde su torso hasta la cadera, en una caricia que lo hizo estremecerse. Dean siguió su ejemplo con ambas manos hasta que sus dedos alcanzaron la parte posterior de los aterciopelados y desnudos muslos. Pasó los pulgares sobre la zona, percibiendo cómo ella se estremecía y, sin dudarlo un instante, introdujo las manos por el dobladillo de los pantalones cortos.

La respiración de la joven era cada vez más entrecortada, pero aun así no despegó su boca de la de él. Dean apreció que su piel era cálida, suave, y perfectamente lisa, con músculos desarrollados en su justa medida para no restarle feminidad. Decidiendo ser aún más atrevido, metió las manos por debajo del elástico de las braguitas, rozando sus nalgas y masajeándolas después, y resistió a duras penas el deseo de seguir el pliegue hasta encontrar el valle húmedo que sabía encontraría entre sus muslos.

Jo se estremeció, cerró los puños sobre su pecho y dejó escapar un gemido largo y profundo. Dean tragó saliva al escucharla, sintiendo la necesidad de ella con la misma fuerza que la suya propia.

Enganchó los pulgares por detrás de las rodillas de la joven, y la colocó a horcajadas sobre él. Jo se dejó hacer, poniendo las manos a ambos lados de su cabeza, y permitió que le abriera las piernas para rodearle las caderas, colocándose en la postura adecuada para acoplar la erección, dura como el acero, y su femenino calor.

Dean la sujetó por la cintura y, flexionando las caderas, la hizo apretarse contra su miembro despacio, descarada y rítmicamente, imitando el acto sexual. Jo echó la cabeza hacia atrás, los labios entreabiertos, y se unió a aquel ritmo simulado que él marcaba. Un placer sin igual inundó a Dean, amenazando con hacerle perder el control, y forzando los músculos de su abdomen al límite. Apretó los labios contra el cuello de Jo, imprimiendo ardientes besos húmedos por toda su garganta, y subió hacia la oreja, mordisqueando el lóbulo con suavidad. Sus manos se introdujeron por debajo del dobladillo de la camiseta de la joven y acariciaron sus pechos, haciéndola estremecerse.

Ansioso por tener aquellos suaves montículos contra su tórax, le subió la camiseta y la atrajo hacia así. Los pezones de Jo lo quemaron, como si fueran hierro candente, y ambos gimieron al unísono al mezclarse el calor de sus cuerpos. Dean nunca había creído que el sexo pudiera llegar a ser tan intenso. Y apenas habían hecho otra cosa que los meros juegos preliminares. Sí, tenía la seguridad de que los aguardaban sensaciones mucho más increíbles, si tan solo se atrevían a explorar las posibilidades.

Jo también parecía estar considerándolo, pues la misma pasión desatada se reflejaba en sus ojos azules, junto con una buena dosis de enfebrecida ansia. Pero, de pronto, un sonido desagradable e irritante irrumpió en el momento, sacándolos bruscamente de aquel estado de euforia.

Jo se puso alerta al instante, incorporándose y rompiendo el íntimo contacto entre sus cuerpos. La ley de la gravedad hizo que la camiseta subida cayera, y Dean se encontró maldiciendo en silencio por haber perdido la oportunidad de vislumbrar aquellos gloriosos senos, de acariciarlos, de pasar la lengua por sus cumbres de terciopelo, y tomar esas perfectas circunferencias en su boca.

El ruido de la alarma del despertador siguió sonando, incesante, hasta que Jo se levantó y lo apagó. No regresó con él, sino que se quedó allí, de pie, dándole la espalda.

Dean bajó las piernas del colchón, y se quedó sentado al borde de la cama, mirando a la joven. Aceptaba que el hechizo del momento se hubiera roto, pero se dijo que no habían terminado, ni mucho menos. De hecho, para él apenas si habían empezado.

Jo se giró hacia él insegura, y se peinó el cabello con los dedos.

– Caray… -murmuró riéndose ligeramente. Parecía sorprendida por lo que acababa de ocurrir, pero no había enfado en su expresión, ni arrepentimiento.

Dean lo interpretó como un signo positivo que le indicaba que ella se daba perfecta cuenta de lo que estaba haciendo y de que había participado en ello por voluntad propia.

– Sí, caray -afirmó él. Aquella palabra desde luego resumía la química que se había producido entre ellos.

Jo esbozó una sonrisa indulgente mientras se frotaba las palmas de las manos, vergonzosa, en los pantalones de algodón.

– Salvados por la campana, ¿eh?

– Al menos por esta vez… -contestó Dean con una sonrisa presuntuosa. Sabía que sonaba muy seguro de sí mismo, pero no le importaba. Después de aquel incendio que habían provocado juntos, no tenía ningún sentido negar la atracción que sentían, y era absurdo creer que no se repetiría de nuevo en un futuro cercano… Sobre todo si dependía de él.

Habían llegado a ese punto en el que nada volvería a ser como antes, en el que siempre estaría como referente la confianza que se habían otorgado momentos antes en la cama. Ella a él, y él a ella. Dean desde luego planeaba llevar aquello tan lejos como pudiera. La deseaba, quería tenerla completamente desnuda, húmeda, caliente, retorciéndose debajo de él, abrazada con fuerza a su cuerpo, en un puro frenesí sexual.

En un período de tiempo muy corto se había convertido en una especie de fiebre para él, y estaba convencido de que no bastaría una vez para quitársela de la cabeza. Ante él se extendía aún toda una semana libre, lejos de las obligaciones y el trabajo, toda una semana para entregarse a ella en cuerpo y alma hasta que averiguara adónde podía llevarlos aquello. ¿Quedaría sólo como una aventura salvaje pero pasajera, o como algo mucho más profundo y duradero? A finales de la semana, ambos lo sabrían.