A Jo le llevó menos de dos minutos descubrir cuál era el problema: el manguito del radiador había reventado.
Encima de ellos retumbaban los truenos, y los relámpagos iluminaban el cielo. No había nada que pudieran hacer, de modo que cerraron el capó y volvieron a meterse en el coche. A pesar del paraguas, el viento había arrojado la lluvia sobre ellos, y los dos estaban bastante mojados. Además, sin el aire acondicionado, el interior del vehículo se vio pronto inundado por un calor pegajoso.
Jo tomó el teléfono móvil para pedir ayuda a una agencia de servicio en carretera, pero la pantalla mostró un irritante mensaje de «fuera de cobertura», y dejó escapar un improperio.
– Genial -masculló, derrotada-. Estamos atrapados por una tormenta en medio de ninguna parte por Dios sabe cuánto tiempo, no hay forma de pedir ayuda y la carretera está desierta -resopló y se volvió a mirar a Dean-. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Por desgracia Dean no tenía poderes mágicos para poder resolver el problema, pero era un hombre de recursos, y decidió que podían aprovechar la oportunidad para relajarse y disfrutar hasta que parase la tormenta y pudieran aventurarse al exterior para pedir auxilio.
Recordando la conversación que habían tenido hacía un rato sobre hacer el amor en un coche, alargó la mano hacia ella y recorrió con los dedos su hombro y siguió hacia abajo, acariciando la piel desnuda del brazo.
– Bueno, ahora que ya no tienes que concentrarte en conducir, estaba pensando que podíamos probar la parte de atrás y pasar un buen rato hasta que escampe. Podemos empezar con unos besos y unas caricias, y llegar hasta donde tú quieras -la tentó con una sonrisa lasciva-. ¿Qué me dices, Jo?
Vio cómo la joven tragaba saliva mientras consideraba su proposición, junto con todas las sensuales posibilidades que los aguardaban si accedía. Dean por su parte estaba ansioso por repetir aquella maravillosa experiencia que habían compartido antes de abandonar el motel aquella mañana, antes de que el dichoso despertador los interrumpiera.
La tensión pareció comenzar a disiparse del cuerpo de Jo, y el deseo reemplazó la expresión dubitativa en su rostro.
– Si tú estás dispuesto, yo también lo estoy – murmuró.
Y reafirmó su atrevida respuesta pasando la primera a la parte de atrás de la camioneta.
8
Jo se quedó sentada de rodillas sobre la suave manta de franela que había extendido en la parte de atrás, esperando a que Dean se uniera a ella. Sus ojos recorrieron el estrecho espacio. Había puesto a un lado la caja de herramientas y la neverita portátil para que no estorbaran, pero aun así, aunque ella podía tumbarse y estirarse, le parecía que Dean iba a estar bastante incómodo.
Su vista fue a posarse entonces en el inutilizable teléfono móvil, que había dejado sobre la consola del tablero de mandos. Fue como un recordatorio no deseado de todo lo que la esperaba de regreso a su hogar: la realidad y un hermano estricto que la regañaría por lo que estaba a punto de hacer, fuera o no Dean inocente.
Sin duda Cole habría tratado de llamarla, y estaría preocupado al ver que no le contestaba, y más sabiendo que estaría acompañada por quien él pensaba era un delincuente. Era natural que se preocupara, cualquier hermano se preocuparía, pero al final no le quedaría otro remedio que confiar en ella, en su intuición y en su capacidad de arreglárselas sola. Y aquello desde luego sería casi imposible para Cole, concluyó Jo con un suspiro.
Sin embargo, en ese preciso momento quería olvidarse de todo, excepto de aquel hombre por el que se sentía tan atraída. No quería pensar en Cole, ni en el sermón que la esperaba, ni en cómo todo el mundo parecía cuestionar sus decisiones y juicios durante los últimos dos años… incluida ella misma. Ya no tenía dudas respecto a Dean, porque estaba logrando que recuperara una parte de sí que había perdido tras la muerte de Brian. De nuevo quería, necesitaba, sentirse viva y deseada, y Dean Colter había hecho aquello posible.
Todo su cuerpo se puso alerta al ver cómo su prisionero pasaba a la parte trasera entre los dos asientos, y su aroma cautivó los sentidos de la joven. No tenía sentido mostrarse tímida o recatada, así que se sacudió de encima todas las inhibiciones que podían impedir que disfrutase plenamente de aquel momento. Dean la excitaba en un sentido físico, pero en lo emocional y lo personal parecía comprenderla mejor que cualquiera de los hombres con los que había salido, y aquello también la excitaba enormemente.
Tras quitarse las deportivas y los calcetines húmedos, como ella había hecho, Dean se arrodilló frente a ella, y colocó las manos sobre sus muslos, atrayendo la atención de ella hacia la más que obvia erección que empujaba ya contra la cremallera de sus vaqueros. Jo tragó saliva para aliviar la repentina sequedad que notaba en la garganta. Era un hombre tan sólido, tan masculino… De algún modo, tuvo de repente la certeza de que lo que ocurriera entre ellos allí dentro sería distinto a cuanto había experimentado hasta entonces.
Dean podía darle todo lo que ansiaba, satisfacer el deseo que había reprimido durante años, pero sabía que cuando todo terminara, cuando tuvieran que separarse, no le exigiría nada. Volverían a sus vidas anteriores, en Estados alejados por kilómetros y kilómetros. Ninguno de los dos estaba buscando un compromiso, ni ataduras. Era agradable no tener que preocuparse por esas cosas, y estaba decidida a aprovechar el tiempo que pasara con él al máximo, tomando todo lo que él estuviera dispuesto a darle, porque ningún otro hombre la había hecho sentir y desear tan intensamente. Y lo cierto era que después de haber pasado los dos últimos años tratando de probarse a sí misma, pendiente solo del trabajo, le parecía que ya era hora de poner por delante sus propias necesidades.
Extendió el brazo y puso la palma de la mano sobre el pecho de Dean, absorbiendo los rápidos latidos de su corazón y el calor abrasador que transmitía, aun a través de la húmeda camiseta. Tocó con un dedo uno de los rígidos pezones, y observó cómo los ojos de Dean se oscurecían de hambre de ella.
Jo contuvo el aliento, excitada. La lluvia continuaba golpeando los cristales, creando un provocativo staccato que incrementó la sensualidad entre los dos. El escenario formado por los altos árboles que rodeaban el coche, junto con el cielo gris encima de ellos y el chorreo de la lluvia por las ventanas, añadía todavía más erotismo al momento.
Jo esbozó una lenta sonrisa.
– Sí que es estrecho esto, ¿eh? -dijo refiriéndose a la conversación que habían tenido momentos antes sobre todas las posiciones interesantes que dos personas podían adoptar en un espacio reducido.
Dean parpadeó, la lascivia aún más marcada en sus iris verdes.
– Pues le echaremos la creatividad que haga falta.
Sin apartar sus ojos de los de Dean, Jo bajó despacio la mano hacia el liso abdomen, que se tensó a su contacto.
– Y además hay bastante humedad y hace un poco de calor -dijo Jo en un tono quedo, sin aliento.
– Eso hace más placentera la fricción de piel contra piel -respondió Dean. Seguía teniendo las manos sobre los muslos, pero sus palabras y el profundo timbre de su voz eran tan eróticos como caricias-. Quítate la goma del pelo, Jo, quiero que tu cabello fluya libre.
Incapaz de negarle nada, la joven hizo lo que le decía, y su pelo se deslizó sobre sus hombros.
Inclinándose hacia delante, Dean enredó los dedos en los húmedos mechones, y atrajo el rostro de la joven hacia el suyo.
Jo cerró los ojos, y entreabrió los labios, segundos antes de que la boca de Dean los reclamara en un beso francés. Jo gimió suavemente al sentir la invasión de su lengua y saborearlo.
Dean hizo el beso aún más profundo, robándole el aliento hasta que todo pensamiento coherente abandonó su mente.
– La camiseta, Dean… -jadeó contra sus labios, tirando de ella-, quítatela…