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– Creo que no deberíamos seguir por este camino -dijo en un tono práctico.

Dean alzó la mano y le acarició el cuello, deleitándose en el suave tacto de su piel, y haciéndola estremecerse.

– Yo creo que no deberías descartar nada sin probarlo, Jo -murmuró con voz ronca.

– No he descartado nada -contestó ella con una sonrisa pícara en los labios-. Sólo digo que esta conversación no es muy adecuada para este momento, teniendo en cuenta que aún nos quedan muchos kilómetros por delante.

– Podrías considerarlo como un calentamiento. -sugirió Dean con un guiño.

Jo se removió incómoda en su asiento, acalorada.

– ¿Y qué tal si dejamos este tema de conversación para otro momento, cuando no tenga que concentrarme en conducir con lluvia? -replicó, prudente-. Sé buen chico, pásame otra galleta y cambia de tema.

Dean se conformó al ver que la había excitado y obedeció.

– Muy bien, nuevo tema de conversación marchando junto con una deliciosa galleta -anunció dándole otra-. ¿Cuánto hace que trabajas como cazarrecompensas?

Jo sonrió frunciendo las cejas.

– El término correcto es «agente de recuperación de fianzas» -le contestó, divertida-. Llevo en esto desde los diecisiete años, pero sólo hace dos que tengo licencia. Me preparé para ello cuando dejé el cuerpo de policía, obtuve mi licencia, y empecé a trabajar para mi hermano Cole, en su agencia de investigación.

Dean se quedó un rato callado, como pensativo.

– Debo decir que, dado el riesgo que implica tu profesión, teniendo que ir detrás de criminales potencialmente peligrosos y todo eso, me resulta increíble que tu familia te permitiera iniciarte en ello antes de alcanzar siquiera la mayoría de edad. ¿O es que tu padre se dedica a lo mismo y en tu casa se ve como algo normal?

Jo sacudió la cabeza.

– Mi padre también era oficial de policía. Lo mataron de un disparo cuando cumplía con su deber. Yo acababa de cumplir los dieciséis. A partir de entonces fue Cole principalmente quien se encargó de mí, ayudado por mi otro hermano, Noah, hasta que se alistó en los marines, seis meses después.

Dean tuvo la impresión de que faltaba en la respuesta un elemento crucial.

– ¿Y dónde estaba tu madre todo ese tiempo?

Jo apretó los labios en una fina línea.

– Eso es una larga historia.

A Dean le pareció advertir un matiz de amargura y resentimiento en su voz.

– Soy todo oídos.

La joven giró la cabeza hacia él, dudosa.

– ¿Estás seguro de que quieres enterarte de todos los sórdidos detalles de mi poco ortodoxa vida familiar?

– No te lo habría preguntado si no me interesara -respondió Dean muy serio. No le parecía que su vida familiar pudiera haber sido más disfuncional que la suya-. Además, eres tú la que no querías hablar de sexo -le recordó con una sonrisa maliciosa-. Y tenemos por delante una hora y media de carretera.

– Está bien -suspiró Jo-. Cuando vea que empiezas a cabecear y a roncar sabré que no quieres seguir escuchando la aburrida historia de mi vida.

– Dudo que nada relacionado contigo pueda aburrirme, cariño -le aseguró Dean metiéndose en la boca otra galleta.

Jo se quedó un rato callada antes de proseguir, como si estuviera pensando por dónde empezar.

– Mis padres se divorciaron cuando yo tenía cinco años, lo cual no es de extrañar en absoluto, ya que siempre estaban discutiendo por algo. Por lo que sé por mi hermano Cole, mi madre estaba teniendo una aventura con un tipo de su oficina, y cuando a éste le ofrecieron un traslado, ella decidió que quería el divorcio para poder irse con él y casarse de nuevo.

– ¿Y tus hermanos y tú os quedasteis con vuestro padre? -aventuró Dean.

– No, a mi madre no le bastó con abandonar a mi padre por otro hombre, quería hacerlo sufrir, y me utilizó a mí para ello, porque sabía lo mucho que me quería. Yo era la niña de sus ojos, y lo adoraba. Él ha sido la persona más importante en mi vida -su voz se tornó ligeramente emocionada, pero carraspeó para continuar-. En fin, mi madre luchó por obtener mi custodia y se la concedieron, de modo que dejó a mis hermanos con mi padre, y a mí me llevó con ella a Arizona. Durante el tiempo que estuve viviendo allí con ella y su segundo marido, apenas si se preocupaba de mí, pero había logrado lo que quería.

Un sentimiento de compasión surgió dentro de Dean.

– Debió de ser difícil para ti, y para tus hermanos y tu padre, haber sido separados de ese modo, por la fuerza.

Jo asintió.

– Lo fue. Recuerdo que me sentía sola, perdida, confusa, y que echaba muchísimo de menos mi hogar y a mi padre y a mis hermanos, pero sólo podía verlos durante las vacaciones de verano. Viví con mi madre y mi padrastro tres años, hasta que mi madre se mató en un accidente de tráfico.

– ¿Y entonces tu padre consiguió tu custodia?

– No fue tan sencillo. -murmuró lo. En el exterior un relámpago iluminó el cielo, seguido de un fuerte trueno, y una cortina de agua comenzó a descender del negro cielo.

– ¿Qué ocurrió? -inquirió Dean.

– Mi padrastro logró retenerme con él durante seis meses. Aseguraba que esa habría sido la voluntad de mi madre, pero, gracias a Dios, al fin mi padre le arrebató la custodia -continuó, aminorando la velocidad-. Entonces yo tenía ocho años, y regresé a Oakland, con mi familia. Mis hermanos se volvieron muy protectores conmigo, sobre todo Cole, que se encargaba de mí porque mi padre tenía turnos variables en el departamento de policía.

– Bueno, no me sorprende que fueran protectores contigo, considerando que eras la pequeña, que eras una chica y que habíais estado separados tres años.

Jo le lanzó una mirada molesta por el hecho de que se pusiera del lado de sus hermanos.

– Sí, pero casi no podía ni ir al baño sin pedir permiso a Cole -exageró-. Te lo aseguro, su actitud me hacía sentirme ahogada.

Dean giró la cabeza hacia la ventanilla para que no lo viera sonreír. Estaba claro que en parte el comportamiento de sus hermanos se debía también a que ella era muy temeraria y cabezota, pero sabía que no le haría gracia escucharlo, así que permaneció callado. Al cabo de un rato, sin embargo, continuó con la conversación.

– Bueno, ¿y cómo es eso de que empezaste en esto a los diecisiete?

– Cuando murió mi padre, Cole tenía veintiún años, y en esa época compaginaba sus estudios en la universidad con un trabajo como vigilante de seguridad en un club nocturno. Yo era menor de edad, así que la custodia pasó a sus manos, y tuvo que ocuparse de Noah y de mí.

– ¿Y dejó las clases?

– ¿Cole? -se rió Jo con cinismo pero también con innegable orgullo-. No, buscó un trabajo a tiempo completo para poder mantenemos y estudiaba por las noches. Es la persona más ambiciosa y firme que conozco, y eso puede ser una virtud, pero, en el caso de Cole también se ha convertido en un defecto. Es de ideas fijas, y en lo que se refiere al trabajo o a lo que considera que se espera de él, jamás se desvía de sus objetivos.

Dean sintió que eso mismo podría aplicársele a él.

– Eso me recuerda a mí mismo -apuntó bajando la vista.

Jo se sintió mal por él.

– Bueno, al menos tú estás empezando a darte cuenta de que hay más en la vida que el próximo proyecto, caso o contrato -le dijo para animarlo-. En cambio, debo decir que no albergo demasiadas esperanzas de que Cole abra los ojos como tú has hecho. Supongo que lleva tanto tiempo programado para ser responsable que es incapaz de disfrutar de las cosas más simples o, incluso, de darse cuenta de que su secretaria, Melodie, está loca por él.

Dean enarcó las cejas sorprendido.

– ¿De veras?

Jo asintió con una mueca de disgusto. Le parecía increíble que Cole nunca se hubiera percatado de algo tan obvio.

– Sí, pero de todos modos no se trata solo de lo corto que es. Que Mel sea hija del que fuera superior de mi padre, su mejor amigo y mentor de Cole, hace que él ni siquiera la considere como una mujer.