Dean se rió entre dientes. Estaba deseando conocer al hermano de Jo para poder formarse su propia opinión de él.
– En fin -continuó Jo-, volviendo a mi historia… Después de que muriera mi padre, Cole empezó a trabajar para un investigador privado haciendo sobre todo trabajos de vigilancia de sospechosos, de seguridad y aprendiendo los entresijos de la profesión hasta que terminó sus estudios. Además, para ganar algún dinero extra empezó a aceptar casos para capturar a fugitivos de un afianzador de la zona y, como Noah se había alistado en los marines, cuando llegaban las vacaciones de verano y no encontraba a nadie que cuidara de mí, Cole me llevaba con él -giró la cabeza para mirarlo, imaginando lo que estaría pensando-. Sí, ya sé que parece una locura por su parte arrastrar a una menor en algo potencialmente arriesgado, pero para mí, que siempre me sentía atada y sobreprotegida, era genial.
– De eso no me cabe duda -dijo él con una sonrisa maliciosa-. ¿Y fue así como aprendiste profesión?
Jo asintió con la cabeza.
– Esos fueron mis comienzos, y fue entonces cuando me di cuenta de que me encantaba todo este asunto de la persecución y la captura. Me parecía muy emocionante, y es rentable. Gracias a esos encargos Cole consiguió ahorrar lo suficiente para poder enviarme a la universidad y abrir su propia agencia de investigación. El resto de la historia ya lo conoces. En fin, ¿qué puedo decir? Evidentemente, tras haberme criado no se tomó muy bien cuando decidí seguir los pasos de mi padre y los de él.
Dean extrajo otra galleta de la bolsa y le ofreció una a Jo, que aceptó.
– Es normal. Eres su hermana pequeña -le dijo-, y debe preocuparlo que puedan hacerte daño.
– Sí, bueno, ser la hermana pequeña es una de las cosas que me coartan -contestó ella con un suspiro-. Eso, y el ser una mujer además de un peso pluma, como a Noah le encanta llamarme.
Dean ladeó la cabeza divertido y curioso al mismo tiempo.
– ¿Peso pluma?
– Sí, ya sabes; pequeña y delicada -le explicó con una expresión enfurruñada.
Dean se giró en el asiento para mirarla, admirando su figura.
– Pues desde mi punto de vista no es una mala combinación.
Jo resopló, dándole a entender que no compartía esa opinión.
– Mi estatura, mi complexión y mi género siempre han supuesto una desventaja frente a mis hermanos, sobre todo cuando decidí que quería ser policía. Además, es frustrante, porque muchos de los que fueron mis colegas, e incluso los tipos con los que he salido, creen que no soy capaz de arreglármelas sola -de pronto se quedó callada, como pensativa, y una sombra de tristeza cruzó su rostro-. Y supongo que lo que ocurrió con Brian les demostró que así era -murmuró, su voz cargada de dolor.
Lo había dicho tan quedamente, que Dean estaba seguro de que lo había dicho más para sí que para él. Se quedó callado, esperando que Jo prosiguiera, pero el prolongado silencio le indicó que no estaba dispuesta a dar más explicaciones. Iba a instarla a continuar, pero cuando ella lo miró y vio la tristeza en sus ojos comprendió que era mejor dejarlo estar.
A pesar de todo, una sonrisa prometedora se dibujó en los labios de la joven.
– Me temo que era más de lo que querías saber de mí, ¿no es cierto?
– No, en absoluto -le aseguró Dean. Todo lo contrario, añadió para sí. Sólo había logrado hacer que se interesase aún más por ella. Él la veía como una mujer que luchaba por tener su propia identidad, que quería que los demás la aceptaran, y que la respetaran. Tras escuchar el relato de su turbulenta infancia y de haber vislumbrado su espíritu independiente, comprendía el porqué.
Con todo, sospechaba que ocultaba otros secretos, que aún no había llegado a su alma, que debía levantar muchas más capas.
– Me gustaría saber mucho más de ti -le dijo muy serio, en un tono suave y amable-. Todo lo que pueda aprender de ti, Jo Sommers.
La joven dejó escapar una risita vergonzosa.
– Después de esta conversación no creo que haya mucho más que contar.
– Seguro que lo hay -insistió él-. Como por ejemplo, tu nombre, Jo. ¿Es tu verdadero nombre o es un diminutivo?
Jo lo miró sorprendida. Obviamente había esperado una pregunta más difícil, o más personal.
– Mi nombre completo es Joelle. Fueron mis hermanos quienes lo acortaron a Jo cuando era muy pequeña, y desde entonces se me ha quedado.
– Joelle… -repitió Dean, como fascinado por lo femenino del sonido-. Me gusta. Es precioso y único, igual que tú, mientras que «Jo» va más con tu lado decidido, obstinado e independiente.
– Gracias… creo -Jo sonrió con ironía.
– Lo he dicho a modo de cumplido, y de nada- contestó él. En ese momento giró la cabeza hacia ella y se dio cuenta de que Jo estaba observando indicadores del tablero de control, y advirtió que su expresión se tornaba preocupada-. ¿Ocurre algo?
– No estoy segura -respondió Jo. Levantó la vista del tablero de control para mirar la lluvia a través del parabrisas y de nuevo volvió a los indicadores-. Me parece que el indicador de la temperatura marca más de lo normal.
A pesar de su preocupación siguieron, pero media hora más tarde se hizo patente que había algún problema. La aguja de la temperatura iba subiendo peligrosamente hacia la sección pintada en rojo que señalaba peligro, y del capó empezó a emerger vapor. Debía de ser un problema del motor.
Pasaron una señal en la carretera que indicaba una salida cercana, y dado que faltaban aún unos veinticinco kilómetros para llegar a Medford, Jo se vio obligada a tomar una decisión sobre la marcha.
– Voy a tener que tomar la próxima salida si no encontramos una gasolinera.
Sin embargo no parecía haber ninguna, ni tampoco restaurantes ni otros locales junto a la carretera en los siguientes minutos, así que finalmente tuvo que tomar la salida de la autopista. Era una estrecha carretera mal pavimentada que serpenteaba entre denso arbolado, alguna colina y verdes pastos. Ni una casa, ni una persona…
Cuando se habían alejado ya unos tres kilómetros y medio de la carretera interestatal, el vehículo se estremeció de pronto bruscamente y el motor se paró, obligando a Jo a sacarlo como pudo al arcén de grava, donde se detuvo.
La joven alzó la vista hacia el cielo tormentoso y resopló para apartarse los mechones de la cara.
– Maldita sea -murmuró, obviamente contrariada por el contratiempo-. ¿Qué diablos le habrá pasado a este trasto? Cole lo llevó a revisar hace menos de un mes.
– Tranquila, Jo, éstas son cosas que pasan -intervino Dean-. Saldré y levantaré el capó para echar un vistazo.
Hizo ademán de abrir la puerta, pero Jo lo detuvo agarrándolo por la manga de la camisa.
– Yo lo haré, entiendo de mecánica.
El modo en que tenía alzada la barbilla le indicó a Dean que era mejor no discutir, pero tampoco estaba dispuesto a quedarse sentado calentito y cómodo, dentro del coche, mientras ella salía fuera sola con el aguacero cayendo, por mucho que entendiera de mecánica.
– Cuatro ojos siempre ven más que dos, ¿no crees?
Jo dudó un instante, pero finalmente accedió al comprender que no conseguiría disuadirlo.
– De acuerdo.
Se desabrochó el cinturón de seguridad y tumbó el asiento para poder acceder con más facilidad al maletero. Abrió un compartimento lateral, extrajo de él un trapo, una linterna y un paraguas, y regresó a la parte delantera.
– Ya que insistes en acompañarme, puedes sostenerme el paraguas para que no me ponga hecha una sopa -le dijo con una sonrisa maliciosa.
Dean puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza. En fin, si se sentía mejor llevando ella la batuta, no tenía ningún inconveniente. «Está visto que a esta chica no le van los caballeros andantes», se dijo.